'El gato que enseñaba a ser feliz (Rachel Wells, 2018)'

Alfie, el dulce encanto de la bondad

 “¿Cómo se puede querer tanto a un animal?”, se preguntan, o mejor dicho, nos preguntamos quienes tenemos con nosotros a esos seres tan agradecidos, fieles, cariñosos… cuando nos acarician, o nos buscan para jugar, o cuando somos nosotros quienes nos acercamos a ellos y los cogemos para hacerles carantoñas, y nos dan ganas de apretarles con todas nuestras cariñosas fuerzas hasta transmitirles cuánto les queremos. Y no digamos ya las veces que decimos “¿cómo es posible que haya seres humanos que sean capaces de hacerles daño?”. Arturo Pérez-Reverte en la presentación de su reciente obra, Los perros duros no bailan, realizó una lapidaria declaración al decir que “en España el maltrato animal sale casi gratis. La ley española contra el maltrato animal es la más infame en Europa”.

Valga esta introducción que nace de lo más profundo de mí cuando escribo este artículo y lo hago mirando cómo corretean por el salón del piso con su vulnerable inocencia Bruce (por el genial Bruce Springsteen, un chantaje emocional de la hija que lo trajo), y Donna (por la diva de la música Madonna, a la que salvó de una muerte casi segura en la calle mi otra hija). Son, efectivamente, los dos gatos que un día llegaron inopinadamente a (su) casa; cada uno rodeado de sus propias circunstancias, para quedarse para siempre… y adueñarse de todo. Porque, efectivamente, son los amos.

El gato que enseñaba a ser feliz (Rachel Wells, 2018)
Bruce y Donna

Cuando se lee algo como las estupendas novelas de Emilio Ortiz (A través de mis pequeños ojos) o Rachel Wells (El gato que curaba corazones), ambas publicadas en 2016 por  Duomo Ediciones, y de las que ya hemos dejado constancia en Gatrópolis, ese sentimiento de paternidad que uno siente sobre estos compañeros de viaje aumenta, y empatizas enormemente con sus autores, y te das cuentas de las enormes diferencias que existen entre el alma de un ser humano y la de un animal. Parafraseando nuevamente a Arturo Pérez-Reverte, “he perdido el respeto por muchos seres humanos, pero jamás por los perros”.

El primero, Emilio Ortiz, ha publicado este año otro libro dedicado a los perros, titulado La vida con un perro es más feliz, de Ediciones Temas de Hoy, de Editorial Planeta. Pero del escritor baracaldés afincado en Albacete, hablaremos en otra ocasión. Hoy nos vamos a referir a la continuación de El gato que curaba corazones que Rachel Wells ha llevado a cabo a través de El gato que enseñaba a ser feliz, también de Duomo Ediciones.

El gato que enseñaba a ser feliz (Rachel Wells, 2018)
Fotografía de Patricia del Zapatero

Nuevas aventuras

La escritora británica ha regresado a Edgar Road, barrio londinense al que llegó su protagonista, Alfie, un gato de salón, tras quedarse solo por la muerte de su anciana ama, Margaret. Como recordarán los lectores de Gatrópolis que hayan leído este estupendo libro, el desventurado felino vagabundeó durante varios días en busca de un lugar donde pudiera recuperar las comodidades y el cariño perdidos por el infortunado, y esperado, desenlace de la vida de la persona con la que convivió a lo largo de muchos años. Tras múltiples pesares, Alfie llegó a un lugar donde rehizo su vida y se reencontró con lo que tanto añoraba. Pero, además, este personaje gatuno ayudó también a que las personas de aquella zona residencial recuperaran la felicidad. Y fue con solo el amor recíproco que ambas partes se concedieron: “Ya me conoces, me gusta que todo el mundo sea feliz. Humanos y gatos. Para mí es muy importante”, le comenta a su inseparable amiga Tiger en esta segunda entrega de sus aventuras.El gato que enseñaba a ser feliz (Rachel Wells, 2018)Porque en El gato que enseñaba a ser feliz, Alfie, ya asentado y con sus amigos, la referida Tiger, una gata enamorada de él, aunque no se percate de ello; Tom, un bravucón con más fuerza e ímpetu que cerebro; Salmon, un auténtico cotilla fiel a la personalidad de sus dueños; y otros compañeros de andanzas como Nellie, Rocky o Elvis, continuará con su afán de vivir la vida con alegría y transmitiéndole esta a los demás: “Sabía que poseía un don para unir a las personas y, pese a la oposición que se me estaba presentando, estaba decidido a seguir haciéndolo. Aunque en algún momento del camino las relaciones causaran dolor, a la larga valían la pena, pensé mientras me sumía en un sueño inquieto”, reflexiona en un momento de la trama.

Alternando con  las distintas familias que le acogieron y le convirtieron en un gato de portal, afronta interesantes aventuras. Llegan a Edgar Road nuevos vecinos. Unas enigmáticas personas que parecen huir de un pasado complicado y que optan por aislarse de los demás, generando los comentarios más disparatados y la desconfianza de los amos del cretino y cotilla Salmon. Con estos novedosos compañeros de barrio vive una gata igualmente enigmática, blanca, de la que Alfie se queda prendado, llamada Snowball.

A partir de este hecho, varias historias se van desarrollando en la vida de nuestro simpático personaje, en las que por su propia naturaleza no tiene más remedio que involucrarse.

El gato que enseñaba a ser feliz (Rachel Wells, 2018)
Fotografía vía Facebook de Rachel Wells

Humanos vs gatos

Rachel Wells aprovecha la vida de Alfie para crear un paralelismo entre la de los gatos y la de los humanos. Y lo hace adaptándoles a los primeros virtudes y defectos propios de los segundos, además de reflexiones impropias, supuestamente, del mundo felino. Les concede el don de la inocencia, la hipocresía, la bondad, el odio, la amistad… hasta del amor:

“−¿Estás enamorado de ella? −me preguntó, muy seria. −No lo sé −respondí, con sinceridad. −Dime, ¿cómo te hace sentir? −dijo.

De repente, se había puesto a cuatro patas y me miraba abiertamente a los ojos. Sabía que era un tema delicado, pero quería ser sincero con ella. −Es mala conmigo, pero aun así siempre tengo ganas de verla. Pienso en ella antes de irme a dormir y cuando me despierto. Noto un cosquilleo en la barriguita cada vez que la veo. Y quiero estar con ella, aunque ella no quiera estar conmigo. Más o menos es eso. −Bueno, pues es evidente que estás enamorado de ella −dijo Tiger. −¿Y por qué estás tan segura? −le pregunté. −Si aún no lo has entendido, es que no eres tan inteligente como crees. −¿Eh? −Estoy tan segura, Alfie, porque así es como me siento yo contigo”.

Incluso, en El gato que enseñaba a ser feliz aparecen temas de plena actualidad en la sociedad y otros inherentes a la propia sociedad, como el acoso escolar, la capacidad de las personas para cotillear e inmiscuirse en los asuntos ajenos, la traición, etc.

En resumen, hablamos de una novela atractiva, que habla de la vida, de las personas, de los animales, de la felicidad…

 

 

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