Me acerco precipitadamente a los 30. Por suerte me quedan algunos años, pero no lo suficientes para decir que tengo “veintialgo” a tengo “casi treinta”. Ese hemisferio ya ha pasado, por suerte o por desgracia. Entonces me encuentro pasando canciones en mi aleatorio de cierta plataforma musical que casi todos usamos. Pop, lo-fi, britpop, rock, algo de disco y un poco de Abba, que son ya un género propio.
Entre todo eso, de repente, me veo escuchando aquello de “después de tanto trabajo, te costará desconectar; te mirarás al espejo y no te reconocerás”. Y pienso en el significado de esa frase, y de ese contexto. Recuerdo también que, en aquel momento, ‘Santacruz’ (2012) de Supersubmarina rompió con todo. Puede ser que sea la gira de un artista que más haya visto en directo. Conciertos en azoteas, acústicos, conciertos en salas con meet and greet… y todo porque realmente era un disco rompedor para aquel momento.
Me pongo a investigar y me doy cuenta de que mis discos favoritos son del principio de la década de los 10. O de los años dos mil diez y algo, como queráis llamarlos. En toda aquella efervescencia hormonal que yo estaba viviendo (recuerdo que había conciertos en los que no podía entrar por no dar la edad), también lo estaba viviendo el panorama. Tenía en mi playlist canciones que hablaban de política de manera encubierta, del amor crudo que siempre parece real, pero no; de desilusiones, de ser valiente; de depresión. Te paras y ves que todos esos discos forman parte de tu propia personalidad.
Haciendo memoria se me vienen a la cabeza: Mapas (2011) de Vetusta Morla; Hacia lo salvaje (2011) de Amaral; La Noche Eterna. Los días no vividos (2012) Love of Lesbian; Dualize (2013) de L.A.; León Benavente (2013) de León Benavente; Atlántico (2012) de Xoel López; Compás de espera (2012) de Los Madison; La Pareja Tóxica (2011) de Zahara; Imposibilidad del fenómeno (2010) y De Polvo y Flores (2013) de Miss Caffeina. Como he dicho, de comienzos de esa parte de la década.
Realmente no ha pasado tanto tiempo, hace unos 10 años. Pero parece que, o bien la pandemia, o bien la música que escucho de años más recientes, me han hecho ver a aquellos como los verdaderamente buenos. Podía ver a la misma banda tres o cuatro veces en la misma gira sin cansarme y ahora eso me parece casi surrealista. ¡En esa época se hacían colas de hasta más de seis horas para entrar en los conciertos!
¿Me estoy haciendo mayor, hater o simplemente todo evoluciona? ¿Puede ser que el indie haya muerto?
Fotografía de portada de Patricia del Zapatero.