Los años extraordinarios (Literatura Random House) es la última novela de Rodrigo Cortés. Publicada el pasado año con una gran acogida de público y crítica, la obra está siendo presentada estos días por su autor. Jaime Fanjul, su indispensable y peculiar personaje, narra su vida a la vez que los acontecimientos ya históricos del momento discurren de manera sui generis.
Los años extraordinarios está teniendo un gran éxito desde que el pasado año fuese publicada; además con muy buenas críticas. Cuando alguien, por ejemplo, como Juan Gómez Jurado dice de la obra “…como escritor sólo puedo sentir envidia”, ¿qué responde su autor?
(Risas). Bueno, Juan se lo puede permitir, porque vende los libros por millones. Así que puede tener la magnanimidad del César (risas), que concede vida. Ante eso sólo puedo sentir satisfacción y agradecimiento, evidentemente.
Has dicho en algún sitio que la novela es fruto de un impulso inconsciente de libertad creadora…
Sí… Sí, sí, en el sentido de que lo primero que me di para escribir la novela fue toda la libertad del mundo. Decidí no reflexionar nada, no hacer ningún tipo de cálculo, no contemplar qué podía querer o no del pretendido mercado. Simplemente, escribir, sin hacer una sola pregunta ni rendir cuentas, casi con orejeras, y sin mirar atrás. Solo cuando llegué al final, sin estar nunca del todo seguro de saber lo que estaba haciendo ni hacia dónde estaba yendo, me permití girarme para contemplar la tierra quemada. Pero una novela así, que no se sujeta a determinada regla solo se puede escribir en cierto sentido desde la inconsciencia no literal, sino, insisto, desde la falta de cálculo.
La novela desde el principio marca una línea determinada que en un momento dado varía notablemente. Pega como un quiebro, por cierto necesario…
Claro. Incluso alguien como Jaime, que recorre el mundo entero, cruzándose con personajes extraordinarios, sin aprender nada de ellos… aprende cosas (risas). Incluso por él pasa la vida. Incluso por un personaje que discurre entre la indiferencia y el pasmo. Hasta él es permeable a lo que le sucede. Y hasta él ve que determinadas partes de sí se ablandan con determinadas experiencias. Por otro lado, las historias son circulares. Siempre nacen y mueren en sí mismas.
Jaime Fanjul es el personaje de la novela. Se trata de alguien indispensable para su desarrollo. No se pueden separar él y la trama. La obra necesita un protagonista como él, ¿verdad?
Sí. La novela es el personaje en gran medida. No anticipamos el éxito que iba a tener la novela. Por varias razones. Para empezar, como te decía, está escrita sin propósitos, sin mapa, y sin permiso (sonrisa), y sin seguir las teóricas recomendaciones de lo vendible. Pero es que el propio personaje hace muy pocos esfuerzos por ser querido. No se lo pone fácil al lector. Así que el éxito de la novela tiene mucho que ver con el del personaje. Ha sido acogido por el lector. Ha sido adoptado, casi, y perdonado en gran medida. Es algo que sucede con los propios personajes con los que él se cruza, que lo perdonan constantemente, y que ven en él mucho más de lo que él ve en sí mismo. Así que son indesligables, porque la novela es el personaje.
En la novela hay frases brillantísimas. No me gusta plantear la típica pregunta de si es autobiográfica o no, pero en esta ocasión me veo obligado a cuestionarte si muchas de estas sentencias nacen del autor o del personaje.
