'Pedro Zuazua: “Creo que soy mejor persona desde que vivo con Mía”'

El periodista, natural de Oviedo, Pedro Zuazua publicó en mayo de este mismo año su primer libro. Un proyecto con el que sin saberlo se ha colado en los hogares y en los corazones de todas aquellas personas que han querido conocer a la preciosa Mía y sus aventuras. En mi casa no entra un gato es el relato de un padre gatuno primerizo, preocupado por el bienestar de su pequeña fiera. Un retrato de amor y respeto hacia estos pequeños seres que hacen que nos volvamos locos con sus extrañas ocurrencias y que los amemos sin condiciones.

Las novedades de Duomo Ediciones (abril-junio '18)

¿Cómo surge la idea de En mi casa no entra un gato?

Cuando adopté a Mía, bueno, cuando me hicieron adoptar a Mía (risas), llegaba al periódico y me ponía a contar los dramas domésticos de todos los días, y la gente se partía de risa. En El País hay un blog que se llama Animales y CIA, que recoge historias de animales, y también información sobre la causa animalista. Y me preguntaron que por qué no escribía esas anécdotas en el blog. Hice una historia sobre la primera noche con su día de Mía, y fue lo más leído del día. Funcionó muy bien, e hicimos dos más, que también fueron muy bien. Y un día me escribieron de la editorial Duomo, me dijeron que habían estado leyendo las historias del blog, y me ofrecieron escribir un libro sobre Mía. Nunca me lo había planteado, pero empezamos a trabajar y hasta hoy.

¿Cuánto tiempo ha llevado realizarlo? ¿Sabías desde un principio como querías enfocarlo?

Escribir el libro era complicado, no es ni ficción ni no ficción, jugaba entre medias. No es literatura, pero a veces es un diario, no es una novela, ni tampoco un diario exactamente. Lo que acordamos es que serían capítulos cortos, como los del blog, que es una lectura más rápida. El libro tiene una lectura amena y sencilla. La idea era hacer capítulos en la medida que fueran pasando cosas, que no fuera algo impostado o falso porque no tenía ningún sentido. Pero claro, como vivir con un gato te da para muchas anécdotas, siempre iban saliendo temas. A medida que se iba desarrollando el proyecto fuimos metiendo temas como los gatos y el cine, los gatos y la música, los gatos y la literatura… Buscamos entre la editorial y yo qué temas podían ser interesantes para la gente.

A través del instagram de Mía se puede ver que la acogida está siendo muy buena, ¿no?

Estamos muy contentos. Es mi primer libro, jamás me podía haber imaginado escribir un libro sobre gatos. Pero en la editorial están muy contentos. Está yendo todo muy bien. Y aparte de que se esté vendiendo bien, las opiniones son muy buenas. La gente que lo lee se divierte mucho, se ve reflejada, se ríe un buen rato, que al final es lo que tiene la lectura. Que te saque del día a día, de los problemas… También hay otra cosa que tiene el libro, y que aunque vaya sobre un primerizo gatuno, realmente lo puede ser de cualquier cosa. Es decir, al final es la historia de alguien que se mete en un universo nuevo, se adentra con pasión, y mucha gente se habrá reflejado en eso también. Es como ser padre primerizo, no conoces nada, no sabes nada, y empiezas a descubrir un mundo nuevo, que no sabías que existía. Pues ese es el caso.

Pedro Zuazua: “Creo que soy mejor persona desde que vivo con Mía”
Fotografía de Andrea del Zapatero

Cuando lo iba leyendo me pasaba eso. Identificaba a mis gatos en las historias y en las trastadas de Mía. E incluso a personas de mi entorno o a mí misma las veía reflejadas en los personajes que aparecen. Que al lector le despierte empatía por lo que está leyendo es un plus muy grande como comentas…

Creo que la clave del libro es que es muy honesto, y sincero. No hay trampa ni cartón, porque al final es una victoria. La victoria de Mía, que se hace con mi casa y con mi corazón. Y se hace con mi casa en dos semanas, y luego es cómo se va ganando a mis amigos, a mi familia, a todo el mundo… Creo que eso a todos los que tenemos gatos, de una u otra manera nos ha pasado. Luego habrá quien haya tenido un gato malvado que no lo quiera nada, o un gato muy arisco que no se diera a dormir con los dueños. Pero creo que la tónica general de los gatos siempre es esa. Siempre hay alguien de la familia que no lo quiere, el que lo quiere empuja por tenerlo… Al final hay cosas que son generales, por las que todos hemos pasado: el arenero, el sofá, las vacunas, el veterinario, los destrozos de la casa, el cariño que te dan cuando te lo dan, y cómo te ignoran cuando te quieren ignorar… Todas esas son cosas que, sea bueno o malo el gato, vas a sufrirlas. Para que la gente se sienta identificada, como ha sido tu caso,  es contar sencillamente lo que pasa. Creo que los gatos siguen un patrón de maldad el 90% de ellos, y que todos hacen lo mismo.

