Care Santos: “He querido contar la maravillosa historia de amor de mis padres de manera auténtica”
'El amor que pasa', su nueva novela
A su prolífica y premiada trayectoria como escritora, Care Santos le ha añadido una plausible obra titulada El amor que pasa (Ediciones Destino). Es a la vez una crónica familiar, con sus padres, Antonio Santos y Claudina Torres, como protagonistas, y social, de una época, los años 50 y 60 del siglo pasado; con Andalucía y Cataluña unidas por una curiosa y casual relación epistolar entre un joven de Sevilla y una joven de Mataró que se prometieron amor eterno.
Te felicito porque has escrito una historia de amor muy elegante; algo que hoy en día no se estila mucho…
… (Risas). No. Se estilan más los ajustes de cuentas.
En El amor que pasa nos presentas una historia que surge de una manera inesperada, de donde no había nada, que creció gracias a una relación epistolar entre un joven de Sevilla y una joven de Mataró. Algo que en pleno siglo XXI se hubiera hecho a través de wasap. Escribes en el libro “nací para contar esta historia”. Obviamente, aquí nos anticipas la razón por la que surgió una obra como esta, ¿verdad?
Pues sí. La historia yo la escuché contar toda mi vida. Ellos (sus padres) presumían de ella. Y la contaban en las sobremesas, aunque sin detalles. Pero ese inicio rocambolesco con un juego de casualidades era lo que la hacía tan especial. Todos veíamos que eran demasiados azares que podrían no haber llegado a nada. Y ellos hablaban mucho. Yo pensé que había una historia muy importante ahí, aunque hasta que fui más mayor no me di cuenta de que podía contarla. Que se trataba de mi propia familia, de mi propia vida. Y me alegro mucho de haber esperado tanto y de haberla contado ahora. Creo que la perspectiva y el propio oficio que he adquirido y mi madurez personal han beneficiado a la obra.
Para transmitir esta historia entre Antonio y Claudina, ¿ha tenido que separarse la hija de la escritora?
Sí, claro. Es que la autora ha tenido que estar ahí. Solo la hija hubiera escrito una novela demasiado empalagosa, demasiado larga. Había mucho que decir. Las cartas tienen muchísimo más material. Yo me he basado en ellas. En las cartas de mi padre. Y había que contar. Ahí la hija hubiera sido torrencial. Era la novelista la que me decía que había que dejar cosas fuera. Los lectores no tienen la culpa de que el material sea tan emocionante para mí. Había que convertirlo en una historia que funcionara para otros. Y ahí ha tenido que ser la novelista la que ha estado cortando todo el tiempo.

Fotografía de Andrea del Zapatero

Pensé que había una historia muy importante, hasta que me di cuenta de que podía contarla
Care Santos
Se percibe una narración combinada entre la hija que ha sido testigo o ha recibido información de aquella relación de sus padres y la narradora, que manteniendo cierta distancia, ha contado la historia de amor.
Sí. Y tiene que ver con lo que he dicho. Supe que tenía una historia poderosa. Los novelistas nos volvemos locos cuando tenemos algo así. Yo no puedo empezar a escribir nada si no tengo una historia que merezca la pena. Y yo tenía esa historia. Por tanto tenía que saber contarla. Y es lo que hice. No quería ni hacer un ajuste de cuentas ni escribir una biografía familiar. Ni tampoco quería encontrarme a mí misma hablando de mi padre. No quería hacer nada de eso. Solo quería contar su historia de amor; una historia de amor maravillosa. Y contarla desde un punto de vista auténtico. Eso es lo que le daba credibilidad. Tuve un intento de ficcionar esta historia hace muchos años. Era una novela que llegué a tenerla contratada. Y empecé a escribirla. Llegué hasta casi la mitad. Había cambiado los nombres. Era ficción. Y no funcionó. Era demasiado increíble. Estas cosas ocurren. La vida, la verdad, a veces es inverosímil. La única manera de contar esta historia, me di cuenta entonces, era aceptar que era cierta. Es una historia increíble, pero de verdad. No podía inventar nada. Era la única forma en que esto podía funcionar.
El amor que pasa es una frase que forma parte de un poema de Bécquer, el poeta de Sevilla, el cual aparece al final del libro. Tu padre era poeta. ¿Cómo surge esta posibilidad? ¿Algo tuvo que ver en ello su alma de escritor?
Eso forma parte de la correspondencia. Lo descubrí en Sevilla una de las veces que vine para documentarme y visitar archivos de parientes y de gente que aún recordaban a mi padre. Quise hacer el recorrido que él hacía todos los días para ir a distintos sitios. Toda su vida hizo lo mismo. Primero desde Eritaña. Y luego desde el Tiro de Línea, donde vivía. Iba a los Escolapios, la calle Laraña, al trabajo… al Ateneo… Y él pasaba por ahí. Hice ese recorrido, incluida la oficina de Correos, donde él dejaba las cartas. Y al pasar por la glorieta dedicada a Bécquer, en el Parque de María Luisa, me acordé de una de las postales que le mandó a mi madre, de las primeras que le envía, que era del grupo escultórico. Le pone una cosa preciosa detrás: “¿No es hermosa la actitud del amor correspondido?”. Me quedé un ratito por allí y me di cuenta de que la glorieta está inspirada en la Rima X. La busqué y, claro, encontré el título. Andaba preocupada porque no se me ocurría nada. Y al final lo descubrí ahí. Felizmente tenía sentido la correspondencia porque mi padre decía: “Todos los días paso por aquí y me acuerdo de ti”. Es esa escena en la que mi padre le increpa a Bécquer y le pregunta qué le está pasando, que eso no le había pasado nunca. Y Becquer le responde “cállate; esto es un lugar de sosiego y poesía. Por favor, vete con tus quejas a otro sitio”. Pues todo eso se me ocurrió en la misma glorieta una vez que vine a Sevilla.
La novela es una crónica familiar, pero también social. ¿Qué valor le das al contexto en el que vivieron?
Sí. Me encanta. Esa dimensión procuré tenerla muy en cuenta. Eso está también en las cartas. Mi padre escribía muy bien. Era un hombre con cultura. Y la mitad de las cartas la dedica a decirle a mi madre que la quiere de todas las maneras imaginables y en la otra le cuenta lo que hace cada día, muchas anécdotas… Y en esa segunda parte está la crónica de su tiempo. Primero de las relaciones sentimentales. Qué esperaban los hombres de las mujeres y a la inversa. Y luego su Sevilla; su geografía urbana y vital. Él la describe una y otra vez. Le cuenta todo lo que hace. Y eso era tan encantador… Fue una recuperación, no solo de mi padre, sino de toda una época. Lo que tú has dicho. Y era muy bonito dejar reflejado eso en la novela. No se entiende la relación entre ellos sin el contexto.
Fue una historia de amor vivida en el siglo pasado. ¿Qué visión de ella crees que pueden tener los jóvenes de ahora?
La gente joven que lea la novela, si no fuera porque entiende que es otro tiempo y yo lo matizo, se extrañaría mucho: “pero, ¿estos de qué van?, menudas ideas tienen”. (Risas).

