El ya mítico periodista José María Íñigo se marchó el pasado sábado, pero no nos ha dejado solos, ya que nos ha legado el recuerdo imborrable de su labor, fundamentalmente, como presentador de programas de TV y hombre muy ligado a la música. De hecho, entre sus últimas intervenciones están sus participaciones como jurado de Eurovisión: Destino Oslo (2010) en TVE y como comentarista español del Festival de Eurovisión en TVE entre 2011 y 2017. Su legendario bigote con el que fue un referente en la comunicación en España, ya es parte de la historia.
Su hija Piluca Íñigo ha escrito una carta que ha generado el aplauso generalizado:
“Papá:
”Con que no era grave”, es lo que estará resonando en su interior. De haber sido enterrado, le habría gustado tener esto como epitafio. Pero nunca quiso saber qué pasaba. Solo si el bicho, como él lo llamaba, era bueno o malo.
Su vida fue música y como tal, tomo estas líneas de sus amigos que dicen que: “algo se muere en el alma cuando un amigo se va; y va dejando una huella que no se puede borrar”. Huella que permanece no solo en nosotros, sus familiares, sino en todo un país que ha crecido con su inconfundible figura y voz y que ayer lloró su pérdida.
Pero hablemos en presente, su tiempo. Y dejemos de lamentar su pérdida y de resaltar la tristeza. La ola de cariño que levantó ayer su marcha transforma esa tristeza en alegría, felicidad y sobre todo orgullo. Algo bueno tuvo que hacer. Es más, algo muy bueno para que ayer recibiéramos dos cartas de Palacio, un whatsapp personal de Albert Rivera, una nota del presidente de Gobierno y hasta consiguiera, en esa situación tan delicada, que su petición de tener una plaza con su nombre entrase en los planes de la Comunidad de Madrid. Como siempre dice mi madre, Piluca: es que no sabes quién era tu padre y todo lo que hizo.
Empezó siendo almohadillero en San Mamés, lector de relatos para un ciego y profesor de francés (cuando no sabía ni decir bonjour) para la Ertzaintza. Aunque no sé si todo lo que nos dijo era verdad o era una manera de incentivarnos a trabajar y demostrarnos que nada llega solo.
”Yo he estudiado periodismo por él”, “yo soy quien soy hoy en día por él”, “tengo el reconocimiento y fama que me precede, gracias a tu padre”. Frases que me repitieron ayer y me siguen repitiendo hoy. “Sin él, no habría llegado a ser quien soy hoy en día”. Y esta también la hago mía. Porque mucho de su poso lo llevo dentro. Me falta el bigote y sus ojos azules pero comparto su curiosidad, inquietud, afán por nuestro idioma y descubrir nuevos. E incluso su estatura que como él siempre dijo: somos bajitos porque la inteligencia, pesa. Él es sin duda la persona más brillante e inteligente que he conocido. Se ha ido sin que le ganara jamás un rosco al Pasapalabra, le pillara con el desconocimiento del significado de alguna palabra en inglés o me enseñara él una aplicación nueva, útil o no, como aquella de “ouscultar” un melón con el móvil en el súper para saber si salía dulce o no.
Él guarda un séquito de fieles que, de haber sido predicador, una de las pocas profesiones que le faltó por hacer y, estoy segura, habría reunido a un inmenso número de seguidores, no hay más que ver sus redes sociales, habría hecho de su vida una religión: la Íñigo. La que supuso el momento más visto de la historia de la televisión en España. A ver quién puede decir eso hoy en día, casi 40 años después.
Mis hermanos ayer me decían que sentían alivio porque ya había terminado este viaje. Pero yo seguía queriendo tenerle a mi lado, físicamente digo, porque en la memoria y recuerdo estará siempre; y de alguna manera, creedme que lo hago. Abrazo a mi hermano Dani, el primogénito, para sentir a nuestro aita, Dani ponte de pie para que todos puedan abrazarte cuando se acuerden de papá. Eduardo fue creado a su imagen y semejanza, no hay más que verle; Chemi sigue siendo José María Íñigo, una suerte que le ha abierto muchas más puertas que al resto de hermanos, ¿verdad? O mi madre, ya que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, aunque en su caso tuvo dos. Incluso en los silencios, esos que para muchos se antojan incómodos, pero que con él eran reconfortantes. Paco, su hermano y mi tío, puede seguir brindándonoslos. Recuerdo que me dijo una vez, yo he hecho todo un viaje de 500 km de Madrid a Bilbao sin hablar. A lo que respondí “¿ni una palabra?” y me dijo “sí: ¿baño?”. Pararon y reanudaron la marcha.
Así es él, un hombre de pocas palabras pero justas, directas e inteligentes. Su vida ha sido “fantástica”, el de ayer no fue su “último grito”, está recibiendo ahora en “directísimo” un homenaje sin igual. Él ha sido, un “superviviente” que ha “vivido cantando” toda la vida y “desde aquí la tierra” queremos que allí, donde te encuentres ahora, daddy, sigas con tu banda sonora que hoy hago nuestra. No sé por qué Eleanor Rigby, una mujer que vivó en soledad y murió en soledad, era de sus canciones favoritas.
Tu “estudio” siempre estará “abierto”. Él “no es un padre cualquiera” igual que sus días nunca lo fueron ni lo serán a partir de ahora. Si escucha lo que voy a decir, me mata porque siempre dijo que esto no se pide; pero este Aplauso no es para mí. Es, naturalmente que sí, para él”.
José María Íñigo, además de su intensa carrera en radio y televisión, publicó más de veinte libros, entre los que figuran La bomba Esther Vilar, Música pop, música folk, Enciclopedia de la música 1900-1970, Estudio Abierto, Mundo Fantástico, Ahora hablo yo, Cuando éramos jóvenes, 100 españoles y el príncipe, La tele que fuimos, y libros de viajes por España en colaboración con Antonio Aradillas.