Ilu Ros: “En 2011, habiendo estudiado dos carreras universitarias, en plena crisis económica, decidí irme al extranjero”
Nueva novela gráfica con tintes autobiográficos
Una casa en la Ciudad (Lumen) es una novela gráfica que lleva la firma de Ilu Ros. Ello es una garantía de éxito. La autora de Federico o Una trilogía rural nunca decepciona. Su doble condición de ilustradora y creadora de historias la convierten en uno de los grandes valores actuales. En esta ocasión se ha sumergido en su interior para salir desde lo más hondo de sí misma. Y nos muestra la dura realidad de una generación de jóvenes españoles que tuvieron que abandonar el país (ella se fue a Londres) en busca de ese El Dorado que en realidad no existe como tal. Comienzos complicados respaldados por la incomprensión, el desánimo, las dudas, pero la fortaleza que exhiben personas muy preparadas que han de pagar los desatinos de quienes han de construir una sociedad más solidaria y generosa.
Una casa en la Ciudad supone un cambio de guion en tu obra, pasando a contarnos tu propia experiencia vital en unos inicios que no fueron fáciles. ¿Por qué esa necesidad de plasmar en un libro tus vivencias?
Efectivamente, el libro es autobiográfico. La trama es sobre mi experiencia cuando en el 2011, habiendo estudiado dos carreras universitarias, en plena crisis económica, yo, como otros muchos jóvenes, decidí irme al extranjero. No como una aventura, como decía algún político, en plan jóvenes aventureros, sino a buscarnos la vida en cualquier cosa.
Y lo que parecía que iba a ser para poco tiempo se convirtió en una etapa vital mucho más larga. ¿Cómo recuerdas ahora aquella experiencia y cómo surge lo de exponerla?
Pues yo imaginaba que me iba para un año y al final fueron ocho. Y creo que comienzo a pensar en todo lo que me había ocurrido cuando vuelvo en 2019. Y empiezo a plantearme el hecho de ir a casa cuando Londres ya se había convertido en eso. Y decía volver cuando en realidad iba a Madrid, porque ya no tenía sentido regresar a la casa de mis padres. Ya llevaba ocho años fuera, y cuando te alejas de un lugar es muy difícil volver. Deja de ser lo que fue. La gente ha cambiado, todo ha evolucionado, cada uno sigue su vida y ya no encajas igual. En 2019 sabía que quería hablar de eso. De hecho, ya lo hacía en mis ilustraciones, en algunos de mis dibujos, en mis diarios. En 2021, tras mi libro Federico, le dije a mi editora que quería hacer un libro sobre toda esa experiencia, la precariedad laboral, la generación de jóvenes que nos fuimos porque aquí no teníamos ningún futuro. Nos llamaban la Generación Perdida. Y quería hablar de todo aquello. Y de esa búsqueda de un hogar. Nuestros padres y nuestros abuelos nos habían podido dar una vida que a lo mejor ellos no pudieron elegir, y sin embargo ellos sí miraban hacia un futuro en el que todo iba a ir mejor. De hecho, nuestros padres han vivido mejor que nuestros abuelos. Pero nosotros, de repente, vimos que no había futuro. Y eso se ha trasladado a gente más joven. Es un futuro mucho más incierto. Y, sobre todo, más pesimista. No creemos que vayamos a vivir mejor que nuestros padres; sino peor, porque no tenemos acceso ni a una vivienda. La trama del libro está basada en una experiencia personal, pero con esos otros temas que se van cruzando.
¿Volver a la casa de tus padres, partiendo de cero otra vez, hubiera sido un fracaso después de estar ocho años intentando crear tu propia vida?
Sí, claro. Cuando yo me fui tenía 26 años. Para quien se fue con 50 años fue un drama, porque ya tenía una familia, con hijos. ¿Cómo podía ser que esta gente se tuviera que ir fuera, a empezar de cero? Quien emigra comienza desde ahí. No hablamos de un trabajo importante; no, te vas con una gran precariedad laboral. Y más a una ciudad como Londres, donde yo me fui, que es muy hostil. Pero, claro, yo tenía 26 años, la edad en la que has terminado de estudiar, y se supone que te tienes que consolidar económica y emocionalmente. Vas eligiendo la ciudad en la que quieres vivir. La gente empieza a formar un poco una familia en el sentido de tener hijos, o amigos, o un hogar. Y, sin embargo, el suelo se tambaleó para todos. Y los que son de mi generación, que ya estamos cerca de los 40 años, tenemos la sensación de que todavía somos muy jóvenes y de que aún nos estamos formando profesionalmente. Y veo a gente ya adulta, con 26 o 27 años, con mucha más seguridad. Y creo que eso es porque en esos diez años en los que hemos estado intentando buscarnos la vida se nos ha metido mucho esa idea de que nada es suficiente. Tienes la sensación de que esa incertidumbre nunca van a pasar.

