Lorenzo Silva: “Siempre hay quien decide y quien se mancha las manos, y normalmente eso no coincide”
Lorenzo Silva nos habla sobre Púa
Púa (Ediciones Destino) es un thriller que no dejará impasible a nadie. El escritor madrileño nada en el proceloso mar de la guerra sucia, con unos personajes anónimos que se ven inmersos en un mundo cruel y depravado, sin identidad ni capacidad para dirigir sus vidas. El dilema entre lo legítimo y lo ilegítimo pervive a lo largo de una trama que nos hace cuestionarnos si el fin justifica los medios.
Enhorabuena por Púa, porque me parece un libro estupendo…
(Risas). Pues muchas gracias. No es un libro fácil desde ningún punto de vista. Ni por la historia, ni por el trasfondo, ni por el personaje, ni por el tono… Es muy difícil encontrar el tono para contar según qué cosas. No ser escabroso sin escamotear lo que hay.
Púa es el nombre, un apodo, del personaje principal. Es difícil ubicarlo y definirlo, pero él, en un alarde de honestidad, en la primera frase de la novela, se autocalifica “una mala persona”.
Al final del libro, más o menos, se descubre que esto es un relato que tiene un destinatario. Pero Púa es alguien que como ha optado por no engañarse acerca de lo que es y de lo que ha hecho, es consciente de que en su vida ha cometido delitos irreparables. En la vida hay acciones que son punto de no retorno. Y lo que le queda es ser sincero, no sólo con los demás sino también consigo mismo. Ese es el reducto de dignidad que le queda. Y por eso empieza a tumba abierta. Es coherente con lo que luego va a contar. Ha hecho el mal, bastante, a otras personas, y sobre todo ha pasado mucho tiempo pensando cómo hacer el mayor daño posible a las personas. Esa ha sido su vida. Durante buena parte de su existencia. Somos más lo que hacemos y lo que queremos que lo que decimos. Puedes decir lo que sea, pero lo que has hecho y has querido claramente te coloca en un lugar. ¿Él ha sido siempre malo? No. Pero, ¿qué más da? (risas). ¿Qué más da a quien le toque padecer su mal como verdugo o torturador, o como manipulador?
Fotografías de Patricia del Zapatero
Púa es verdugo pero también víctima, ¿verdad?
Sí. En el fondo es manipulador, pero también manipulado. Me separo de los detalles concretos para no vincular a este relato de guerra sucia con nadie con el que se pueda asociar. Lo que quería contar era esa dicotomía que hay entre los peones y los cerebros. Siempre hay quien decide y quien se mancha las manos, y normalmente eso no coincide. Quien decide se las arregla para que las manos se las manche otro. Y quien se mancha las manos es quien tiene más probabilidades de acabar pagando las consecuencias de esas decisiones.
Anticipas al comienzo de la novela que es una ficción, pero lo que se narra ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo. ¿Eso es inevitable?
Me temo que es inevitable. Porque no está sólo en estos episodios de conductas delictivas bajo la cobertura del Estado. Una y otra vez hay seres humanos que sienten que hay un fin tan noble, tan noble, y tan legítimo, que justifica hacer cosas que son innobles. Ésa es la gran paradoja. Y eso sucede en cualquier guerra sucia. Pero también sucede, por ejemplo, en una organización terrorista muy ideologizada o que responde a un imperativo religioso. Como pasa con ETA o con los yihadistas. Al final, ETA era la liberación de Euskal Herria, del pueblo vasco, algo idílico, maravilloso, bucólico. Pero el camino era asesinar a niños. Asesinó a una veintena de niños. Conscientemente, además. No fue por accidente. Sabía que había niños. Y en algunos casos hasta los vio mientras activaba el explosivo. ¡Qué terrible paradoja! O supuestamente, el Daesh persigue la justicia divina, de Alá, que es amor, justicia y bondad. Y con esa coartada entró en una sala de conciertos y acribilló a 140 personas y las asesinó fría y cruelmente. Una paradoja terrible que se da una y otra vez.
Hay seres humanos que sienten que hay un fin tan legítimo que justifica hacer cosas que son innobles
Lorenzo Silva
Al amparo de un supuesto objetivo loable, la mítica frase del fin justifica los medios, el ser humano es capaz de hacer lo que sea, sin importar los negativos daños colaterales.