Yo no me parezco al personaje. Me parezco a la novela. Esto suena contradictorio con lo que acabo de decir, pero la novela es necesariamente poliédrica. Al personaje en cambio le hago tomar muchas veces decisiones que yo no tomaría, de forma consciente, incluso; ponerle en problemas a él y ponerme en problemas yo como autor, para ver si ambos salimos con vida de los aprietos. Pero, claro, incluso eso te desnuda. Cuando compartes alguna característica o cuando le obligas a huir de ella, eso por acción u omisión también te acaba desvelando. En ocasiones puedo poner en su boca algo que se parezca a mis opiniones personales, y en otras hago exactamente lo contrario. Hasta le puedo hacer filosofar con toda deportividad desarrollando una tesis contraria a mi forma de ver las cosas. Pero la exploro con esa deportividad, la trato de defender; no impongo la mía. Por ejemplo, Jaime considera que nada tiene propósito, ni sentido, en el mundo. Todo para él es profundamente arbitrario. Yo no tengo esa mirada. Concibo el universo como un lugar ordenado, y que responde a determinadas leyes internas que a veces conocemos y a veces no. Pero que se mueven fundamentalmente por razones de causa y efecto. Pero no trato de imponerle esa mirada. Me parece más interesante darle, incluso, la contraria y desarrollarla, y acogerla, y ver hacia dónde me conduce.
Claro, Jaime Fanjul cree más en la casualidad de las cosas, que surgen por sí mismas, sin una causa…
Y ni siquiera se lo pregunta. No le importa demasiado. No reflexiona. Todo eso le resulta indiferente. Lo cual, por otro lado, lo convierte en alguien estrictamente manipulable. Está abierto a todo y no tiene ninguna prisa por defenderse de nada. A cambio tiene dos características muy defendibles, entre muchos defectos irritantes, que son que no juzga y no se queja.
La novela tiende hacia la ucronía. ¿Se trata de algo premeditado o surge tal cual?
Yo no tengo tan claro si es una ucronía o simplemente se contempla al mundo por la vía de servicio. Es como un siglo XX que se ve por la carretera pequeña de al lado. Y en el que todas las leyes son flexibles y se pueden cambiar, incluidas las de la física. Sin alejarnos tanto de las nuestras, porque si te inventas leyes, esas tienen que ser tangibles. Por ejemplo, hay coches impulsados por el pensamiento pero solo funcionan en Alemania porque fuera de ella no lo hacen bien porque la gente no piensa y a veces hay que llamar a un profesor de filosofía para que te los arranque… Efectivamente, hacen falta reglas. Puedes explicar que Jaime habla con fantasmas. Pero también explicas que solo se pueden ver por la izquierda, por el rabillo del ojo. Y preferiblemente en el crepúsculo, en ese periodo entre luces, y que además cuando cambias de país dejas de ver a ese fantasma porque se pierde la sintonía. Puede abrir un taller de estropear cosas. Pero explica claramente que estropear no es romper. Romper lo hace cualquiera. Estropear es acceder al corazón de la cosa y alterarlo. El estropeo está lleno de sutilezas, como él dice. En fin, te puedes inventar las reglas, pero tiene que haberlas. El universo tiene que ser tangible y coherente consigo mismo, y no tan alejado. Es lo que tiene el esperpento, el disparate… Exagerar la realidad o deformarla te permite verla.
Espero que me permitas la licencia, pero hay momentos de la novela en los que me viene a la cabeza Gila. Incluso al leer determinadas partes, como la correspondiente a la guerra, me ha parecido oír su voz…
Mira. He escuchado 250 referencias distintas de la novela. Pero nunca ésta de Gila. Es la primera vez. Y me gusta mucho (risas). Probablemente tenga que ver también con esos movimientos de vanguardia de principios de siglo, con Jardiel, Mihura… El absurdo es nuestra manera de ser racionales. Y en el fondo eso responde a una tradición, que va desde Quevedo, Cervantes, Wenceslao Fernández, Vázquez Montalbán, Azcona… hasta Cuerda. Y, claro, es verdad. Tiene que ver con eso. Tiene que ver con esa mirada, aparentemente, disparatada de describir las cosas, que sin embargo las desnudas, sin tener la pretensión de hacer tal cosa.
Fotografía de portada de Andrea del Zapatero.