La Sala Pandora se transformó en un pequeño santuario sonoro dentro del ciclo Insólito, un programa que hace honor a su nombre trayendo propuestas musicales poco comunes y cargadas de matices. No era un concierto al uso, sino una ceremonia con Xavier Rudd como guía espiritual. Desde el primer acorde se notaba que la velada iba a tener un pulso distinto: íntimo, envolvente, más cerca de un ritual colectivo que de una simple actuación.
Lo curioso fue que la mayoría del público estaba formada por australianos. No era casualidad; se percibía una especie de peregrinación para acompañar a uno de los suyos lejos de casa. Entre los asistentes flotaba esa complicidad de comunidad expatriada, unida por la música y por un acento común que llenaba la sala en los momentos de silencio.
Rudd apareció descalzo, rodeado de instrumentos que parecían extensiones naturales de su cuerpo: guitarras, percusión y el inconfundible didgeridoo, cuya vibración ancestral hizo temblar el aire y, por momentos, parecía conectar a todos los presentes con algo primitivo y esencial. Cada tema era recibido con un respeto reverencial, con los ojos cerrados de muchos oyentes que se dejaban llevar como si estuvieran en un trance.


Fotografías de Ángel Bernabéu
Más que canciones, lo que ofreció fue un viaje. Habló de la tierra, de los océanos y de la necesidad de reconectar con lo espiritual en tiempos convulsos. Sus palabras, a medio camino entre reflexión y plegaria, se fundían con la música hasta formar un discurso común que no necesitaba traducción.
El ambiente en la Pandora fue tan recogido como intenso: la espiritualidad del concierto no se quedó en el escenario, sino que impregnó a todos los presentes. Al terminar, no hubo un estallido de gritos, sino un aplauso prolongado, casi meditativo, como si el público no quisiera romper la magia.
Xavier Rudd logró lo insólito: convertir un concierto en Sevilla en un ritual colectivo australiano, uniendo a una comunidad repartida por el mundo en torno a la música y el espíritu. Y lo hizo, precisamente, dentro de un ciclo que celebra lo diferente, lo inesperado, lo profundamente insólito.