Después de estos más de dos años viviendo con Mía, ¿qué te ha enseñado ella?

¡Muchas cosas! Creo que soy mejor persona desde que vivo con ella. Por ejemplo, los animales me gustan mucho más. Antes le tenía mucho miedo a los perros, a los gatos incluso. Cuando un amigo tenía uno pensaba que me iba a saltar para atacar. Y ahora cuando salgo, me fijo más en ellos, no tengo miedo a acariciar un perro, ni a un gato. Tengo una relación más natural con el mundo animal. Luego, me ha redescubierto el amor, porque la quiero muchísimo, con locura. De hecho, cuando está mala sufro muchísimo, lo paso fatal. Y a veces pienso en el día que falte, porque algún día faltará, y veo historias de otra gente que lo cuenta, o cuando se pierde uno, me entra un agobio por dentro de pensar “¡Madre mía! Como le pase algo a Mía, ¡me muero!”. De imaginarla sola por la calle vagando, sin nada que comer, con frío… Me pasa cuando veo que alguien ha perdido a su gato. Antes no reparaba cuando veía un cartel de gato perdido, ni me fijaba, y ahora lo paso mal, empatizo con esa persona. En casa he aprendido a ser más ordenado pero por obligación, porque como no lo seas, te vas lleno de pelos a trabajar. Y también a ser más generoso, porque ya la casa no es mía, es de ella. Incluso pienso para dónde duermo, dónde me echo la siesta… Todo tengo que compartirlo con ella, decide ella. Y son cosas que aprendo con el día a día.

Vemos que Mía es muy activa en redes sociales, y que podría ser una gata influencer, ¿cómo es el trato con sus fans?

Ayer nos reímos porque decía que tenía “miers”, como Justin Bieber. Nos mandaron un regalo, una tacita de una asociación de Valladolid. Pero es broma, lo pasamos bien, es divertido. Las redes al final son un divertimento. Ellos además son muy simpáticos, muy expresivos… Y Mía como está todo el día enredando y haciendo cosas… Hay muchos gatitos por ahí. Está Nala, que es maravillosa. Yo la vi y me quedé impactado mirándola. ¿Cómo se puede ser tan guapa? Tiene 3 millones de seguidores. Viaja por Estados Unidos, por programas de televisión, pero es que la dejas sentada en el sofá del programa, y se queda quieta, es increíble. Hay perfiles de gatos que son maravillosos. Lo de Mía se quedará en una broma.

Las novedades de Duomo Ediciones (abril-junio '18)
Fotografía vía Facebook En mi casa no entra un gato

Cuando se termina el libro se queda la sensación de “¿y ahora que más?”, ¿Habrá segunda parte de las aventuras de Mía?

No lo sé todavía. Había una segunda parte obvia que era adoptar a otro gato, pero no lo voy a hacer. Ahora mismo no quiero otro gato por dos cosas, primero porque tengo miedo de que le cambie el carácter a Mía, que está muy bien. Es la reina de la casa y la que manda. Y segundo porque no me veo con dos gatos. Llevar dos gatos al veterinario, de vacaciones… No me veo (risas). Es una puerta que no quiero abrir. También está la cosa de que no quiero escribir sobre otro gato. Me lo he pasado muy bien, me he reído mucho, no descarto que el día de mañana pueda hacer otra historia sobre gatos. Pero ahora si escribo, que aún no lo sé, también te digo que escribir un libro es un trabajo. Te genera mucha carga de responsabilidad, tienes que cumplir unos plazos, tener unas ideas, tienes que escribir, sentarte todos los días a darle a la tecla… es un trabajo más. En la editorial quieren que haga una novela, pero una novela son palabras mayores, la ficción es mucho más complicada. Hay que tener mucho talento para hacer ficción, y hoy poy hoy creo que no lo tengo. Ahora estoy editando un libro que ya editó mi padre en el 85, pero es una obra menor. Es una teoría sobre el insulto en asturiano, es un libro muy simpático, pero es reducido para Asturias.

Esta historia parte de tu propia vida junto a Mía, y en ella aparecen personajes reales, ¿qué les ha parecido verse reflejados en un libro?

