El exitoso escritor turolense nos vuelve a atrapar con su generosa literatura. Tras El fuego invisible ha nacido El mensaje de Pandora (Editorial Planeta), donde nos acerca a las teorías surgidas sobre la evolución de la humanidad ligada a patógenos procedentes del cosmos. Y Javier Sierra se apoya para ello en los clásicos, en concreto en el mito de Pandora, para crear una trama en la que lo hace coincidir con la teoría científica de la panspermia, surgida a principios del siglo XX.
El mensaje de Pandora es una novela nacida durante el pasado confinamiento, pero ¿en qué momento surgió la necesidad o el deseo de crearla?
Los escritores tendemos a interpretar la realidad a través de lo que escribimos. Es la manera que tenemos de poner orden al caos que supone la vida. Cuando uno redacta un relato va secuenciando las cosas según el criterio del autor. Y ante una situación como esta, ante un desafío global como este donde hemos estado y seguimos estando un poco desorientados, yo necesitaba poner orden. Me puse manos a la obra con un relato para tratar de comprender la situación. Lo que hice fue poner en el centro de una sala imaginaria lo que estamos viviendo ahora con el coronavirus y alrededor varios espejos para que este momento se refleje. Y esos espejos son el espejo de la historia, el espejo de la mitología y el espejo de la ciencia. Y fruto de esos reflejos ha salido una interpretación de lo que vivimos con una mirada más amplia de lo que ahora está dominando en los medios de comunicación. En vez de verlo desde una perspectiva antropocentrista, desde la óptica únicamente humana, verlo desde una perspectiva cosmocentrista, más amplia.
Parece que el utilizar una comunicación epistolar entre una mujer y su sobrina como medio narrativo obedece en su caso a razones personales, una manera más de transmitir la realidad por parte del autor.
Claro. La elección de la manera epistolar la tuve clara desde el primer momento. Yo creía que lo que se imponía para la situación era un género literario directo, que apelara de manera frontal al lector, que sintiera que el mensaje era para él, que era el destinatario, más allá de Arys (el personaje imaginario que sirve de excusa para enhebrar toda la historia). Y desde ese punto de vista me ayudó mucho mi propia relación con las cartas. Crecí rodeado de ellas porque mi padre fue cartero, y siempre han estado muy presentes en mi vida. Empecé a tener correspondencia con amigos de otras ciudades y de otros países de manera muy febril. Pillé esa última ola del correo tradicional y para mí resultaba una experiencia muy emocionante llegar todos los días del colegio o del instituto, abrir el buzón de mi casa para ver si había recibido respuesta alguna de aquellas misivas. Mucho más emocionante de lo que hoy resulta abrir el ordenador y ver si hay un correo electrónico en respuesta a uno tuyo. Porque hoy casi no hay anhelo. Los tiempos de espera se reducen mucho. Cuando los tiempos de espera se alargan y la ansiedad crece, la necesidad de recibir respuesta aumenta y el interés con el que lees la carta se multiplica exponencialmente.
Es una vuelta al pasado, ¿verdad?
Sí. Es volver a la comunicación esencial. Cuando uno escribía una carta hace unos años, antes de la era de internet, uno se la pensaba, y la utilizaba para transmitir algo importante, algo elaborado. Hoy en día, dada la inmediatez del correo electrónico y que no hay que pagar sellos, uno pone lo que se le ocurre. Hemos sustituido la comunicación epistolar de lo importante por una comunicación electrónica de lo urgente. Y no es lo mismo. Por eso, acudir al género epistolar en este caso era una necesidad; quería darle el valor que tiene el mensaje.
Entiendo que El mensaje de Pandora va dirigido a una humanidad que se ha acomodado demasiado y no se está interesando por cuestiones esenciales para nuestro desarrollo. ¿Podría ser un toque de atención?
Sí. Está muy bien visto porque Arys, la destinataria de esta carta es una niña que está a punto de convertirse en mujer; acaba de cumplir 18 años. Ya va a ser responsable de sus actos con la mayoría de edad, pero todavía está en esa infancia en la que todo parece asegurado. Y de alguna forma eso es una metáfora de lo que somos nosotros como sociedad. Una sociedad que en las últimas décadas se confiaba a los avances tecnológicos y al desarrollo en general que ha experimentado nuestro mundo. Creíamos que todo estaba bajo control y pensábamos que nada podría ocurrirnos, que las desgracias siempre iban a tener lugar en latitudes lejanas, menos desarrolladas, con menos posibilidades de enfrentarse tecnológicamente al desafío. Pero esta situación nos ha demostrado lo equivocado que estábamos. Y de alguna forma ese error nos va a hacer madurar, nos va a hacer entender que la tecnología no va a poder nunca controlar a la naturaleza. Es más, que ese sueño de controlarla no es legítimo. Nosotros somos parte de esa naturaleza. A lo que tenemos que aspirar es al equilibrio, a una relación de compensación entre esas partes sabiendo que no somos distintos de la naturaleza, sino que formamos parte de ella.
