Salvador y Montserrat son los personajes de Los besos (Editorial Planeta), una novela de Manuel Vilas nacida en pleno confinamiento y cuya trama se desarrolla durante el mismo. Es una historia de amor, de amor idealizado, que nos invita a reflexionar sobre otras muchas cuestiones junto a Salvador, un ser solitario que vive sin esperarlo los mejores días de su vida.

Salvador es el protagonista de Los besos, una novela nacida en este estado de pandemia que vivimos y cuya trama, también, está salpicada por la misma.
Esta novela nace precisamente como una especie de grito de socorro ante la grisura de un mundo que venía. Obviamente por el desastre sanitario, por la enfermedad y la muerte, pero no sólo por eso. El mundo se convertía en algo gris, un lugar invivible. Y en ese sentido escribí la novela como un refugio, un lugar donde esa grisura ambiental no tenía tanto sentido. Pensé que eso ocurriría en una historia de amor.
Salvador es un ser solitario que es jubilado tras años de profesor. ¿Ve que el confinamiento y su jubilación son la oportunidad para desaparecer y escapar a un lugar donde apenas coincidiría con alguien?
Él piensa que no hubiera conocido a una mujer tan hermosa, según él, como Montserrat, si no llega a ser por el confinamiento. Piensa que el azar le ha beneficiado. Considera que esa mujer que está en el pueblo de Sotopeña no se hubiera fijado en él de haber habido un confinamiento y haber más gente en el pueblo. Piensa que es un agraciado. La novela tiene muchas ironías. Ésa es una de ellas.
Ahí quería llegar. La novela transmite mucha ironía, sobre todo a través de las reflexiones que hace Salvador.
Es muy antisistema. Está desubicado ideológicamente. No se sabe muy bien… Algunos periodistas me han preguntado si Salvador es de izquierdas, de centro o de derechas. No, no. Es un desubicado. Y lo quería desubicado para que se empatizara con él. No hace una crítica ideológica. Hace una reflexión de carácter moral sobre el mundo que está viviendo. Es verdad que lo moral y lo político se acercan. Pero su primera manera de verlo es moral. Hace observaciones inesperadas. No son las que haría un político o un politólogo. Ve que se está insultando mucho a la vida.
Salvador huye de la humanidad, de la sociedad…, ¿verdad?
Sí. Huye de la humanidad. No es un ser muy social.
De hecho, en su huida a Sotopeña no imaginaba que encontraría a una mujer como Montserrat, que le cambiaría la vida durante un tiempo.
No, no lo esperaba. Él es un ser melancólico, en general. Pero también sigue teniendo ganas de vivir. Y de hecho su enamoramiento le vuelve la fe en la vida.
Además, me da más la impresión que su amor por Montserrat es más idealizado que real. Y ahí es donde entra ese guiño a El Quijote y a su personaje Altisidora.
Efectivamente, él se enamora más del amor que de una mujer. Es un amor idealista; él es un idealista. Y se enamora mientras lee El Quijote en el confinamiento. Se lleva dos libros, La Biblia y El Quijote. Y, lógicamente, se lee El Quijote (risas). Y allí ve un modelo de vida que es el de Don Quijote. Un ejemplo. La idealización de la mujer que hace le sirve a Salvador porque le regala una especie de plenitud vital. La idea del idealismo romántico es un poco la búsqueda de algo que “te mienta”. Y él se deja engañar, pero nadie sale perjudicado por mentirse a sí mismo, sólo él. La utopía personal del amor es muy distinta de la utopía política. Ésta se lleva a mucha gente por delante. Porque es social. La utopía romántica es la de un ser solo, que no le hace mal a nadie. Salvo a sí mismo.

Por eso cuando él renombra a Montserrat y la llama Altisidora lo hace para huir de la realidad e idealizar a la mujer que ha conocido… No quiere a una mujer normal y corriente.
Efectivamente. Él decide idealizarla. Y en el proceso de idealización se ve obligado a cambiarle el nombre. Tiene que elevarla, llevársela, raptarla de la realidad… y conducirla a un terreno ideal.
Además, Montserrat también es una mujer que huye, ¿no?
Es una mujer que huye también. Los dos huyen. Eso está bien visto. Los dos huyen. Ella tiene un pasado donde ha perdido cosas. Ha perdido la custodia de su hijo, algo muy grave para ella. La hace estar desesperada. Incluso ve en la relación con Salvador una forma de salir adelante.
Y en esa historia de amor que se crea entre Salvador y Montserrat vemos que no hay barreras. Es un amor pleno, sin condiciones… sin importar la edad que ambos tienen. Y a Salvador el tema de la edad es algo que le inquieta desde hace algún tiempo.
Sí, le inquieta porque ve que el amor que él quiere sentir, socialmente, está reservado para la gente joven. Y eso le entristece y le hace reaccionar airadamente contra esa normativa social. Ve que hay una discriminación por la edad, que la hay. Hemos luchado contra la discriminación sexual, racial, política, religiosa… y la discriminación por edad parece que se ha quedado sin resolver. La hay. Hay mucha gente a la que por tener más de 50 años no le dan trabajo. Y hay actrices de Hollywood que dicen lo mismo, que los directores no piensan en ellas. Me llama la atención que la discriminación por edad se haya colado. Socialmente no se espera nada de una persona que pasa de cierta edad. Lo cual me parece una discriminación tan grande y tan abominable como la de sexo, religión, política o raza. Es negar a un ser humano la posibilidad de estar en igualdad de condiciones que otro ser humano. He visto recientemente la última película de Clint Eastwood, Cry Macho. Tiene 91 años. Me parece que sería un buen icono para luchar contra la discriminación por edad (risas). Un señor de 91 años que hace películas como un galán de 30.
Los besos. ¿El título de la novela es una metáfora sobre la necesidad de ser más afectivos, de besarnos en lugar de pegarnos, de abogar más por el amor que por la guerra?
El título es de lo primero que vi claro. Como estaban prohibidos los besos en el confinamiento… Pero también por lo que dices. La mejor manera de manifestar que somos seres humanos es con los besos. Me parece algo primitivo y atávico. La necesidad que tenemos. Decir besos es decir humanidad, afecto… es la necesidad que tenemos unos de los otros. Y la confirmación de que existes. Porque si el otro no te ve, tú no existes. Es recordarle a la gente que como no tengas a alguien al lado…
La novela es una reflexión constante. Salvador nos plantea a través de sus pensamientos lo que siente de la vida, de la política, del amor… Salvador te invita a la reflexión.
Es una novela muy reflexiva, sí. No sé si eso es bueno o malo. Me ha salido así. Salvador es un ser muy reflexivo. Hay un momento en el que el personaje se me fue de la mano. Creándolo hay cosas que dice que no sé la razón por la que las dice (risas). El personaje es muy reflexivo y muy meditabundo. A veces yo estoy más cerca de Montserrat que de Salvador. Ella es alguien más vital. Está más preparada para la vida normal. Lleva una gran mochila. Es una mujer con muchas heridas. He conocido a muchas mujeres así. Zarandeadas por la vida. A él se le va mucho la “olla”, como decimos coloquialmente. A él no le ha pasado nada, digamos, memorable. Pero los dos son un poco desgraciados en el fondo. En esta vida todos somos un poco desgraciados. Y el que no lo quiera reconocer es porque a lo mejor se engaña. Hacemos lo que podemos.
Fotografía de portada de Andrea del Zapatero.