¡Ellos encantados! ¡Mi madre la más feliz del mundo! Está encantada, ahora parece la madre de la Pantoja (risas). Se parte de risa. Mi madre tenía muchas reticencias, ella pensaba que con un gato ya no me casaba. No sé qué teoría hay de que un gato es malvado para todo, que no sirve para nada. Luego fue cogiéndole cariño, y ahora con el libro, está encantada. Luego mi amiga Bárbara también lo está, de hecho ella quería escribir un capítulo, pero viendo lo perezosa que era, le hice una entrevista, porque veía que no iba a escribir el capítulo nunca. Todo el mundo que sale en el libro está contento. También es un libro amable, no critico a nadie, no creo que nadie se pueda sentir ofendido por salir en él.

La relación de tu madre con Mía es muy peculiar y graciosa. En el blog ya nos hablabas sobre las visitas a su casa y de las situaciones que allí se creaban, como cuando la encontrasteis escuchando a Vetusta Morla

Aquella noche fue muy simpática. No aparecía la gata y estaba tan tranquilamente escuchando a Vetusta Morla en la habitación de mi tía, y nos miraba… El otro día pasó una cosa curiosa aquí en Madrid. Vinieron a una presentación mi madre y mis tías. Les alquilé un piso que hay justo encima del mío y se quedaron todas en el edificio. Yo me fui a trabajar, volví para comer con ellas, y me dijeron: “Bueno, Pedro, ya te podemos contar. Que Mía desapareció. No sabes qué drama, pero ya está en casa, ya apareció. No veas lo mal que lo pasamos”. Por lo visto había bajado mi tía, y había dejado la puerta abierta, entonces la gata no aparecía. Mi madre llorando en el sofá diciendo “¿y quién se lo dice a Pedro?”. Mi tía: “se lo tengo que decir yo, que fue culpa mía”. Mi otra tía preguntando por el barrio a los vecinos si alguien había visto a la gata. Otra tía mía con el libro por la calle preguntando si habían visto a esa gata (risas). ¡Un drama, un drama! Y la gata estaba metida en un armario tan tranquila. Y nadie sabía cómo había llegado hasta ahí. Abrieron el armario y las miró con cara de “¿qué pasa? Estaba aquí”. También entiendo a la pobre gata, porque cinco días con las cuatro hermanas de mi madre hablando allí, es una locura. Pasaron muy mal rato y fue como aquello de Vetusta Morla, pero esta vez sin música y sin que me enterara yo.

En mi casa no entra un gato (Pedro Zuazua Gil, 2018)
Fotografía vía Facebook En mi casa no entra un gato

En mi casa no entra un gato se entiende como un relato de amor y respeto hacia los gatos, como un homenaje a ellos. ¿Tú lo ves así?

Más bien un homenaje a la inteligencia de los animales. Pero creo que el libro es más la crónica de cómo un animal te gana. Al final obviamente es un homenaje a ellos, pero creo que el libro consiste en contar el proceso de animalización, podríamos decir, de una persona que no era nada animalista. Cómo te transmiten cosas, cómo te van ganando terreno día a día, cómo cuando te quieres dar cuenta ya los quieres… No hubo nada que pasara entre los dos, y de un día para otro me di cuenta de que no podía vivir sin ella. Y es así, no hay una explicación. Hay teorías incluso que dicen que la toxoplasmosis, la enfermedad de los gatos, te la inoculan en el cerebro para que los quieras. Esto lo cuenta Abigail Tucker en un libro, en el que dice que los ratones acuden al orín de los gatos, siendo el único depredador que hace que sus presas se sientan atraídas por su orina. Entonces dicen que pueden tener una especie de sustancia/droga que nos engancha. Esto es una frikada obviamente. Pero es verdad que luego piensas “¿pero cómo puedo quererla tanto?”. Pasaría lo mismo con un perro, aunque hay otros animales que son menos empáticos como un pájaro, un ratón… No transmiten esos sentimientos que sí tienen los gatos y los perros.

Cuando uno es captado por el mundo felino, ya no se puede escapar y todo nuestro mundo gira entorno a él. Esto implica que uno se vuelque más con asociaciones, preste más atención a los que están en la calle, al cuidado de uno propio y se destruyen ciertos prejuicios sobre ellos, ¿a ti te ha pasado esto?

¿Te ha llegado algún testimonio de adopción a raíz de tu libro?

Me llegan mails de historias y de gente que ha tenido gatos, unos que han muerto, otros que no, de quienes tienen un montón de gatos, que antes no querían y ahora no pueden vivir sin ellos, que eran alérgicos y se pusieron vacunas para curarse… Y luego me llega gente que ha adoptado un gato por el libro. Lo cual me hace sentir muy orgulloso. Ahora también os pasará a vosotras que cada vez que veáis a un gato que está sin casa, lo queráis adoptar. Pero, claro, tienes que poner un límite, no puedes tener todos los gatos que aparezcan. No me han llegado mil, pero sí que 10 o 12 personas me han dicho que estaban dudando, pero que tras leer el libro han dado el paso. De hecho, ayer coloqué a uno a un compañero. Que lo había dejado con la novia, y tenían dos gatos, se los quedó ella que era más gatuna, dígamos. Y me dijo, “oye, Pedro, ¿me podrías conseguir un gato?”. Ya se lo hemos pedido y se va con él a Badajoz a pasar el fin de semana. Ahora me dedico a colocar gatos. Cada vez que veo a alguien bajo de ánimos le digo: “¡Tú necesitas un gato!” (risas).