Fotografía de Andrea del Zapatero

La novela es una recuperación, no solo de mi padre, sino de toda una época
Care Santos
En la novela, a veces, hay algo de crítica a las costumbres de la época, incluso a la familia, ¿de dónde le viene esto?
Bueno. Era una época muy gris que ellos volvieron luminosa. Se enamoraron en unos momentos muy difíciles en nuestro país.
Quitando a Antonio y a Claudina, del resto de personajes que aparecen en la novela, para mí hay uno que destaca mucho, Teresa, tu abuela por parte materna.
Teresa. Claro (risas)…
Vaya tela…
Sí. Vaya tela… Teresa lo organiza todo. Mi abuela vivía en modo organización. Era hija de estas típicas familias catalanas que hicieron mucha fortuna en el XIX. Era una niña burguesa; de la burguesía industrial que se enriqueció de la noche a la mañana. Y ella quería seguir ahí. Y no se lo permitieron. Ella hubiera querido continuar con los negocios familiares. Pero era una mujer. Y sus padres prefirieron al único varón, que por cierto era un negado. Y se sintió muy apartada. Y se dedicó a sus cosas. Fue una mujer muy avanzada a su tiempo. Tenía una gran idea de los negocios, con mucho empuje y muy meticona.
¿Tu padre lo pasó mal al principio al trasladarse de Sevilla a Barcelona, a un ritmo de vida distinto, al renunciar a lo suyo? Me parece que tuvo que demostrar muchas cosas para ganarse a tu abuela, ¿verdad?
Mi padre jugó mucho. Y sí, tuvo que demostrar muchas cosas. Pero lo hizo con gran alegría. Él fue un hombre muy disfrutón. No se achantaba fácilmente. Pero es verdad que tuvo que demostrar muchas cosas. Y, sobre todo, tuvo que adaptarse a un hábitat que para nada era el suyo. Venía de un entorno completamente distinto. Y de pronto se encontró allí, donde había negocios de todo tipo. Él no encajaba nada. Pero encajó. Esa manera de entender la forma de trabajar de alguien que lleva muchos negocios para adelante. Es genuinamente catalana. Tal vez, equivocada, pero muy catalana. Y así era la familia de mi madre. A ella no le gustaba nada. Quería salir de eso. Y encontró a la persona adecuada.
¿Qué breve descripción harías de tus padres? Me da igual que lo hagas como hija, como escritora, o como ambas cosas. Como prefieras.
(Risas). Mi padre, como he dicho antes, era un disfrutón. Esa palabra lo define muy bien. Era alguien que quiso disfrutar de la vida bajo cualquier circunstancia. Y no siempre fueron agradables. Y alguien, también, capaz de luchar por lo que quería tener. Una persona con una capacidad de trabajo impresionante, que peleó mucho por el tipo de vida que quería tener. Y nos la dio a todos, a sus hijos y a su mujer. Era la vida que él planificó. No paró hasta conseguirlo. Todavía ahora me maravilla de dónde sacaba el tiempo para hacer tantas cosas. Hizo muchas. Mi padre pintaba, hacía fotografías, rodaba en super 8, coleccionaba sellos, criaba canarios, jugaba al ajedrez por correspondencia… y dirigía una clínica. Y tenía consulta privada, y plaza en la Seguridad Social…
… Y escribía…
… Y escribía… ¿Pero cómo fue posible todo esto? Me sigue maravillando la capacidad de trabajo de mi padre. Y mi madre fue una mujer que supo jugar las cartas que él quería. Creo que cumplió lo que él esperaba de ella. Pero fue una mujer compleja, con una enfermedad de soledad tan grande que igual nadie podía curarla. Ni siquiera mi padre. Y eso, en cierto modo, esa aproximación a mi madre, para tratar de comprenderla también está en el libro. Ella le sobrevivió 33 años a él, sin emparejarse nunca más. Enviudó con 50 años recién cumplidos. Si mi padre era joven, mi madre lo era mucho más.
Fotografía de portada de Andrea del Zapatero