¿Cuánto se puede decir y hacer desde el silencio? ¿Cómo se puede hacer feliz al resto de personas a partir de unos gestos, de una mirada, de una sonrisa? A veces sobran las palabras cuando estas nacen de nuestro interior y son sinceras. Más o menos, se puede decir de Big, un mimo en tiempos de guerra que decide salir de su ámbito habitual para erigirse en una especie de corresponsal de conflictos bélicos a lo largo de décadas. Pero lo hace con el humor, con el arte de hacer reír a los demás como única herramienta. Cuando el polaco Zbigniew Czajka decide emprender un viaje a través del tiempo futuro en busca de almas heridas a las que curar con sus gestos y sus cuidadas historias, comienza un largo trayecto que le llevará a los puntos más calientes del planeta. Esta es la última novela del escritor venezolano radicado en Madrid, Víctor Vegas, bajo cuyo título, Me llaman Big, muestra el horror de la sinrazón, pero también la candidez y la bondad de un ser digno de ser imitado.
Humor desde el silencio
Y es que el mensaje de esta obra de Vegas, publicada por Huso Editorial, es universal. Un hombre horrorizado por la crueldad y la injusticia de la guerra con los más desfavorecidos, las mujeres y los niños, se adentra en una empresa hostil para hacer felices a los demás. Al menos, para paliar un poco el dolor de esta población. Big se sirve del humor, del silencioso humor de un mimo. Pero como este entrañable y frágil (física y anímicamente) personaje hay muchos otros seres que entregan sus vidas para auxiliar a otros muchos damnificados en los conflictos bélicos.
Me llaman Big es una novela que engancha inmediatamente. Su inicio rompedor ya sitúa al lector y le indica qué podrá encontrar en las siguientes páginas, páginas llenas de dolor, pero también de amor. Y lo que parte en un momento determinado y en un lugar concreto del mundo se extiende en el tiempo y en la geografía de este castigado planeta para, curiosamente, en un recorrido circular, regresar a ese sugerente punto de partida en el que nos cita Víctor Vegas.
«La onda expansiva de la explosión alcanzó de lleno al coche en el que se desplazaba. El vehículo despegó las cuatro ruedas del suelo y dio varias vueltas de campana antes de quedar volcado sobre el pavimento. En ese instante, que a él le pareció un lapso inabarcable, eterno, Zbigniew Czajka vio pasar frente a sus ojos la totalidad de su vida; la fecunda y generosa caravana de recuerdos que había acumulado en ochenta y dos años de existencia».
Testimonios ajenos
Pero la historia de Me llaman Big, y aunque tenga como hilo conductor a este magnífico símil del gran Charlot del cine mudo, no se mueve impulsada por él, sino por aquellas personas que llegaron a conocerle, se encontraron y se conocieron a través de su humor, y muestran, como testigos que fueron del mismo, la felicidad que recibieron de Big cuando disfrutaron de algunas de sus actuaciones. Porque, efectivamente, en la novela se habla de él, pero él no habla; él actúa, hace felices a los demás.
Como dijera recientemente Víctor Vegas en una entrevista concedida a Gatrópolis, Big habla desde el silencio para hacer felices a los niños: “A través de Me llaman Big me gustaría ayudar a proteger el mundo de los niños”. Ellos son, sin duda, los testigos actuales de unas guerras que se recordarán mañana. Pero tampoco se puede olvidar a esa otra parte débil de los conflictos bélicos como son las mujeres. Y a lo largo de la cautivadora obra de este escritor venezolano afincado en España, podemos comprobar cómo no existe filtro algo en este sentido. Vivimos en un mundo en el que son cotidianas cosas que no deberían serlo.
“Los cadáveres se amontonaban con naturalidad en cualquier calle de la ciudad, y la muerte se había normalizado de tal manera que formaba parte del paisaje cotidiano”.