Salvador, el protagonista de la última novela de Manuel Vilas, Los besos (Editorial Planeta), es un anónimo ser humano que huye de la Humanidad, de la realidad en que vive. Y aprovecha el momento más crítico de la pandemia de la Covid-19 para aislarse en una casa de la sierra madrileña. Una casa del sindicato al que está afiliado. Porque Salvador, es profesor, y acaba de jubilarse por prescripción médica. E intentando hacer uso del significado de su nombre, ve en aquella inesperada circunstancia de su vida la oportunidad de salvar su alma. Y para ello se crea una ilusión. Parece como si aquella catástrofe natural provocada por un virus, en vez de quitarle la vida, se la devolviera. Para él supone el comienzo de un nuevo camino vital.
Curiosamente sólo se lleva dos libros a su refugio, La Biblia y El Quijote.
Cuando Miguel de Cervantes publicó a comienzos de 1605 su celebérrima y universal novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha tenía 57 años. Le quedaban unos meses para llegar a los 58. No sé si por casualidad o intentando mantener cierta similitud con el autor de Alcalá de Henares, el personaje ficticio de Los besos tiene 58 años. Don Quijote idealizó el amor en la figura de una moza elegida al azar llamada Aldonza Lorenzo, a la que rebautizó en esa búsqueda de la realidad y de la perfección con el nombre de Dulcinea. Salvador, influido por el embrujo que le produce la lectura de la obra cervantina, y tras conocerla asimismo casualmente durante su retiro en la sierra, se da un baño de imaginación y llama a Montserrat, una dependienta de una tienda, divorciada y de 40 años de edad, Altisidora (un personaje extraído de El Quijote).
Manuel Vilas nos habla en Los besos del amor pleno, sin barreras, sin condiciones… sin edad. De la ilusión de vivir a través de la pasión. Los besos son las reflexiones de un hombre que se asoma a los 60 años en plena irrupción de la pandemia y con una recién abierta crisis personal.
Y sin esperarlo, Salvador encuentra en Montserrat un amor al que se permite idealizar, hasta el punto de sacarlo de la realidad sólo con el cambio de su nombre. Porque Altisidora es la misma mujer pero llevada a los límites de la pasión, la irrealidad y la ilusión quijotesca. Montserrat se convierte en la Dulcinea particular de Salvador, en Altisidora.
Pero Los besos no sólo es una apología del amor romántico; Los besos nos ofrece también una visión crítica del mundo que habitamos, de las prisas, de los ruidos, de nuestros gestores, del amor rutinario, del caos provocado por la pandemia actual, del “todo vale”… y en ese repaso al comportamiento humano, Salvador, quien también tiene tiempo de atizar a los políticos y al mismo Rey Emérito, “patenta” un nombre para definir a aquellos: Narciso; ello partiendo de la imagen que tiene creada del presidente del gobierno español, y a quien se refiere tras algunas de sus intervenciones en los medios de comunicación ante la crisis sanitaria.