Pandora es un personaje mitológico cuyo error fue ¿por la curiosidad o por la desobediencia a Zeus?
El mito de Pandora se ha interpretado desde muchas ópticas. Y sobre todo ha servido durante mucho tiempo para condenar a la mujer por curiosa. Ella es la primera mujer. Nos la envía Zeus porque quiere vengarse de la humanidad. Esta ha recibido el fuego que ha robado Prometeo, es decir, que de repente se ha hecho consciente. Eso a los dioses no les gusta. Crean a una mujer perfecta, que es Pandora, y la envían con una caja cerrada a la Tierra con la orden de que no la abra bajo ninguna circunstancia. Pero Zeus, parece deducirse del mito, ya sabía cuál era la naturaleza de la mujer y sabía que iba a abrir esa caja tan pronto como tuviera la oportunidad; como así hizo, dejando escapar todos los males que acabaron con la Edad de Oro del Hombre. Ese es el mito. Generalmente se ha interpretado en una clave muy misógina, muy parecida a la del mito de Adán y Eva en el paraíso. Por culpa de ella nos hacemos conscientes también, ingerimos del árbol prohibido, del bien y del mal, y somos expulsados del paraíso. Son dos mitos muy paralelos. Pero donde pongo el foco en el mito de Pandora es en otro punto. Y es esa idea, que tiene miles de años de antigüedad, de que las enfermedades llegaron a la Tierra desde fuera, desde los cielos. Encerradas en un contenedor hermético. Esto parece una metáfora de una teoría científica que se discute mucho en mi novela, que es la teoría de la panspermia.
¿Cuál es esa teoría?
Es la idea que tuvieron varios premios Nobel a principios del siglo XX, de que la vida en la Tierra no es autóctona de aquí, sino algo endémico del universo. Y que en realidad es una suerte de infección; el planeta fue infectado por la vida en la noche de los tiempos por cometas, asteroides y meteoritos que trajeron la vida aquí de manera similar a como un espermatozoide fecunda a un óvulo. Por eso llamaron a su teoría la panspermia. Y es una de las hipótesis científicas que todavía hoy se discuten cuando se habla del origen de la vida.
¿Cómo espera que el lector de El mensaje de Pandora acoja a la novela?
Espero que el lector se dé cuenta de que nuestros antiguos tenían un instinto de conocimiento muy desarrollado; tenían hambre por comprender el universo en que habitaban. Pero no tenían herramientas para organizar ese conocimiento que indudablemente se podía deducir de la observación de la naturaleza. Por eso crearon mitos. Los mitos, de alguna manera, son respuestas irracionales a preguntas racionales. De ahí se encuentra una explicación a por qué el mito de Pandora se parece tanto a la teoría de la panspermia, y al ponerlas en relación, lo que espero es sorprender al lector y que inicie un camino de decodificación de esos mitos antiguos. Que vuelva a los clásicos, que se dé cuenta de que no por viejos ni por antiguos aquellos seres humanos son más tontos que nosotros; al contrario, probablemente le dedicaron más tiempo de observación a la naturaleza que nosotros mismos, que nos dedicamos a otros quehaceres.
En El mensaje de Pandora se aborda también el origen del mundo, de la humanidad, algo que siempre ha ocupado y preocupado a los investigadores, y en lo que nunca se llega a un consenso.
