Lo que más pena me da en esta vida es no haber podido disfrutar de Bowie. Ya no hablo de su plenitud, que probablemente sea toda. Digo quizás de sus directos (teniendo en cuenta que su último concierto fue en 2006), de saber que tengo esa oportunidad de poder cruzármelo en algún momento de mi vida. Para mí ha sido uno de los artistas más completos que nos vamos a encontrar en la historia. Pocos han tenido las cualidades que ha tenido él, hasta el final, cuando nos sorprendió a todos tanto con la publicación de The Next Day como de Blackstar.
De Bowie me ha gustado todo por la justicia que le hace, tanto a la persona como al personaje. Me encanta que María Hesse haya vuelto a querer hacer un libro en primera persona, como ya ocurriera con Frida Kahlo. Una biografía, aunque esta vez acompañada de la pluma de Fran Ruiz, de quien también me encantaría hablaros. Creo que esta forma de escribir tan especial hace que empatices todavía más con una persona especial en todos los sentidos, casi como si él mismo te lo narrara.
Por el trabajo de María Hesse siento una singular atracción y devoción. Me parece que tiene unas peculiaridades que le hacen resaltar por encima de otros ilustradores de la actualidad. Y con este libro lo ha vuelto a demostrar, dotando a su Bowie de una personalidad todavía más abrumadora de la que ya el cantante británico tenía.
Mientras que, por parte de Fran Ruiz me fascina la labor de documentación que ha hecho, así como su capacidad de narración y sintetización.
Hay un momento del libro que personalmente me dejó con incapacidad para continuar leyendo durante unos minutos. Ziggy Stardust probablemente sea uno de los personajes musicales más estridentes que existan. Se ha convertido en un icono, pero por su misticismo pocas cosas se han sabido de él. El momento en el que Bowie se enfrenta a ese rise and fall de un personaje que él mismo ha creado, me parece abrumador. Me fascina como Fran Ruiz describe ese momento, mezclando ese contrapunto de realidad y ficción.
Para concluir, me gustaría hacer una reflexión acerca de David Bowie, para incitar a todo el que lea esta reseña a leer Bowie, porque verdaderamente lo merece. En el libro del que os hablo, os cito: “Sin embargo, volvía a sentir el cosquilleo en las alas que ya empezaba a identificar: la necesidad constante de cambiar el plumaje”.
Así era David Bowie, y así lo desmenuza el tándem Hesse–Ruiz. Bowie era un alien en constante movimiento, era pura magia que por culpa de “una mancha de oscuridad” (como la nombran en el libro) se retira de los escenarios para poder centrarse por fin en hacer algo que nunca antes había hecho: vivir la propia vida que él mismo se había ganado. Juzgado por muchos, y venerado por otros.
Pero es Lázaro, todavía tiene que volver.
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