Mitificar siempre es una acción que suele ocurrir cuando alguien muere. Hacemos un repaso de todo lo que hizo en vida y le ponemos la etiqueta de mito. No deja de ser una imagen idealizada que se forma alrededor de un personaje, de un fenómeno, y que nos da esa potestad de convertirlos en modelos para seguir.
Sin embargo, existen excepciones y hay quien no le hace falta morir para ser un mito en vida. Y ese fue el caso de Raffaella Carrá desde que empezó en la interpretación en su primer filme, Tormento del passato, con nueve años. Pese al talento innato que tenía, no fue hasta la década de los 70 cuando empezó a cosechar el éxito que merecía. Dejó la interpretación para dedicarse al mundo de la música y a presentar programas de televisión. Desde entonces, sus movimientos de cabeza y su ‘Tuca Tuca’ , ‘Caliente, caliente’, ‘Qué dolor’ o ‘Fiesta’ ya han pasado a ser parte del imaginario colectivo de cualquiera.

A los millenials siempre se nos acusa de no saber de todo. Pero en cambio, sí sabemos apreciar y glorificar a todos los artistas que son parte de nuestra cultura. Antes de Raffaella han estado David Bowie, Johnny Cash, Camilo Sesto o Phil Spector, por hacer mención de recientes fallecimientos en el ámbito musical. Y siempre ha habido el mismo dolor: el de dejar un vacío que poco puede llenarse ya. Al igual que ocurrió con el fenómeno de Mamma Mia!, de Phyllida Lloyd, en 2008, donde se toca en una especie de película-homenaje la discografía de Abba, y que a día de hoy, sigue siendo Trending Topic la película favorita de toda una generación, Explota explota, de Nacho Álvarez, hace un breve, pero acertado resumen de la carrera musical de la italiana; ideal este para mantener su recuerdo.
Sin duda, en días como hoy sólo nos queda eso: valorar todo aquello que nos dejan aquellos grandes y gritar bien alto, como hizo Raffaella Carrá, “Adiós amigo, goodbye, my friend, chau, chau, amigo, arrivederci, auf wiedersehen. Adiós, amigo, goodbye, my friend. Sigue a la banda, que con la banda todo va bien”.