Mi pregunta es si realmente puede ser loable un objetivo que tiene por exigencia hacer cosas que son abominables. ¿Cómo se resuelve esto?
La frase que aparece en la novela “ninguna idea justifica que una madre deba llorar a su hijo”…
Sí. En el fondo es una versión de Montaigne. Él dice algo así como que “hay que estar muy seguro de las propias opiniones para en su virtud acabar cociendo vivo a un hombre”.
No lo hemos dicho, pero hablamos de las cloacas, una palabra que entiendo acertada…
Yo no utilizo nunca la palabra cloaca…
¿No, no te gusta?
Me parece que era de esas metáforas que eran felices al comienzo y que, sin embargo, se han desviado un poco. Lo importante de la cloaca no es que huela mal. Es una redundancia. Un acto ilícito huele mal. Lo importante es que es subterráneo. Es decir, no se ve. La metáfora en el origen está bien pero la cloaca se ha convertido en un arma arrojadiza. Es curioso porque siempre se utiliza para hablar de las actividades ilícitas y subterráneas de los demás. Nunca de las propias. Cloacas tenemos todos. Por ejemplo, el caso más reciente. El independentismo. Los independentistas catalanes hablan de las cloacas del Estado por la operación Cataluña, que efectivamente es una cloaca en el sentido subterráneo e ilícito. Pero se olvidan de sus propias cloacas. Para llevar adelante su fin, la independencia de Cataluña, han malversado dinero público, han hecho listas negras, han ignorado los derechos de las minorías… (Risas). Esas son también cloacas. Pero para ellos, no. Eso está bien. Las cloacas siempre son las del otro.
Fotografía de Patricia del Zapatero
Pero eso es ley de vida. El ser humano sólo ve el defecto ajeno…
Por eso prefiero una palabra neutra, como subterráneo. Lo que sucede por debajo de la superficie. Lo que no puede ver la luz del día porque no es lícito. En el fondo nos estamos saltando las reglas.
Es llamativo que hablas de la Compañía, la Ciudad…, en mayúscula, pero ambas no tienen nombre propio. Pero es que los personajes tampoco lo tienen, sólo apodos…
Son sus nombres de guerra. Salvo Vera, Irene… que sí los tienen. Son las únicas personas de las que se sabe la identidad. Pero están fuera de la trama de la guerra sucia.
Somos más lo que hacemos y lo que queremos que lo que decimos
Lorenzo Silva
Fotografía de Patricia del Zapatero
Púa nace marcado y al final se queda sin vida en el sentido normal por sus actividades profesionales.
Sí. Siempre mirando hacia atrás. Es una persona que lo ha sacrificado todo. Por el trauma que tiene de juventud, por la empresa de venganza que en el fondo él la hace eje de su vida. En cierto modo renuncia a su vida personal. Tiene amagos, pero siempre los aborta para mantener su dedicación a la causa. Muchos de estos peones, ejecutores, acaban pagando un precio muy alto no sólo porque acaban respondiendo de sus crímenes en algunas ocasiones, no es el caso de Púa pues sale impune, sino poque pierden el derecho a una existencia normal.
¿Qué reacciones está generando Púa?
Muy buenas. El libro, pese a su dureza, está teniendo reacciones muy buenas. Estoy como preocupado porque unas cuantas personas me han dicho que es lo mejor que he escrito (risas). Nunca tengo claro qué es lo mejor. Es una novela que tiene un ritmo muy constante. La acción no decae. Y tiene una prosa muy pulida. Tengo que nombrar realidades, sentimientos, ideas, sensaciones, que son complejos. O pules mucho y escoges bien las palabras, o eres impreciso. Hay aquí un trabajo con la prosa, quizás, especial.
Para acabar, me veo en la obligación de preguntarte por este 25 aniversario de Bevilacqua y Chamorro. Aunque las fechas parece que bailan un poco, ¿verdad?
Yo lo tengo claro. La idea se me ocurrió en el verano del 94. O sea, que va camino de 30 años, como idea. La novela primera la escribí en el 95. Y eso sí, se publicó en el 98. Se cuenta cuando llegó a las manos del lector. Y eso fue hace 25 años.
¿Volveremos a saber más de ellos?
Sí, claro. Si a Bevilacqua le dan en la reserva un destino, que supongo que conseguirá, le quedan como nueve años de ficción.