«Sólo eres joven una vez en la vida, dicen, pero, ¿no se alarga mucho en el tiempo? Más años de los que puedes soportar«, esta cita de Hilary Mantel que precede a la lectura de Un monstruo viene a verme refleja perfectamente la esencia de esta historia tan cruel, como certera. Esta novela es una experiencia en su totalidad, que merece la pena vivir y sentir, por muy dura sea. Aunque a priori se nos hable de la relación entre un niño y un monstruo, no nos dejemos engañar, Un monstruo viene a verme va más allá. Es un relato dirigido a los adultos, a todos aquellos que aún buscan su camino, o a aquellos que por circunstancias de la vida se encuentran perdidos, porque la vida no es nada fácil.
La historia comienza «con un chico demasiado mayor para ser un niño. Demasiado joven para ser un hombre«, tal y como el monstruo nos cuenta en off en el tráiler de la versión que J. A. Bayona adaptó al cine en 2016. En Un monstruo viene a verme somos testigos del día tras día de Conor, su protagonista, que en un momento tan crucial de la vida, y en el que cree no encajar en ningún sitio, se encuentra haciendo frente a una situación que no le tocaba asumir. Como método de evasión, sin darse cuenta, invoca a un monstruo que le servirá de guía durante un periodo de su vida, como Virgilio lo fue de Dante en el viaje al Infierno en su Divina Comedia, mostrándole a través de tres historias que no todo en la vida es blanco o negro, que todo tiene matices, y que pueden ser ambas cosas. Con esta realidad se topa Conor cuando es él el que le tiene que contar su propia historia al monstruo, esa verdad que tanto le duele y no puede admitir, y que le lleva persiguiendo tanto tiempo. Pero la vida a veces es eso, vivir y luchar muchas ocasiones contra el dolor y las pruebas que encontramos en el camino.
Un monstruo viene a verme nos ayuda, a través de los ojos de un niño, a enfrentarnos a nuestros miedos, como Conor hizo con esa verdad que se negaba a admitir, por difíciles o duros que sean. Este es un libro de esos que te arañan por dentro, de los que te dejan completamente vacío y agotado cuando terminas de leerlo, tras la montaña rusa de sentimientos que nos ha hecho vivir. Pero a la misma vez, es de esos libros que te reconfortan y pasan a formar parte de ti. También es un choque con la realidad, que nos hace valorar aún más lo que tenemos, en un mundo en el que todo parece insignificante.
Patrick Ness, su autor, decidió dar forma en 2014 a la idea original de la escritora irlandesa Siobhan Dowd, quien murió en 2007 a causa de un cáncer de mama. Él se encargó de recopilar y terminar lo que su amiga imaginó un día, y en honor a ella lo publicó. Pero esta novela se dio a conocer mundialmente gracias a la fiel adaptación que, el siempre impecable, J. A. Bayona llevó al cine el año pasado. Nos presenta un relato muy cuidado, con el que nos sentimos atrapados desde el primer momento. Es una película con la que es inevitable no emocionarse, dada la habilidad que tiene su director para transmitir verdad, sin acercarse ni un ápice a algo parecido al morbo o a la lágrima fácil, como ya demostró en Lo Imposible y en El Orfanato. Pero a diferencia del libro, en el film de Bayona se le ha añadido a la historia una pieza muy especial que hace que todo cobre más sentido, y algo que no podríamos haber imaginado tras haber leído la obra de Ness. Para no romper el factor sorpresa, preferimos no desvelarla.
Fotografía portada: Same white Light.