Recientemente en Gatrópolis tuvimos el placer de dialogar sobre su última obra, El mal de Corcira (Ediciones Destino), una nueva entrega de la exitosa saga nacida de su imaginario. Hablamos de Lorenzo Silva y de las andanzas de Rubén Bevilacqua y su compañera Virginia Chamorro. Pero en esta ocasión, la trama tiene como eje central el retorno al pasado del subteniente de la Guardia Civil merced al brutal asesinato de un joven en Formentera. El que parecía ser un caso más en su dilatada carrera profesional le va a deparar una sorpresa que le devolverá a aquellos primeros años vividos en el País Vasco.
Para esclarecer lo sucedido en la sugerente isla, Bevilacqua tendrá que regresar al Norte, a su Norte particular, y revivir hechos pretéritos. Porque, efectivamente, la víctima, Igor, es un excolaborador de ETA, y algunos indicios le invitan a buscar el origen de este crimen en la tierra natal del fenecido, en Guipúzcoa.
Combinando el presente con los continuos retornos a su pasado, Bevilacqua nos guiará en el desarrollo de las investigaciones, pero a la vez nos invitará a reflexionar sobre lo que supuso para España aquella «guerra» que libró durante décadas con la banda terrorista ETA.
El mismo Lorenzo Silva adelantaba a Gatrópolis en la referida entrevista que su idea con El mal de Corcira no es «mandar un mensaje concreto ni inequívoco», sino más bien «combatir la desmemoria», porque en su última novela, y desde la base de la obra de Tucídides, el autor madrileño nos proporciona los medios para reflexionar sobre la lucha contra ETA, pero también para recordar que en España, además, se vivió una reedición de la guerra civil que en la Grecia clásica protagonizaron Atenas y Esparta. «Corcira en la obra de Tucídides es la primera polis de la que se habla que vivió una guerra civil. Habla del odio entre vecinos, de la confrontación de dos partes de una misma comunidad», manifestó.
«No hay más que mirar a quienes entre nosotros han recurrido a la guerra civil como solución política…», dice Bevilacqua en un momento dado. Una frase que invita a la reflexión y a comprender que las heridas se cierran desde el perdón y la autocrítica: «Para perdonar, antes hay que perdonarse, y para eso hay que aceptar el mal que tiene que ver con uno».