La casa de papel es una de nuestras series más relevantes y memorables. En una era en la que las series le están comiendo terreno al ámbito cinéfilo, las nuestras, las españolas, están más fuertes que nunca. El último éxito ha sido la creación de Álex Pina.
La vida de La casa de papel ha sido un sinfín de subidas y bajadas, hasta que Netflix comprara sus derechos para su posterior distribución. Gracias a esto, es nuestra serie nacional con más visualizaciones a nivel internacional. Según algunas fuentes: “La casa de papel volvió y, según informa Netflix, arrasó con más de 34 millones de hogares pendientes del atraco”.
El pasado 17 de julio, se estrenó la tercera entrega de las andanzas de la banda más famosa. En esta nueva temporada, los pupilos de El Profesor (Álvaro Morte) se enfrentan a un golpe superior: atracar el Banco de España para salvar a Río de la policía tras ser detenido por esta. ¿Qué ocurre con todo esto? Dejando aparte que el factor sorpresa está totalmente perdido debido a su predecesora, a veces se pierde el leitmotiv de esta entrega, que es salvar a Río (Miguel Herrán) (versus las ansias de El Profesor por cambiar a la sociedad actual). Parece como si constantemente se quisiera forzar el fallo de los componentes de la banda para que exista cierto factor (si las cosas salen mal, hay más sorpresa que si vuelven a ganar).
Por otra parte, hay otros factores que hacen que la trama esté forzada y desvirtualizada, como la relación que existe entre Lisboa (Itziar Ituño) y El Profesor, que se asemeja más a la de unos adolescentes; en ocasiones, el personaje de Nairobi (Alba Flores), que queda desvirtualizado por estar constantemente obligado a ser el de la fuerte de la banda e inculcar el feminismo en el grupo; Tokyo (Úrsula Corberó) en su línea de estereotipación… Los personajes parecen títeres que ni siquiera saben hacia dónde se dirigen o por qué están dentro del caso (véase Estocolmo, Esther Acebo).
Hay algo que hace que esta temporada tenga sus puntos fuertes, por otra parte. En primer lugar, los guiños a la primera entrega, como los flashbacks en los que aparecen Oslo (Roberto García Ruiz) y Moscú (Paco Tous) en la casa de Toledo, cada vez que se entona el ‘Bella Ciao’ (donde sí podemos ver algo de esa esencia). Por otra parte, las canciones elegidas (‘Another Sunny Day’ de Belle and Sebastian, ‘La Deriva’ de Vetusta Morla, ‘Lonely Boy’ de The Black Keys, ‘Timebomb Zone’ de The Prodigy…) son de sobresaliente.
No podemos obviar las destacables irrupciones de Najwa Nimri (Alicia Sierra), como el nuevo gran enemigo de la banda; Hovik Keuchkerian (Bogotá), como un miembro más del renovado grupo de atracadores; o Rodrigo de la Serna (Palermo), el histriónico jefe de operaciones en el interior del Banco de España, quien protagoniza un espectacular mano a mano en una dramática escena con José Manuel Poga (Gandía, miembro de la seguridad privada del Gobernador del Banco de España, papel encarnado por Pep Munné).
Pero sin duda, lo mejor de ambas entregas es Berlín (Pedro Alonso). Era el personaje que nos cortaba la respiración en las primeras temporadas y que nos rompe el corazón cada vez que aparece de nuevo en pantalla, sabiendo que no es el presente en la actual temporada. ¿Qué problema hay en que eso sea lo mejor? Que significa que esta temporada es la sombra de su predecesora, y que al final lo que nos gusta de ella, es todo lo que añoramos de la anterior.
Da pena que una serie con tanta calidad haya perdido su esencia por estirar el chicle y que vuelva a recuperarla en los apenas 20 últimos minutos de su octavo capítulo, donde encontramos algo de acción y la trama se desarrolla con cierta naturalidad, liberándose del anclaje al que vive sometida de su primera parte.
Fotografía de portada de Tamara Arranz.