El pasado martes 15 Javier Menéndez Flores publicó su novela Todos nosotros (Editorial Planeta), un thriller policiaco que comienza en el Madrid de 1981, cuando España aún estaba en fase de adaptación a la Democracia. Se trata de una historia de suspense que se desarrolla durante una larga y recta línea temporal que llega hasta 2002, a lo largo de la cual el lector puede sobresaltarse con una trama dominada por el mal y, a la vez, aproximarse a través del recuerdo al pasado de un país que ha ido transformándose poco a poco hasta lo que es hoy en día.
Todos nosotros es una obra de ficción apoyada en la realidad histórica de España. Conforme discurre la trama recordamos o conocemos, por quienes no hayan vivido todo eso, momentos clave del país.
Sí. La gente me está comentando sobre la novela que quiere saber, resolver el misterio, y conocer quién es el asesino, pero el libro no solo tiene eso. A medida que lo vas leyendo vas disfrutando de otras cosas, gracias a la documentación que tiene.
Claro. Eso era algo que quería preguntar: ¿esta combinación entre ficción e historia es fruto de tu experiencia periodística o de la curiosidad propia de un ciudadano de a pie? ¿Se trata de algo premeditado?
Lo he hecho adrede. La historia que cuento es pura ficción, ha salido de mi imaginación, no me he basado en otros casos, pero tenía muy claro que el escenario en el que desarrollaba la acción tenía que ser real. Por eso elegí esas dos líneas temporales en las que se desarrolla (1981 y 2002). 1981 me pareció un año muy importante en España. Fue un año en el que se estaban produciendo sucesos que iban a redefinir al país en el aspecto político, social y cultural. Veníamos de una larga dictadura. Había una gran efervescencia, y era un país en pleno desarrollo, que empezaba a entrar en la modernidad. Y me parece que esos años han sido claves para estar donde estamos hoy en día. Porque a lo largo de los 80, España se convierte en un país moderno. En la segunda parte ya estamos hablando de un país plenamente integrado en la Unión Europea. En la novela puedes estar en Madrid como en cualquier otra gran capital europea. Otro factor que he tenido en cuenta para situarla en esas dos épocas, sobre todo en la primera (1981), es que yo quería escribir un thriller de corte clásico, en el sentido de que en el año 81, los policías no tenían teléfono móvil, no había pruebas de ADN, no había cámaras de seguridad en todas las calles y, prácticamente, en todas las tiendas… Eso, ¿qué significa? Pues que los policías, para resolver los casos que tenían entre manos tenían que utilizar toda su capacidad deductiva, su perspicacia y hacer de la necesidad una virtud. Hoy en día, muchos crímenes se resuelven en un laboratorio. Pero entonces no era así. Entonces, la policía trabajaba de un modo casi artesanal. Tenía que patear las calles, iba con su libreta, con su bolígrafo, hablaba con mucha gente, y me gustó ese espíritu para trasladarlo a la novela. Y por rematar, dentro del seno de la policía se producía un choque entre el nuevo mundo y el de antes. Estaban los policías de la herencia franquista, que era gente expeditiva… cuya filosofía era que el fin justifica los medios. Y, sin embargo, los policías formados en Democracia, aunque fuera una Democracia naciente y con las patas muy frágiles, ya tenían otra manera de entender la vida y su profesión. Y dentro de la policía había esa tensión.
La novela, incluso, hace en ocasiones un recorrido por las calles de Madrid, una ciudad que ejerce un protagonismo muy necesario en algunos pasajes. Hablamos de un escenario que tiene su propio peso y protagonismo.
Cuando pensé en esta historia sabía que el escenario en el que se tenía que desarrollar debía ser una gran ciudad. Soy madrileño, conozco muy bien Madrid, pero aun así he tenido que revisitar esas calles de las que hablo porque, aunque yo las haya transitado un millón de veces, si las quiero plasmar en una novela tengo que captar hasta el último detalle. También he utilizado mucha labor de hemeroteca, de fotografías, reportajes antiguos, recortes de prensa, para quedarme con el aroma de aquellos años. Estamos hablando del año 81. Yo era muy jovencito. Tenía 12 años. Luego, sí salí de noche en los años 80 porque fui un niño precoz. Y los he llegado a conocer. Pero yo quería que el lector, como tú bien has dicho, aquel que como yo ya tiene una edad, al entrar en esa parte de la novela dijese, “¡co…, ese Madrid lo he vivido! Me suena todo esto”. Y por otro lado, que los que no habían nacido aún conozcan cómo era ese Madrid, a qué olía, y cómo era la vida entonces. Y ese ha sido el motivo de que eligiera Madrid. Además, esta era una ciudad en la que en el año 81 pasaron muchas cosas. Y eso me daba mucho juego para la novela. El contexto político, social, cultural, que se estaba dando era un telón de fondo cojonudo para un novelista.
