Gatrópolis ha tenido acceso al escritor Simón Menéndez-Bravo, quien a través de la editorial rosarina El Salmón ha publicado su primera novela, Alfileres en el pan, una metáfora vital que reflexiona “sobre las cosas que nos dan vida y su costado filoso”, en palabras del propio autor.
El pasado 22 de marzo fue presentada tu primera novela, Alfileres en el pan. ¿Qué sensaciones genera en un autor que una obra suya esté al alcance de los lectores?
Muchas y contradictorias. Lo más fuerte es sentir que algo mío ya no me pertenece. Una parte de mi mente ahora fluye libre entre lectores y dialoga de manera diferente con cada uno. Hace poco una desconocida me escribió para contarme que había pasado la noche sin dormir leyendo el libro. Saber eso fue excitante pero no puedo evitar preguntarme ¿qué le habrá dicho? La novela habla de sí misma y ni yo sé todo lo que dice. La vida propia de la obra me trae una sensación muy luminosa pero a la vez me atemoriza la irreversibilidad. El libro publicado ya no cambia pero mi consciencia sí. Habrá que seguir escribiendo.
El Salmón se caracteriza por publicar sus obras en formato audio y braille, además del tradicional en tinta. ¿Cómo suena la obra de un autor en su propia voz?
Yo creo que para que un texto oral suene bien el intérprete tiene que conectar emocionalmente con él. Cuando un autor lee su propia obra esa conexión ya existe, pero también son necesarias otras cosas para que el sentimiento se transmita. Plasticidad en la voz, por ejemplo. En mi caso, leer la novela fue todo un desafío porque no tengo formación actoral ni vocal. Las sesiones de grabación junto a Beto Steinmann (editor) y Esteban Seso (técnico de sonido) involucraron mucha práctica y dedicación, pero gracias a la buena onda que generamos y a que nos divertimos mucho en el proceso finalmente logramos un buen resultado.
¿Cómo está siendo la acogida del lector en relación con tu novela?
Más emocional que lo que imaginaba. Me escriben personas que no conozco para decirme que les gustó la novela pero, principalmente, para contarme qué sintieron ante determinados hechos de la trama, sentimientos concretos que en algunos casos hasta son contradictorios. Hubo quien terminó enojado con Carmen y también hubo quien terminó llamando por teléfono a su madre.
¿Desde el punto de vista de su autor, qué es Alfileres en el pan? ¿Es una metáfora sobre la vida y los contratiempos contra los que tenemos que pelear?
Alfileres en el pan tiene un significado metafórico dual. Por un lado, es una representación un poco obvia de la trama: los alfileres vienen de Carmen y su amiga Emilia, que son costureras; y el pan viene de Romi y el Conti, que llevan adelante una panadería. Por otro lado, también es una metáfora un poco más reflexiva sobre las cosas que nos dan vida y su costado filoso. Yo creo que el dolor no es permanente, pero sí que es inseparable del sustento. Creo que no existe algo maravilloso que no tenga también un costado trágico.
¿Te están descubriendo los lectores un punto de vista distinto sobre la trama o los personajes del que tenías al concebir la novela?
Sí, prácticamente cada lector con el que hablo me comenta algún punto de vista que para mí tiene una óptica impensada. Eso es algo muy hermoso y habla, como dije antes, de la vida propia de la obra. Para mí los personajes son entidades mucho más complejas que poseen más componentes que los pocos que yo pueda contar. Los interpreto como personas concretas. Intento abarcar sus matices más importantes cuando escribo lo que hacen pero siguen estando vivos cuando se cierra el libro. Su vida trasciende la historia particular de la novela y sobre eso ya no hay nada escrito sino que cada uno lo completa mentalmente según bagajes propios.

Eres doctor en Biología Molecular. ¿Cómo surge en ti la vocación por escribir?
Trabajé en investigación científica durante siete años pero me gusta escribir ficción desde mucho antes. En mi casa guardo un cuento que escribí cuando tenía seis años, está doblado y abrochado como si fuera un libro, tiene dibujos y todo. Cuando estudiaba biotecnología en la universidad ya sabía que quería escribir una novela algún día pero hasta hace dos años nunca había tenido la intención real de llevar ese deseo a la práctica. A los veintipico no dedicaba mucho tiempo a leer ni a escribir literatura, estaba enfocado en otras cosas, primero en mi carrera y después en mi tema de investigación. De algún modo entendía que mi mente podía pensar de una sola cierta manera. Cuando dejé de percibirme así empecé a darles más importancia a los momentos de escritura. Dejé de interpretarlos como algo que hacía en mi tiempo libre y empecé a priorizarlos al punto que hoy todas mis otras actividades están organizadas en función de permitirme tiempo para escribir. Fue fundamental empezar un taller literario. La experiencia colectiva de la escritura, es decir, hacer colectivo lo que se escribe en soledad, potencia como nada.
He leído unas declaraciones tuyas en las que decías: “Escribir un texto y guardarlo en un archivo que nadie más va a leer es como meter una planta en un ropero, muere en el olvido». Escribir y publicar es exponerse a las miradas de los demás. ¿No genera un poco de vértigo?
Sí, por supuesto. Pero es algo con lo que vale la pena luchar. Yo creo que en la labor individual el crecimiento creativo tiene un techo. En lo colectivo, en cambio, el intercambio y la combinación de ideas hace que las posibilidades sean infinitas.
En el mundo faltan muchas palabras y sobra demasiada violencia, ¿verdad?
Diría que sobra demasiada violencia. Las palabras están ahí y todos las usamos todo el tiempo. El problema es cómo. Las palabras también pueden ser violencia incluso usadas de manera bonita. Yo creo que lo que falta es escuchar. Prestar atención a lo que el otro me dice, a las palabras que elige, intentar comprender su discurso. Creo que lo que falta, en definitiva, es hacer el esfuerzo para salir de la armadura propia y entender a quien me habla.
Para terminar, ¿qué sentimiento te gustaría lograr del lector que lea Alfileres en el pan?
Gratitud hacia algo habitual.
Fotografía de portada de Micaela Portela.