Cuando me fui, incluso, pensaba que volver era un fracaso. Cuando me fui noté que si pasaba del primer año ya me quedaría 5 o 10 años; que era lo normal. Todavía tengo amigos allí. Pero lo difícil era pasar ese primer año. Hay quien al primer mes se va. Es difícil. Te miran de otra manera. Eres otra persona. No te puedes comunicar. Lo del idioma para mí fue muy difícil. No salía nada de lo que yo había hecho o había estudiado. Me veían como una migrante. Y te das cuenta ahora de cómo los miramos nosotros. Como una masa deforme. Como si no fueran personas. Yo pensaba volver, pero me daba vergüenza. Sí. Era como un fracaso. Decir que me voy a probar suerte, y regresar sin nada. Como si no hubiera conseguido nada, como si tuviera que conseguirlo. Volver peor de como me fui lo veía ridículo.
Comienzas el libro con muchas incertidumbres y durante tu estancia en Londres vives situaciones complicadas, en lo personal y en lo laboral. Pero, al menos, al final, pudiste trabajar, como dices en el libro “de lo mío”. Ello supone un mensaje de esperanza para los demás. ¿Tienes esa sensación?
Bueno, sobre todo conseguí saber qué era lo mío (risas). Porque cuando decía “allí trabajo de lo mío”, tampoco sabía qué estaba diciendo. Estaba bien para decírselo a los demás, pero ellos me decían, “sí, sí, de lo tuyo, claro”. Y yo pensaba que igual ellos sabían de lo que es, y yo no lo sé (risas). Pero si eso les valía, era suficiente.

En Londres era una limpiadora en un hotel. A nadie le importaba si me gustaba o no el Arte
Ilu Ros sobre su experiencia residiendo en el extranjero
¿Se ha producido un cambio de mentalidad en muchas cuestiones en los últimos años? ¿Hemos avanzado?
Creo que hemos cambiado la manera de concebir el futuro. Evidentemente, con la madurez, eso es normal. Pero sí creo que había una forma de ver las cosas en los 90, en los 2000, que presagiaba que si hacías una carrera ibas a tener trabajo, comprar un piso, crear una familia. Iba todo como teledirigido. Con nosotros, con una formación incluso mejor que la de nuestros padres o nuestros abuelos, eso no ha sido así. Nunca sabes qué va a pasar. Te puedes perder y encuentras otras cosas que no buscabas. En Londres, al principio, fue muy difícil. Pero en ese momento en que me pierdo tanto, en que estaba muy triste, muy insegura, decidí hacer lo que siempre me ha gustado, dibujar. Y, volver a hacer algo que me gustaba desde niña, fue lo que me hizo dirigirme profesionalmente. Buscaba en otros sitios y no tenía nada más que hacer que lo que había hecho siempre. Está bien abrir un poco la mente. Aceptar la situación que tienes y buscar qué otras posibilidades hay. Ya que desde arriba nadie te apoya, busca otra manera de vivir.

En Una casa en la Ciudad, que se supone que es Londres, aunque no la nombras, transmites muy bien la hostilidad con la que trata a los migrantes, incluso a los turistas. No es una ciudad acogedora a pesar de su grandiosidad como urbe.
Sí, sí. Sobre todo ese concepto. Lo que dices. Creo que no es una ciudad fácil tampoco para el turista. Es complicado ir desde el aeropuerto al centro. Te pierdes allí. Y, sin embargo, es como si todos repetimos lo mismo. “¡Qué guay, Londres!”. Hay muchas cosas buenas allí. Es una ciudad multicultural. Me sentí bien acogida por la gente. Es una ciudad muy abierta. Más que el resto de Gran Bretaña. Pero la precariedad fue muy grande, compartiendo piso y dejándonos dinero unos a otros. A quienes habían estudiado una carrera técnica se los rifaban, pero a los de Humanidades, Arte, etc., nos costaba más. A veces se romantiza mucho, y no es así. Yo en Londres era una limpiadora en un hotel. Era mi realidad. A nadie le importaba si me gustaba o no el Arte.
¿Cómo ha sido el proceso de elaboración de Una casa en la Ciudad? ¿Todos los ilustradores trabajáis igual? En tu caso, ¿qué ha sido antes, el texto o la ilustración?
Sí. Trabajamos de manera diferente. Me gusta preguntar a otros ilustradores o autores de cómics cómo lo hacen. Creo que cada uno venimos de sitios diferentes. Yo, por ejemplo, vengo de Bellas Artes. Pienso que eso se nota, porque tenemos un dibujo, una forma más plástica de recrear las ilustraciones. Y, además, tengo formación en Comunicación Audiovisual. Yo utilizo mi herramienta basándome en lo que he aprendido en Narrativa Audiovisual. Pero todo más dirigido al cine o al documental. Y eso se ve en mi trabajo. Y, sobre todo, sí necesito tener el texto muy seguro antes de ponerme a hacer el definitivo. Tomo decisiones sobre algunas cuestiones gráficas, y me hago algunos acabados para saber por dónde voy a ir, pero defino mucho el texto antes de ponerme a repartir por todo el libro y a tomar decisiones sobre qué va a contar con imágenes, qué va a ser un viñetado, un texto con ilustración… Eso suele suceder sobre el texto, sí.