Después de La huella del mal (2019), Manuel Ríos San Martín ha regresado con otro thriller. Donde haya tinieblas (Editorial Planeta) plantea el caso de unos crímenes en serie que nadan entre la prostitución de lujo y los rituales religiosos. En su trasfondo, la novela abre interesantes debates que implican a la sociedad actual.
«Donde haya tinieblas… ponga yo la luz«. De una frase atribuida a San Francisco de Asís surge un título tan sugerente como la trama de tu última novela, Donde haya tinieblas. ¿Éste nace antes o durante la creación de la historia?
El primer título que le puse fue El pecado de Dios, que también tiene que ver con la trama. Pero me surgían dudas. El segundo título que barajé fue éste, Donde haya tinieblas. El otro es verdad que lo pensé más a priori, y éste salió cuando había escrito la novela. Porque hay un momento en la misma en que sale esta frase. Y me gustó mucho. Ante la duda de uno u otro me pareció que tenía algo sugerente, que también tiene un trasfondo religioso, interesante para la novela, y que llamaba la atención. Tinieblas es una palabra muy misteriosa. Y la frase «donde haya tinieblas» es llamativa.
En La huella del mal abordas cuestiones como el uso de las redes sociales o la maldad del ser humano. En Donde haya tinieblas vuelves a esos parámetros pero les añades otros como las relaciones entre hombres y mujeres, las diferencias entre generaciones, la religión y la dicotomía entre el perdón y la venganza. ¿Cómo se gesta este cóctel que encontramos en la novela?
Si la novela anterior toca el mal desde un punto de vista primitivo, sobre el ADN, sobre si está en nuestros genes, aquí se introduce un nuevo concepto que es el pecado. Hablamos del mal pero al hablar del pecado enseguida introduces la religión, la culpa, el perdón, el castigo. Introduzco unos temas que no estaban en la anterior novela (La huella del mal), sólo con el concepto de pecado. Y me parece que, al fin y al cabo, la novela negra siempre está hablando del mal de alguna manera. Pero podía hablar de él desde un punto de vista nuevo que creo que tampoco estaba demasiado utilizado por otras novelas del género. Y eso me gustó.
Los personajes son dos inspectores de policía que ofrecen perfiles totalmente distintos: Juan Martínez y Nuria Pieldelobo. Un hombre y una mujer, de generaciones diferentes, que trabajan codo con codo a pesar de sus diferencias.
Pensé que la novela tenía que reflejar un poco la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que discute mucho, donde hay posturas extremas, en la que no nos entendemos… Se ve en redes sociales que no nos entendemos, que los políticos tampoco lo hacen… Buscar dos generaciones, una la mía, con un tipo de 50 años, con una educación religiosa, de una familia tradicional, pero más positivo, y una chica joven, inteligente, guapa, milenial, de 30 años, pero un poco más cabreada con la vida. Muy feminista. Ese contraste me parece que es un reflejo de la España que vivimos. Y meter juntos a dos investigadores en un coche y mandarlos por España por un problema común, que es una chica desaparecida, genera una gran pregunta: ¿van a ser capaces de colaborar? Hemos visto que los políticos no han sido capaces de hacerlo. Se han tirado los trastos y así seguimos. Mi gran pregunta era: ¿los protagonistas van a colaborar entre ellos o van a estar peleando todo el rato? Esta es una pregunta que también podemos hacernos nosotros, si podemos colaborar aunque pensemos distinto. O, simplemente, si piensas de otra manera es imposible ponerse de acuerdo. Como sociedad deberíamos plantearnos esta cuestión.
Por cierto, Pieldelobo no puede ser un apellido elegido por casualidad.
