Marc Ortiz: “Mi película es una construcción de identidad y de imposición social”
Nos habla sobre 'Els mals noms'
Marc Ortiz nos habla de su último trabajo, Els mals noms, una película que rescata la historia de Florencio, conocido como La Pastora, un personaje envuelto en leyendas y prejuicios durante el franquismo. El director explica para Gatrópolis cómo nació la idea, el proceso de documentación, la construcción visual y narrativa, y la importancia de dar voz a quienes fueron silenciados.
La película Els mals noms ha participado en la Sección Rampa de la 22ª edición del Festival de Cine de Sevilla. En dicho certamen se ha sido galardonado con el Premio AC/E a la Mejor Dirección de Película Española y con el Premio Queer Ocaña.
Els mals noms (Los malos nombres) es una película con muchos tintes reivindicativos, ¿no? El personaje en el que está basada la obra es una tradición en la zona en la que le tocó vivir. ¿Cómo lo describe el director?
Sí, es un personaje conocido en la zona, pero no tanto conocido. Todo el mundo sabe quién es Florencio, La Pastora, pero no sabe muy bien ni quién fue ni qué hizo. Lo que más se conoce es la leyenda negra que se le puso encima durante el franquismo. Jugando con su indefinición, lo utilizaron como chivo expiatorio de todos los males del lugar. Él era el distinto, el malo, el de izquierdas, el que es mujer y luego hombre. Lo metieron en ese saco.
¿Crees que hoy la sociedad ha cambiado respecto a cómo se trataba a las personas consideradas “diferentes”?
Ha cambiado, pero queda mucho por avanzar. Yo soy de una generación de los 70 y recuerdo cómo las personas que eran distintas eran marcadas. Era una falta de cultura enorme. Hoy hay más libertad para expresarse, pero sigue habiendo odio y ataques hacia quienes son diferentes. En el caso de Florencio, reúne todos los frentes contra los que luchar, como la identidad, el género, la ideología. Es un personaje que concentra muchas batallas.
Fotografía de Patricia del Zapatero
La primera vez que oí hablar de La Pastora fue por mi abuela
Marc Ortiz, director de 'Els mals noms'
¿Cómo te llegó la historia y cómo la convertiste en película?
La primera vez que oí hablar de La Pastora fue por mi abuela. Yo llegué tarde de jugar en el monte y me dijo: “Va a venir la Pastora y se te llevará”. Ese personaje se me quedó en la cabeza. Años después, cuando regresé a La Sénia tras vivir y trabajar en Barcelona, volví a preguntar. Mi abuela me contó lo que sabía: que Florencio jugaba en el pueblo, que le gustaban los niños. Empecé a indagar, a preguntar a quienes lo conocieron. Las historias que me contaron son las que fui incorporando a la trama para crear el guion.
El título de la película es muy descriptivo al hacer referencia a la importancia que puede tener un nombre. Y la protagonista, entonces llamada Teresa desde su nacimiento, vestida de mujer y con el pelo muy largo, refuerza la idea de identidad. ¿Cómo trabajaste eso?
Imagínate un pueblo en la montaña, en 1917, aislado. Vino el farmacéutico y dijo que era niña, y a partir de ahí se asumió. Pero Florencio, a medida que crece, se da cuenta de que su identidad es otra. Esa lucha la quise mostrar de forma gráfica a través de los nombres. Cada etapa de su vida implica un nombre impuesto, hasta que al final dice “me quiero llamar Florence”. Es una construcción de identidad y también una imposición social.
La fotografía es impresionante, con mucha luz natural y unos claroscuros que permiten no ser filmada la película en blanco y negro para ubicarnos en el tiempo en el que se desarrolla la historia. Todo se ve muy cuidado. ¿Cómo lo planteaste con el director de fotografía?
Desde el principio, con Alberto Bañares teníamos claro que el estilo debía ser naturalista. Queríamos que la influencia de la luz artificial fuera mínima. Obviamente, en las noches hay que iluminar, pero siempre buscando elementos propios de la época. Hicimos pruebas de cámara, latitudes y ópticas, y nos casamos con esa idea para mantener coherencia visual.
Fotografía de Patricia del Zapatero
No quiero que la historia de Florencio se pierda
Marc Ortiz, director de 'Els mals noms'
Hay un detalle muy simbólico, como los vanos de las puertas y la mirada que se repite en ocasiones desde dentro hacia afuera de la vivienda. ¿Era intencionado?
Sí. Buscaba un recurso para retratar los interiores en relación al personaje y la temática. Arquitectónicamente podíamos enclaustrar al personaje, mostrarlo encerrado, pero siempre dejando ver un punto luminoso, un futuro. Al principio lo escondemos más, y a medida que avanza la historia y entra en la guerrilla, el formato se amplía y los espacios se abren. Todo ayuda a transmitir la idea de libertad.
La historia abarca la Guerra Civil y la posguerra. ¿Cómo influyó el contexto histórico en la trama?
Es muy curioso porque en la zona donde vivo, durante la Guerra Civil no murió nadie, quizá porque era difícil reclutar en pueblos tan aislados. Pero en la posguerra hubo centenares de muertos por la ley de fugas y la represión de la Guardia Civil. Ese contraste histórico está muy presente en la película.
Los personajes atraviesan tres etapas y tres actores distintos dan vida a Teresa, Teresot, Durruti, Florencio… ¿Cómo trabajaste esa transición del personaje con sus cambios de nombres?
La idea fue construir el personaje con los tres actores juntos. Antes de que se conocieran, organizamos sesiones de trabajo para empezar libres, sin conceptos rígidos. Les dimos una vara y empezaron a andar, a hacer gestos de pastoreo. A través de esos movimientos fueron encontrando cosas, como una mano, una postura, un gesto. A veces lo encontraba Álex (Bausá), otras Pablo (Molinero), otras Adrià (Nebot). Se copiaban entre ellos y construyeron el personaje de forma comunitaria. Así logramos una transición muy orgánica entre las tres etapas.
¿Qué reflexión haces de una película tan profunda y con tantos simbolismos como la que has dirigido?
Reconforta cuando terminas de ver una película y te deja ese aliento, ese recuerdo que vuelve a los detalles. Eso es lo que quería, que la historia de Florencio no se pierda y que se entienda desde la humanidad, no desde la leyenda negra.


