Irene Junquera: “Para una mujer, no trabajar fuera de casa era algo asumido”
La periodista nos habla de su primera novela
Tras una intensa trayectoria periodística, Irene Junquera ha dado el salto a la creación literaria. De la mano de Planeta ha debutado como novelista. Y lo ha hecho a lo grande. En Todo el tiempo que nos queda describe a la sociedad española de finales de los 50 principios de los 80 a través de las vicisitudes de Elena, una mujer luchadora y emprendedora que ha de pagar un peaje muy alto para sobrevivir.
Todo el tiempo que nos queda supone tu debut como novelista. Una obra que arranca con el personaje de una niña llamada Elena que vive en la España de la dictadura. Es una obra tratada con delicadeza que transmite mensajes muy potentes, ¿verdad?
Sí, y amargos en muchas ocasiones. Como es la primera novela, me costaba mucho al principio, porque era como que Elena es muy buena, vive con su familia… Y de repente, le empiezan a pasar cosas malas. Me supuso mucho esfuerzo. Pero, efectivamente, quería ser fidedigna con las cosas que ocurrían, y que siguen ocurriendo, por desgracia. Y que le pasaran esas cosas tan amargas era algo inevitable.
Eres periodista. Ahora estás inmersa en esta vorágine de la escritura. Esa transición de la realidad que vives en el periodismo con la ficción de la novela, ¿cómo la has llevado?
Siempre me ha gustado leer. Me encanta, desde pequeña. Es una de las cosas que más hago en mi vida. Y como periodista me gusta comunicar. Había escrito cosas cortitas. No sabía si sería capaz de escribir alguna vez una novela. Daba vértigo. Fue Planeta quien contactó conmigo. Me propuso hacer algo de ficción. Ya había tenido ofertas para hacer cositas de no ficción, pero no me apetecía. Y cuando me dijeron si me veía capaz de hacer algo de ficción vi el cielo abierto. Realmente era algo que tenía dentro y me apetecía contar esta historia. Y tener la oportunidad de hacerlo con ellos, imagínate.
Se dice que la realidad y la ficción suelen ir muy unidas…
Sí, pero no son lo mismo. Suelo decirlo a menudo. En el periodismo cuentas las cosas como una crónica. En la literatura tienes que mostrarlas, dejarlas que el lector se las imagine. No puedes darle todo tan mascado. Eso ha sido, quizás, lo más difícil. De hecho todavía estoy aprendiendo a hacerlo.

La novela transcurre entre finales de los 50 y los 80, más o menos. A la hora de informarte sobre aquellos años que obviamente no viviste, ¿has tirado mucho de la propia experiencia de conocidos y familiares?
Para el contexto histórico, ha sido fácil. Es una cuestión de leer, ver películas, series y de informarte de todo lo que sucedía en el franquismo. Y de cómo era la vida en ese momento. Pero hay algo mucho más profundo como las formas de hablar, la comida, la ropa que se usaba, el colegio, las asignaturas que tenían los niños… He hablado mucho con mi madre. Y, efectivamente, con mis tías. Incluso tengo muchos recuerdos de cosas que me contaron mis abuelos, que ya no están. Es verdad que esa es una época que me ha atraído mucho. Porque al final venimos de ahí. Y por otro lado, el Madrid de entonces, Asturias, los tengo en la retina, porque no he vivido aquella época pero sí otra más o menos cercana.
Elena se presenta como el personaje central de Todo el tiempo que nos queda. Ella va descubriendo poco a poco un mundo que desconocía. Y lo hace a través de la escritura y la lectura, y lógicamente de sus propias vivencias. También hay otros personajes, dos masculinos, como Mateo y Javier, que la marcan sobremanera, y otros femeninos, igualmente muy potentes, que la llevan por la senda de la vida, como su propia madre, su tía Victoria, su amiga Juanita o su maestra doña Rosa. En ella hay algunos momentos en los que se habla de la parte autobiográfica o de la aproximación de la escritora a la historia que crea. En tu caso, ¿dónde se ha reflejado tu yo personal?
(Risas). Siempre hay algo de ti en una novela. Al final eres tú escribiendo. Hay algo de tu esencia, de alguna forma. Y en este sentido, creo que Elena encarna algo mío, pero me veo más reflejada en Juanita. Ella es la vitalista, la que tira de ella, la que le hace abrir los ojos. Pero, claro, lo dice Elena cuando escribe: “¿cómo vas a separar completamente al escritor de la novela?”. Ha sido complicado aislarme de los personajes y de la historia.

En el periodismo cuentas las cosas como una crónica. En la literatura tienes que mostrarlas, dejarlas que el lector se las imagine.
Irene Junquera sobre el proceso de creación
Elena es una chica muy luchadora, que sufre mucho por el hecho de ser mujer. Ella refleja lo que ocurría en aquella época cuando querías ser independiente.
Totalmente, y lo que pasa en esta también…
En este sentido, en la novela narras muchas cosas que entonces eran visibles, pero cuántas ocurrieron en cada hogar y nadie las conocía, ¿verdad?
Antes, nadie hablaba del maltrato psicológico. Te hablo de hace 15 años, no de más. Era lo cotidiano, lo normal. Para una mujer, no poder trabajar fuera de casa era algo asumido. Lo lógico era que te casaras con una persona de la que no estabas enamorada porque la sociedad te decía que tenía que ser así. Han pasado muchas cosas a lo largo de la vida de todas estas mujeres que han supuesto pequeños pasos. Son muy importantes estos movimientos porque nos han llevado hacia donde estamos ahora. Todavía queda mucho por hacer. Ahora le ponemos nombres, pero sigue existiendo. Lo bueno es ser capaz de verlo y distinguirlo. Ya no hace falta decir maltrato psicológico porque lees la novela y lo ves claramente.


En un momento de la novela, Elena dice en relación con su amistad con Juanita, “me doy cuenta ahora de la tremenda fragilidad de las cosas que creemos permanentes”. La fugacidad de la vida y de las cosas bellas que no solemos valorar. Es una frase muy en consonancia con el título, ¿no?
Me ha pasado desde pequeña. Todos tenemos historias tristes. Cuando eres pequeña tienes a tus papás y piensas que no les va a pasar nada nunca. Y de repente les ocurre algo, en el momento menos pensado. Creo que en mi caso, ahí, te das cuenta de que no hay nada permanente. Tienes que disfrutar de todas las cosas. A raíz de este libro le estoy diciendo a la gente que hable con sus padres, con sus abuelos, que le cuenten cosas. Porque por desgracia nada es permanente. No podemos vivir tampoco con miedo. Pero sí intentando disfrutar del camino.
El título, Todo el tiempo que nos queda, ya es una declaración de vida…
Exacto, disfrutemos de todo.
Tu relación con el periodismo y el fútbol sí queda reflejada en la novela. Elena y su padre son aficionados del R. Madrid. Pero más allá de esta anécdota destaca que una niña de los 50/60 sea seguidora de un equipo, cuando el fútbol ha sido considerado siempre una “cosa de hombres”.
En mi caso, la aficionada era mi abuela. Y a mi abuelo no le gustaba nada. Esto de que el fútbol es cosa de hombres no deja de sorprenderme. A lo largo de la historia ha habido muchísimas mujeres aficionadas. Es verdad que todavía hay más hombres que mujeres. Pero ¿por qué no le puede gustar el fútbol a una mujer? ¿Qué gen nos falta? (risas).