El pasado viernes 11 de abril, la Sala Custom de Sevilla se llenó de magia, de verdad, de carne viva. Travis Birds volvió a colgar el cartel de «no hay entradas», y no por casualidad: lo suyo ya no es una revelación, es una certeza. En menos de un año ha llenado dos veces la misma sala, y lo ha hecho con una propuesta que no busca agradar, sino conmover.
Lo que presenciamos no fue solo un concierto, sino un ritual emocional. Travis Birds está en uno de sus mejores momentos: creativa, afilada, luminosa. El público lo sabe, y lo siente. Desde que arrancó el show, la conexión fue inmediata. Cada canción se vivía como un pequeño viaje íntimo, casi teatral donde la escenografía y las luces tuvieron una importancia importantísima, y la bella y poderosa voz de Travis conducía todo el tiempo al éxtasis del público que no dejó de cantar.
El repertorio giró en torno a su último y maravilloso disco, Perro Deseo, un álbum que marca una evolución clara: más color, más libertad, más riesgo. Temas como ‘Urgente’ o ‘Peligro’ retumbaron en la Custom con una energía diferente, casi eléctrica. En ellos se nota esa nueva era Travis que se abre camino entre el deseo y la rabia, entre la dulzura y la garra.
No faltaron, por supuesto, las referencias a sus colaboraciones más recientes, que son una muestra más de su crecimiento y del respeto que despierta entre sus colegas: Leiva, Depedro, Niña Polaca… No hay pose en esas uniones, sino afinidades reales, fruto de una sensibilidad afilada y sin filtros.
La sala estalló con cada estribillo, con cada silencio. Porque Travis sabe dejar espacio al aire, al temblor. Y eso, hoy, es un superpoder.
Salir de la Custom aquella noche fue como salir de un sueño. Un sueño con los pies en la tierra, con los nervios todavía encendidos. Travis Birds no es promesa: es presente. Y lo está dando todo.
