A veces en el largo camino que suponen nuestras vidas llegamos a lugares a los que nunca nos planteamos llegar. A Julio M. de la Rosa le conocí cuando apenas superé la veintena. Yo estudiaba primero de Periodismo, y por razones que no vienen al caso, tuve la dicha de tenerle de profesor de una de las asignaturas. Disfruté de él durante dos años, en una relación que posteriormente, aunque distante por las circunstancias que marcan nuestro devenir diario, fue afable cada vez que coincidíamos en algún evento. La última vez que nos vimos fue porque acudí a la Feria del Libro de Sevilla, en la Plaza Nueva. Me enteré de que estaba en un stand firmando ejemplares de sus recomendables obras, y allá me presenté, para comprar su libro La sangre y el eco, para que me lo firmara y, fundamentalmente, para saludarle.
Julio M. de la Rosa es de esas personas que encuentras en la vida y te marcan. A lo largo del referido camino vital, conocemos a mucha gente, en muchas ocasiones, prescindibles, pero en su caso, puedo decir que hablo de alguien con quien sería un pecado imperdonable no cruzarse. Yo he tenido esa fortuna, de ahí que hoy escriba desde la tristeza por tener que hablar de un suceso luctuoso como este.
Aparco al periodista y me dirijo a los lectores de Gatrópolis para hacerles saber que una gran persona y un escritor relevante ha dejado de existir. Pero al dejar como legado aquellas enseñanzas de Literatura con las que tan identificado me sentí, su recuerdo permanecerá indeleble, como su obra y trayectoria como hombre de pro y literato insigne. Cada vez que paseo por Sevilla y me reencuentro con el espíritu de Luis Cernuda, o leo esa genial obra del autor sevillano, Ocnos, a los que él me ayudó a conocer profundamente con su apasionada manera de ejercer la docencia, me viene a la mente su figura alargada, algo desgarbada, con semblante serio, mirada taciturna y hablar pausado. A partir de ahora, llevaré siempre conmigo aquellas enseñanzas, y cuando pase por la tapia que oculta el magnolio de Cernuda, sonreiré y daré las gracias a la vida por haber hecho que conociera y tuviera de profesor a Julio Manuel de la Rosa.
La obra de un “narraluz”
- No estamos solos, 1962.
- De campana a campana, 1964.
- La explosión, 1966.
- Fin de semana en Etruria, 1972. Premio Sésamo.
- Croquis a mano alzada, 1973.
- Nuestros hermanos, 1973.
- Cesare Pavese, 1973.
- La sangre y el eco, 1978.
- La narrativa: apuntes sobre novelistas sevillanos, 1981.
- El hombre que cambia su entorno, 1982.
- El largo viaje de las manzanas, 1982.
- Luis Cernuda y Sevilla: (Albanio del Edén), 1982.
- El hombre que escribe fantasías, 1984.
- Las campanas de Antoñito Cincodedos, 1987.
- Luis Cernuda: inéditos, 1990.
- La columna y otros relatos, 1993.
- Crónica de los espejos, 1995.
- Memorias de Cortadillo, 1998.
- El lince, el cazador y los sueños, 2000.
- Las guerras de Etruria, 2001.
- Antología de cuentos (1963-2001), 2004.
- Los círculos de Noviembre, 2004. Premio Ateneo.
- Alfonso Grosso o El milagro de la palabra, 2005.
- El toreo y el mito: al sur del toreo (coautor), 2006.
- El ermitaño del rey, 2007. Premio de la Diputación de Córdoba y premio Andalucía de la Crítica.
- Guantes de seda, 2008.
Fotografía de portada de Millán Herce.
Un comentario
Muchísimas gracias por este artículo tan emotivo. En estos duros momentos tan sólo me consuela leerlo. Era tu profesor y es mi padre. He tenido la gran suerte de tenerlo como padre y he podido difrutar de el Hasta el último minuto. Se fue tranquilo, sereno, pausado….como el era. Un hombre bueno y un maravilloso padre. Muchísimas gracias…no sabes lo que me consuelan tus palabras.