Ya te has convertido oficialmente en un colocador de gatos, ¿no?

Ayer vino a cenar Bárbara, precisamente, y estuvimos hablando del gato y me dijo, “este me lo apuntas a mí que te lo conseguí yo”. Y le dije que no, que había sido cosa mía. Aunque el enlace me lo consiguió ella. Los gatos cuando te los mandan tienes que tener también algo de feeling cuando los ves. Nos mandaron algunos que no es que fueran feos, pero no me decían nada.

Pedro Zuazua: “Creo que soy mejor persona desde que vivo con Mía”
Fotografía vía Facebook En mi casa no entra un gato

El prólogo está escrito por Elvira Lindo, ¿de quién fue la idea?

Lo decidió ella. Me escribió en verano. Somos amigos, claro. Me mandó un mensaje: “Oye, Pedro, si no tienes prologuista ni presentador para el libro, yo me ofrezco”. Me quedé a cuadros porque no contaba con ello. De hecho no me atrevía a decir que sí porque lo tenía que hablar con la editorial, no sabía cómo funcionaba eso. Encantado de la vida. Fue muy generosa con el prólogo. Se lo entregué antes de publicarlo, aunque me daba un poco de vergüenza darle un libro a Elvira Lindo. Le dije que el libro era cómico, que lo tomara como tal. Y me dijo que hacer humor es muy difícil, que no lo hiciera de menos. Luego me dijo que le había encantado. Ella también es muy animalista. Tiene una perrita pequeña, Lolita. Y, ya te digo, fue generosísima con el prólogo, demasiado.

Entre las anécdotas más surrealistas que te han pasado desde que compartes tu vida con un gato, ¿se encuentra el curso para aprender a cuidar de él?

Sí (risas), pero yo lo hice a conciencia además. Estaba muy preocupado. No tenía ni idea, si le puse el comedero, el arenero y el bebedero en el mismo sitio, el primer día. Luego me dijo la veterinaria, “¿tú te imaginas el váter y la mesa del comedor al lado?”. Tienes que aprender de rascadores, las hierbitas estas de karlie… Es un mundo. El curso me sirvió para muchas cosas como no perder tiempo en entrenarlo, en decirle “no hagas eso”, porque lo va a hacer si le da la gana. Me sirvió para ahorrar tiempo y para entenderla mejor. Ahora, como soy un agonías y un hipocondríaco, me preocupo por todo, tampoco te creas que mejoré mucho.

Entonces eres tan agonías como se refleja en el libro.

¡Mucho más! Sí, sí. Cuando veo que le pasa algo o que estornuda, me vuelvo loco, me agobio. Le contaba las respiraciones cuando estaba con el asma, que no tiene asma encima. Pero en cuanto la oigo estornudar, me agobio mucho. También es porque soy hipocondríaco, y creo que tengo todas las enfermedades del mundo, cuando le pasa a ella lo transmito.

Cuentas al comienzo del libro cómo es tu primera noche con ella, en el que tu mayor miedo era que te arañara los ojos. Lo cuentas de una manera cómica, pero esto es fruto del gran desconocimiento que tenemos sobre los gatos, ¿no?

Los gatos con los que yo antes había tenido relación, que eran de algún amigo, eran gatos malos. Había uno que se llamaba Simba, y teníamos en la nevera de mi amiga Isa una caricatura de él, y señalaba el nivel de maldad de Simba. Y estaba casi hasta arriba, porque era malísimo. Otros gatos que había visto arañaban, mordían, te perseguían, te ponían mala cara… Y, claro, yo le tenía miedo en plena noche, a pesar de que era un ser raquítico, enano. Pero había venido con esa actitud de querer mandar en la casa, de decidir dónde se iba a poner… que pensé que me echaba de mi casa. No paraba quieta, no dejaba de correr. La oía para adelante, para atrás, arañaba no sé qué, maullaba, se subía encima de mí… Los gatitos bebés que había conocido se habían pasado los primeros días metidos en algún lado escondidos, pero esta no. Yo pensaba “pero, ¡tía, escóndete!”. Después a los dos o tres días intenté efímeramente que no durmiera en la habitación, le cerraba la puerta, pero ya me dejó claro con los conciertos de viento que daba, que no (risas).

Fotografía de portada de Andrea del Zapatero.

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