La última novela de Víctor del Árbol está considerada como un thriller, cuyo título de por sí ya es inquietante, que cumple con el perfil de una obra dramática, el de una familia española a través de varias generaciones. Conforme se desarrolla, la historia atrapa en una espiral de constantes tramas que se van abriendo para presentarle al lector una ambiciosa novela desarrollada desde los caóticos años de la primera mitad del pasado siglo XX hasta 2010, con verdades ocultas, mentiras dolorosas, amores impuros y rencores que no terminan de extinguirse. El hijo del padre (Ediciones Destino) es la trayectoria vital de una modesta familia (los Martín) en el Pueblo, que se cruza con la del cacique don Benito Patriota, y que escenificará la metáfora de odios y traiciones de la España de preguerra y posguerra que flanquean el trienio cainita de una guerra civil.

Como decimos, el título, El hijo del padre, se presenta como una intrigante invitación a la lectura de la novela, que nos acerca también a la oscura relación de odio pero a la vez amor no asumido entre el protagonista, Diego Martín, y su padre. Sin embargo, la novela no se queda solo en esas relaciones entre Diego y su progenitor y los Martín y los Patriota. Varias tramas se suceden en distintos espacios temporales y físicos que abren la posibilidad de conocer a otros personajes no menos singulares, como Simón, Alma Virtudes, Liria, Octavio, Joaquín, Martin Pearce…
El comienzo de la novela es potentísimo. El lector puede pensar que se le destripa la historia, pero en este caso no importa empezar por el final, porque como en los viajes, lo mejor es el trayecto hasta llegar al destino, a ese final no menos espectacular. Dos cartas abren y cierran la novela. Una, escrita por Diego Martín, el mayor de unos hermanos que se han criado en la miseria y la intransigencia y el desprecio de sus padres, quien reconoce haber cometido un crimen; la otra es la que recibe este personaje tras la muerte de su progenitor.
El hijo del padre habla de sórdidos asuntos de una familia española que se extrapolan a las rencillas mantenidas con la del cacique de el Pueblo, localidad en la que viven los Martín y los Patriota. Pero estas diferencias podrían ser una metáfora de la Guerra Civil Española e incluso de un mundo convulso que también entra en la II Guerra Mundial, y en la que el patriarca de los primeros, Simón, se ve embarcado por deseo expreso del patriarca de los segundos, quien haciendo uso de las influencias que posee se venga, enviándolo a una cruenta guerra, una más en su vida.
Hablamos de personajes marcados por un destino atroz, porque El hijo del padre es el retrato psicológico de estos y de la sociedad en la que viven. Pero la novela da mucho más de sí. La enfermedad mental, el respeto a la verdad, las relaciones paterno filiales y la ausencia emocional del padre, que no la física, la influencia que la infancia y la juventud ejercen en el crecimiento personal… o la lucha de clases y los rencores y odios, como heridas sin cicatrizar, que deja una guerra civil.
Este drama sobre la condición humana nos acerca a antihéroes, o a héroes que no coinciden con los cánones establecidos, pero que, no obstante, actúan como héroes cotidianos, héroes a la fuerza que han de buscar los medios apropiados para sobrevivir.
El hijo del padre es una novela poderosa, dura, inquietante… pero a la vez muy humana, capaz de remover muchos sentimientos en el interior del lector. Quizás, una frase de Diego Martín podría resumir la cárcel en que se convirtió tanto su vida como la de los demás personajes, hasta el punto de reconocer que en su juventud “devoraba libros porque no podía vivir”. Buscaba un refugio donde protegerse de tanto dolor.