El Embarcadero, una de las últimas series revelación de ficción, estrenó su segunda temporada el pasado 17 de enero a través de Movistar +. Esta última temporada difiere de la anterior, y regresa para realizar sus últimas jugadas. Como si de un ajedrez se tratase, El Embarcadero realiza un jaque mate en sus últimos capítulos para cerrar la trama de forma arriesgada. La producción ha sido creada por Álex Pina y Esther Martínez Lobato, según una idea original de Sonia Martínez.
Para aquellos que no estén familiarizados con esta ficción, la misma empieza cuando el personaje de Óscar (Álvaro Morte) aparece muerto dentro de su coche. Aparentemente se ha suicidado, pero conforme avanza la serie esta teoría pierde su sentido. Debido a esto, Alejandra (Verónica Sánchez) descubre que su marido tenía una doble vida: aunque vivía y estaba casado con ella, tenía otra relación con Verónica (Irene Arcos) en la Albufera que ya duraba ocho años y de la que había incluso nacido una niña, Sol.
Por suerte, y aunque El Embarcadero peca de ciertos excesos, ha sabido terminar. Esta segunda temporada es la última, y por ende, el final que encontramos es cerrado, y con ello su trama. Esto es algo muy positivo teniendo en cuenta las diferentes modas de dejar los finales abiertos para posibles siguientes partes. No se deja ningún cabo suelto y es de agradecer después de las innumerables subtramas que se empiezan a abrir en esta temporada. Quizás eso sea el aspecto negativo de la misma. En algún punto de la narrativa se pierde el eje principal, se empieza a dar vueltas en sí misma, para acabar la temporada de la forma más lógica posible. Hay aspectos en las que deja que desear algo, pero, sin duda, es por esa forma de recrearse en ciertas historias o momentos que terminan aportando poco a la narración principal (como una tercera subtrama que nace del personaje de Álvaro Morte) y que provoca momentos “forzados” de empatía hacia ciertos personajes.
Aunque su predecesora resulta más atractiva, esta última temporada cuenta con elementos que se diferencian de ella como el frenesí por el que pasan sus personajes o la montaña rusa emocional de la que son partícipes y que en la primera poco podemos desarrollar. Sin duda, se complementan entre ellas y consiguen que el final sea redondo.