Fernando J. Múñez: “Los Castronavea y los Ordás confrontan dos modelos diferentes de familia del siglo XIX”
El escritor nos habla de 'Antes se secará la tierra'
Tras La cocinera de Castamar (que dio lugar a una serie de televisión) y Los diez escalones, Fernando J. Múñez ha publicado Antes se secará la tierra (Planeta). Si con la primera nos trasladó a primeros del siglo XVIII y con la segunda al Medievo, con esta nueva obra nos sitúa en plena mitad del siglo XIX. Los Castronavea y los Ordás protagonizan una historia de fuertes rivalidades familiares, de amores, sueños y deseos, ambiciones y costumbres fijadas por una sociedad patriarcal donde ya existen mujeres que se niegan a asumir el papel que se les asigna desde su nacimiento.
Antes se secará la tierra es una épica historia protagonizada por hombres y mujeres que sobreviven en pleno siglo XIX. Me ha parecido una estupenda novela, intensa, que te atrapa al principio y no te suelta hasta el final. Esta es mi opinión sobre la misma. Como soléis decir los escritores, una vez que la obra está en nuestras manos y la leemos, pasa a ser propiedad de cada uno de nosotros, ¿verdad?
Claro. Debe ser así. Una novela puede ser vista y entendida de distintas maneras. Se trata de encontrar su espacio entre los lectores. Al final, cada uno la hace algo suyo.
¿Podría ser que Antes se secará la tierra tenga un ritmo distinto al de La cocinera de Castamar o Los diez escalones? Me ha parecido una novela más intensa que estas. ¿Te sorprende esta sensación?
Sí, tiene otro ritmo. Los ritmos son importantes. La cocinera de Castamar tiene un ritmo que yo quería reflejar más lento. La vida en el siglo XVIII era mucho más lenta. Cuando me fui al siglo XIII, con Los diez escalones, ya me empezó a pasar que tenía que conciliar el thriller, que exige un tempo relativamente rápido, con el tiempo que transcurre en una abadía, donde todo es monótono, lento, constante. Y decidí que todo debía suceder como en seis días, para que el tiempo interno de la novela fuera rápido, pero que el exterior de ella fuera otro. Entonces no es que me haya sorprendido que Antes se secará la tierra te haya parecido más intensa. Pero posiblemente sea porque el ritmo de esta novela es un poco más de pap, pap, pap… En ese sentido sí tiene más intensidad. Pero, por ejemplo, en Los diez escalones, la parte de la historia de amor es muy intensa, muy arrebatada.
Siglo XVIII, siglo XIII, siglo XIX… ¿Por qué en cada novela has viajado a épocas pasadas en vez de crear una historia contemporánea? ¿Se debe a una afición tuya por la historia, por esas épocas concretas…?
Se debe a la necesidad que tengo de disfrutar con la literatura. Me gusta pasarlo bien cuando escribo. Amo la escritura. Y disfruto mucho escribiendo. Y con lo que mejor me lo paso es con el viaje. Y cuando uno viaja a los mares del sur, a Atenas, a Roma, o te mueves por las tribus celtas, hay algo que me provoca una pasión. Son mis viajes en el tiempo. Y para mí es importante. Pero eso no significa que no pueda escribir sobre el tiempo nuestro en el que vivimos. Si hubiera una historia que me atrapara de esta forma… De hecho tengo guiones en los que hablo de la época actual, con sus teléfonos móviles y sus ordenadores. Pero a la hora de escribir, reconozco que me atrapa mucho el viaje temporal. Es una cosa que me fascina.
Fotografía de Patricia del Zapatero
Antes se secará la tierra me parece un título bello, así mismo épico, muy cinematográfico. Suena como una sentencia.
Sí. Porque Antes se secará la tierra viene a ser algo así como “por encima de mi cadáver”. Tiene un punto de western. Si la historia, en vez deser en Galicia en 1845 fuera en Oklahoma, con dos familias enfrentadas, tendríamos un western. No te digo a lo Gigante, pero sí cercano. A Horizontes de grandeza, donde tienes el enfrentamiento entre dos familias, por ejemplo.
Como dices, dos familias se enfrentan en Antes se secará la tierra. Los Castronavea, ganaderos, y los Ordás, mineros, con intereses económicos muy distintos. ¿Ahí está el origen de esta rivalidad tan grande?