Claro. No se llega a un consenso porque no hubo cronistas en aquellos tiempos, ni escritores, porque la escritura es un invento muy reciente, es un desarrollo que aparece en escena hace aproximadamente unos cinco mil años. Y tuvieron que pasar 4.500 años más hasta que apareciera la imprenta, que de alguna manera inmortalizara la escritura. Así, cuando hablamos de la Prehistoria, nos falta esa información que nos explique bien qué es lo que pasó en aquel tiempo. Pero aun así hay atisbos. Hay pistas de las que tirar. Por ejemplo, el folclore está lleno de ellas, muchas fiestas populares, muchas tradiciones, tienen su arraigo con toda probabilidad en la Prehistoria. Algunas pinturas rupestres, si bien no son escrituras, reflejan de alguna manera el anhelo de aquella gente, de aquellos primeros artistas que perpetuaban así sus ideas. Decodificando todo eso, fiestas populares, tradiciones, mitos, ritos, pinturas… se puede sacar una idea, y en el caso que me ocupa de El mensaje de Pandora, esa idea tiene que ver también con la influencia de las enfermedades. Las pandemias no son de hoy, no son de la época de la peste negra. En realidad, aparecen en el mismo momento en el que el ser humano empieza a convivir diariamente con los animales. Y eso se produce en el Neolítico, cuando domesticamos a los primeros animales hace diez mil años. Ahí es cuando se produce el salto zoonótico de los virus del entorno animal al humano. Y, además, en esa época fue cuando empezamos a vivir en grandes comunidades de individuos. Antes éramos tribus nómadas de cazadores, de pocos individuos. Pero a partir de la ganadería y de la agricultura formamos poblados, y después ciudades. Por lo tanto, ahí es donde nacen las pandemias. Y el impacto que tuvieron las primeras, necesariamente, se tenían que haber dejado notar en sus tradiciones en su folclore y, por supuesto, en su arte. Y cuando uno acude con esa visión a esos vestigios encuentra la huella de la enfermedad. Y eso a mí me ha resultado muy interesante y por eso lo he convertido en parte de mi narrativa en esta novela.
“Cuando un dogma cae, un nuevo mundo nace”. ¿Cree que esto que estamos viviendo va a suponer un nuevo mundo o la humanidad ya ha llegado a su tope máximo de evolución?
El ser humano siempre tiene la tendencia hacia el absolutismo, no solo en política, sino también en sus ideas y su manera de proceder. Cuando uno descubre un mecanismo o una certeza íntima o colectiva, trata de mantenerla a toda costa. Pero a veces la evolución te hace ver que estás equivocado. Y ahí es donde se produce la tensión. Ante una idea dogmática, aceptada por la mayoría, surge de repente otra que la cuestiona. Esa idea dogmática suele defenderse, y además de manera violenta. Lo hemos visto en otras épocas. En la Inquisición, por ejemplo. Pero lo vemos hoy también en las ideologías políticas; son dogmáticas, cada vez más. Y se han convertido los partidos políticos en sectas donde el que no esté con ellos está contra ellos. Todo eso son mecanismos muy naturales en el cerebro humano, en la manera de entender la realidad. Pero creo que hay que contraponerlos a ideas más flexibles, al debate, a la contraposición de otros proyectos, de otras teorías. Ahora estamos en uno de esos momentos. Ante un problema al que tenemos que aportar soluciones de acuerdo con nuestra situación en la historia. Y esa situación nos obligará a un desarrollo de soluciones novedosas.
El mensaje de Pandora nos muestra que la historia es cíclica, y como cuenta en la novela, esto es muy antiguo; que no es la primera vez que ocurre ni va a ser la última.
Claro, y lo que se aprende al abrir el gran angular de la historia es que hemos salido de pandemias muchísimo peores. La peste negra, producida por una bacteria que transmitían las ratas, en el siglo XIV, se extendió durante muchas décadas. Se cobró la vida de uno de cada tres ciudadanos de Europa. Provocó un cambio a todos los niveles muy profundos en aquella sociedad, dejando de ser una sociedad teocéntrica para poner al ser humano en el centro, para ser antropocéntricos. De repente, surgió en nosotros el deseo de vivir y sobrevivir. Y al poner al ser humano en el centro nacieron las humanidades, la necesidad de recuperar el conocimiento de los clásicos, la filosofía, se desarrollaron las artes y las ciudades modernas… En fin, nació casi la cultura tal y como hoy la conocemos. Y todo eso como consecuencia de una agresión bacteriológica severa que en los libros de historia aparece citada, pero no lo suficientemente ponderada. Y lo mismo volvió a ocurrir con la famosa y mal llamada gripe española en la epidemia de 1918. En aquella ocasión no murieron uno de cada tres ciudadanos de Europa, pero sí se infectaron uno de cada tres europeos. Y el cálculo global de muertos habla de unos 50 millones en todo el mundo. Sin embargo, cuando estudiamos el siglo XX nos obligan a estudiar la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y la peste negra es una nota al pie de página, como mucho, de la primera de las guerras, cuando fue decisiva. Hizo que cambiaran muchas cosas, entre ellas, la irrupción de los sistemas públicos de salud, que en esta nueva pandemia nos han salvado. Han sido la primera línea de combate frente al coronavirus. Así que debemos mucho a esas crisis porque aprendimos a evolucionar. Aunque la evolución nunca es inmediata, nunca de hoy para mañana. Los automatismos son para las máquinas, para internet, pero no para la realidad. Esta evolución es lenta, y a lo mejor lo que aprendamos de esta pandemia lo veremos, quizás, dentro de una década.
Fotografía de portada de Asís G Ayerbe.