'Manuel Rico: “Hoy la verdad de la literatura es más necesaria que nunca”'

Poeta, narrador, crítico literario y presidente de la Asociación Colegial de Escritores (ACE). Son algunas de las direcciones de vida de un escritor madrileño que ha dado mucho a la literatura en español. A propósito de la nueva edición de su novela El lento adiós de los tranvías (Huso Editorial, 2020), conversamos con Manuel Rico sobre “la literatura como investigación” y “la necesidad de seguir haciendo literatura que reivindique la memoria histórica”. 

Por: Ángel Casado.

Manuel Rico: “Hoy la verdad de la literatura es más necesaria que nunca”

¿No son demasiadas las novelas sobre la etapa de la dictadura franquista?

Hay muchas más sobre la Guerra Civil y son incontables las que se publican y se seguirán publicando sobre el período del nazismo. En todo caso, sobre la etapa de la dictadura y sobre la vida cotidiana en aquellos años no hay demasiadas novelas. Es un período que sistemáticamente se pretende dulcificar ablandando sus rasgos autoritarios y su dureza. Por eso y porque hay al menos dos generaciones que han nacido en democracia es imprescindible recobrar aquel tiempo. Es imprescindible para nuestra salud cultural y cívica. Y para nuestra democracia. Nunca serán demasiadas frente a 40 años de libertad amputada. 

¿Qué ofrece El lento adiós de los tranvías que no se encuentre en las otras novelas de este tema?

Junto a la investigación, con rasgos de thriller, sobre el paradero de Eladio Vergara un hipotético artista desaparecido al final de la Guerra, me pareció esencial recuperar lo que Unamuno llamó intrahistoria: la vida cotidiana entre 1966 y 1972, años en que se desarrolla la acción de la novela. Las costumbres, los olores de entonces, los ambientes interiores, los bares, los reductos de la oposición clandestina y semiclandestina, las lecturas. Y, sobre todo, los sueños, los deseos y las carencias de la gente en un tiempo en que partidos, sindicatos y asociaciones independientes estaban prohibidos, en que había pena de muerte y miles de presos políticos, y se carecía de los derechos que en Europa eran una realidad contundente. Para un joven de hoy es casi imposible imaginar cómo se vive en una dictadura. Quizá por eso se habla con tanta vehemencia del franquismo. 

¿En qué momento y por qué decide que su novela debe reeditarse?

Su edición en 1992 coincidió con un tiempo de euforia democrática, con las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla… Aquellos acontecimientos dejaron muy en segundo plano nuestra memoria de la dictadura. Había cierta inconsciencia al respecto. Fue hace cinco o seis años, al comprobar cómo ciertos sectores trivializaban los años del franquismo, incluso lo reivindicaban (hoy tienen un peso electoral evidente), cuando me planteé que sería bueno aportar literatura a ese debate, mostrar lo que fue “en tiempo real” ese mundo y conectar con nuevos lectores, aquellos que en 1992 o no habían nacido o eran niños.  

Su novela habla de una investigación. ¿Es la literatura una investigación?

Toda obra literaria planteada con ambición artística es una investigación. En el lenguaje, en las posibilidades de una trama, en la descripción de ambientes, incluso, documentalmente, en la Historia y en las hemerotecas. Y, en el caso de El lento adiós, en la evolución de una ciudad como Madrid, un Madrid que en 1972 se levantó aún en dictadura, pero ya sin aquellos viejos tranvías que llenaron parte de la vida de mis personajes. Y de la mía. 

¿Cuáles son sus referentes literarios?

Evidentemente, los clásicos. Cervantes y El Quijote. Pero también grandes autores del XIX como Leopoldo Alas Clarín y autores decisivos en la conformación de nuestra novela contemporánea: Juan Benet o Juan Marsé, norteamericanos como Raymond Carver o Richard Ford, algún centroeuropeo como el suizo Max Frisch, o Robert Walser o como el austriaco Hans Lebert… Y, por supuesto, algunos latinoamericanos del boom. De García Márquez a Onetti. 

En el siglo XXI, ¿qué le dice más, la poesía o la narrativa?

Ambos me dicen mucho. Del mundo, de la realidad presente, y de la memoria. La poesía es la proteína, allí se depuran los sentimientos y las más hondas percepciones respecto a la existencia. En la narrativa esa proteína se mezcla con la historia, con la peripecia de los personajes, con una realidad más o menos documentada. Me interesa, tanto en poesía como en narrativa, aquellas obras y tendencias que hablan de la vida y remiten a la experiencia cotidiana. Que no huyen de la historia y de sus servidumbres. Hoy, en el siglo de lo virtual y del fake news, la verdad de la literatura, sea poesía sea novela o cuento, es más necesaria que nunca.

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