Las rencillas entre ellos salen por el dinero, pero en realidad confrontan dos modelos diferentes de familia. Por un lado, don Dositeu de Castronavea, gallego, atado a la familia, a la tradición, a la tierra, a las vides, al ganado, a esas cosas que hacen que tengan sentido la palabra de honor, la fidelidad, el apellido… Y para su familia la tierra es algo que ha de ser preservado. Como un legado. Es algo que se transmite de generación en generación. Por otro lado, don Isidro de Ordás, de los Ordás de Ponferrada, pertenece a un nuevo tipo de familia que tiene que ver con la nueva casta de empresarios que está atada al ferrocarril, a las minas, al carbón, que va a ser muy importante en esa revolución industrial de finales de siglo. Es una casta de empresarios que no ve la tierra como algo para preservar, sino como algo para explotar. Inversiones, beneficios. Son dos modelos que colisionan. La visión tradicional de la tierra contra la empresarial. Don Isidro decide abrir una mina en las tierras de los Castronavea y, claro, empiezan los problemas. Es un tema aparentemente económico, pero va mucho más allá de ello.
Me gusta pasarlo bien cuando escribo. Amo la escritura. Y disfruto mucho escribiendo.
Fernando J. Múñez sobre su trabajo
Fotografía de Patricia del Zapatero
Galicia, con toda su belleza, pero también con la dureza de su naturaleza, es un personaje clave en la novela.
El sentido abrupto de Galicia. Hay un pasaje donde se ve muy bien cómo la tierra gallega afecta a los personajes. Cuando don Dositeu lleva a André, su hijo, para enseñarle un mar de colinas verdes y le dice “esto es tu legado”, “esto es de lo que estamos hechos nosotros”. “El día que nosotros nos opongamos a esto, la humanidad puede ser barrida por la naturaleza”, como sintiéndose criaturas menores, y a la vez perpetuadoras de esta belleza. Se ve muy bien cómo la tierra genera esos mitos en personajes como Quinta. Ella está atada a los Castronavea y a la tierra como ningún otro personaje. Su madre era adoptiva. La encuentra tras haber sido criada con lobos. Le enseña a escuchar el viento, a entender el arroyo, a saber de las reses, a entender a los animales salvajes. La enseña a ser una meiga, una bruxa. En este sentido, está, de nuevo, muy presente la tierra. Y en todos los personajes, ocurre algo similar. En Ponferrada también están atados a la tierra. De una forma muy intensa. Otra cosa es lo que pasa en el otro lado. Ahí la tierra es como algo externo, a la cual acudimos para extraer riqueza.
También aparece en la novela un fuerte patriarcado, fruto de las costumbres y la educación del momento. Sobre todo en los Castronavea con sus mujeres. En los Ordás, como solo tienen un hijo, esta influencia es menos patente.
En los Ordás no se nota tanto, pero se nota también. Ahí se ve sobre don Sebastián, el hijo de don Isidro. Aunque sea un hombre, se ve mediatizado por su padre. El patriarcado oprimía a las mujeres. En ese sentido, en los Castronavea, como bien dices, se siente mucho, en su forma de pensar, de vestir, en la elección del marido… Y en el lado de los Ordás tenemos un hombre, don Sebastián. Y el patriarcado le afecta en el sentido de que le privilegia frente a las mujeres, como al resto de los hombres, pero le limita. Porque el patriarcado también condiciona a los hombres. En Castamar le decían al duque, “tú te tienes que casar para perpetuar el linaje”, o “tienes que ir a la guerra”, o “no puedes llorar”… Son limitaciones, aunque no una opresión como pasa con las mujeres. Y así ocurre lo mismo con don Sebastián Ordás. Don Isidro le dice que se debe a su familia. No puede ser actor, como él quiere. Ha de obedecer a su padre, que es quien manda. El patriarcado afecta a los hombres limitándoles, aunque reciben privilegios, y oprime a las mujeres quitándoles libertades. El machismo no tiene sexo. Es una ideología.
En los Castronavea hay tres mujeres poderosas, fuertes, distintas entre sí, pero adelantadas a su época: Iria, Basi y Matilda.
La novela comienza con los dos hombres, don Dositeu de Castronavea y don Isidro de Ordás, de copas y puros, gobernando a sus familias. Pero, poco a poco, esto cambia. La narrativa va pasando a otras manos, femeninas. Pero lo importante para mí es que esto suceda dentro de la coherencia histórica del siglo XIX. La independencia de una mujer, como Iria, no le viene dada porque sea más valiente, más corajuda, que lo es, o que sepa más de las reses. Todo le viene bien, pero lo principal es que su padre, don Dositeu, se da cuenta de que si cede el legado familiar a los hombres, a su hijo Amaro, o a sus nietos, como mucho, solo André podría mantenerlo. Pero no lo engrandecerían. No son líderes. Ni Amaro, ni Amil, ni André. Ellos no tienen el coraje ni el espíritu de Iria. Por eso sabe que el legado ha de pasar a ella. Para un hombre del XIX, esto puede tener mucho sentido. Aunque vaya en contra de sus prejuicios, aunque hubiera deseado que un varón heredara el legado familiar, tiene que depositar su confianza en Iria si quiere perpetuarlo. Y eso es lo que le da a ella la independencia. Y aun así sigue sometida a las presiones de la sociedad. Las tres mujeres son víctimas del patriarcado del siglo XIX.