(Risas). Empecé casi como una broma. Él se llama Martínez, un apellido común, y buscaba para ella un apellido un poco más rimbombante. De hecho hice una búsqueda de apellidos raros por internet. Y cuando encontré Pieldelobo dije, éste. No es sólo un apellido muy sonoro, sino que además define al personaje. Hay un momento en que Pieldelobo le dice a Martínez, que pone motes a todo el mundo, “oye, a mí no me pones mote”, y él le responde, “es que tu apellido es insuperable”. Me parece que funciona bien.
«Las redes sociales son una mierda. Lo sé bien porque las tengo todas…«. ¿Qué hay de Manuel Ríos San Martín en esta frase del personaje Juan Martínez?
(Risas). A mí las redes sociales me gustan. Lo cual no significa que sean una mierda muchas veces. El problema está en el uso que les damos. A veces son una mierda y a veces son fantásticas. Nosotros decidimos a quién seguimos. Y eso es una responsabilidad nuestra como usuarios de redes. Si sigues a los que montan bronca o insultan es tu decisión. Si optas por seguir a gente que se dedica a crear arte o a hacer chistes con gracia, sin más, también es otra decisión tuya. Te construye como persona y construye las redes sociales. No es lo mismo que un vándalo tenga cien mil seguidores a que tenga siete. Así, a ese vándalo le estamos dando voz.
Donde haya tinieblas tiene maneras de road movie. Martínez y Pieldelobo están constantemente en carretera corriendo de un lado para otro…
Sí. Es lo que hemos dicho antes. Dos personajes diferentes, metidos en un coche pequeño, viajando por España, siendo tan contrarios… No se ponen de acuerdo ni a la hora de escuchar música. Discuten porque a uno le gusta Sabina y a ella le parece machista. Me gustaba esa idea del conflicto entre dos personas tan diferentes. Y a ver si son capaces de dialogar.
Las novelas se leen por puro placer pero en ocasiones generan debate. Donde haya tinieblas es proclive a ello por los temas que toca: religión, redes sociales, diferencias entre generaciones, entre los hombres y las mujeres… Cuando un novelista como tú empieza a escribir algo, ¿lo hace pensando en crear ese debate o sólo en que el lector disfrute de la lectura?
Me gusta decir una cosa. El thriller te da una ventaja que no te da otros géneros: te engancha por la trama, por saber quién es el asesino, por qué mata… Cambias el punto de vista, le das giros continuamente, y el lector está ya enganchado. Y eso te permite hablar de otras cosas. Para mí, el thriller que sólo engancha se queda cojo. Y una novela que te suelta un rollo filosófico te aburre. Este tipo de novelas permite divertirte y, casi sin que te des cuenta, te ayuda a pensar, a informarte. Cuando terminas la novela te ha quedado una pequeña reflexión sobre la intolerancia, los diálogos entre hombre y mujer, lo masculino y lo femenino, sobre un montón de cosas. Incluso sobre la religión. Hay gente que la ve como castigo y otra como perdón o tolerancia. Todo eso te lo llevas mientras te entretienes con la trama de la novela negra.
Al igual que en La huella del mal, en Donde haya tinieblas has recurrido a una narración ágil y dinámica propiciada en cierto modo por la brevedad de los capítulos.
Cuando leí Patria, una novela profunda y con entidad, vi que tenía los capítulos cortos. Ahí me di cuenta que era posible hacer una novela con cierta profundidad sin que le perjudicara la extensión del capítulo si era corto. Y si es una novela de investigación, los capítulos cortos contribuyen a generar esa especie de tensión y de ansiedad por leer. Y sin embargo he conseguido, creo, que conjugue bien con una trama un poquito más sofisticada. No pasa porque se escriban capítulos cortos. Pienso que funcionan bien.
Por cierto, La huella del mal se está adaptando para una serie…
Estamos trabajando en la adaptación. Lo que pasa es que tenemos que venderla a alguna cadena de televisión. Alguna se ha interesado ya. Llevamos cuatro capítulos escritos. Ojalá salga, pero todavía está en proceso.
Fotografía de portada de Patandi.