En Todos nosotros encontramos personajes con perfiles muy definidos, no son meros figurantes, y también son muy reales, como de carne y hueso, como Diego Álamo o Guzmán. Como dices, encontramos policías nacidos y crecidos en la Dictadura y otros que llegan con ideas renovadas, generándose a veces ese choque generacional en cuanto a las maneras de abordar los casos. Tanto los principales como los secundarios poseen mucha fuerza, cada uno con su propia fuerza y energía.
Sí. Los personajes secundarios son muy difíciles de perfilar. Guzmán, por ejemplo, me gusta mucho. Estoy muy satisfecho del trabajo que he hecho con él. Es un personaje al que algunas veces lo quieres matar y al que, sin embargo, acabas cogiéndole cariño; te resulta entrañable. Y eso que es un personaje bastante duro. Y los personajes secundarios, en una novela, como “chupan menos cámara”, tienen menor tiempo de aparición, tienes que conseguir que en ese breve espacio seduzcan al lector. Y por eso creo que perfilar a un secundario es casi más difícil que a un protagonista. El protagonista tiene toda la novela para él, para lucirse. Pero están muy trabajados todos los personajes de la novela. Y tú antes lo has dicho, no son meros figurantes. Yo buscaba huir del tópico del thriller en este caso, en el que los personajes son o superhéroes o antihéroes. He querido hablar de gente de carne y hueso, de gente normal, de ciudadanos de a pie, como tú y como yo. Y es lo que he querido trasladar a los lectores de la novela. Porque creo que es la única manera de que se familiaricen con ellos o encuentren nexos entre ellos y nosotros.
Se me ocurre mientras me respondes que Guzmán tiene para una novela…
Sí. Guzmán es un personaje cojonudo (risas). A medida que lo iba construyendo me lo pasaba muy bien. Representa la antítesis de lo que yo entiendo que debe ser un hombre y un profesional. Y por eso me acuerdo cuando Jonathan Franzen escribió Las correcciones, y hablaba de los tres hermanos, y del que tenía mucho dinero y al que le iban muy bien las cosas, y decía de él que le había costado mucho escribir ese personaje porque era todo lo que detestaba en la vida y era diametralmente opuesto a él. Se tuvo que esforzar más. Pues con Guzmán me ha pasado un poco eso. He tenido que echar toda la carne en el asador puesto que no veo ningún punto coincidente con él.
El ritmo narrativo no da lugar a la relajación, siempre pasa algo. Es un sinvivir casi constante.
Soy lector de novela negra, y me ha pasado muchas veces que me han recomendado una novela o la he descubierto en una librería que podría ser interesante, y empiezo a leerla y cuando llevo unas 200 páginas veo que no ha pasado nada. Entiendo que eso pueda darse en la novela literaria, que puede ser como un mar en calma, pero yo creo que el género thriller exige un ritmo, suspense, sorpresas… porque pienso que el lector que busca ese tipo de libros busca experiencias fuertes. Y eso lo tuve muy presente siempre, desde la primera página. Quería manifestar un misterio que recorre toda la novela y que llega prácticamente hasta la última página. Fue un objetivo que me marqué. Creo que lo he conseguido en la medida en que las opiniones que estoy recibiendo apuntan por ahí. Me ha costado mucho trabajo pero era una premisa para mí, indispensable.
Desconozco si es un detalle insignificante en la novela, pero me ha llamado la atención el hincapié que haces en los orígenes y el status social de los personajes.
No, no es baladí. Es algo buscado, precisamente en aquellos años. Por ejemplo, la relación entre Diego y Mónica, que es una bonita historia de amor; es el contrapeso a la maldad que hay en la novela. Ellos, sin embargo, son el símbolo del amor, de la ternura. Él siempre está pendiente de ella, y ella de él. Pero ella es una niña bien. Viene de una buena familia. Y él es un chico hecho a sí mismo, con una ausencia importante familiar. Y yo quería plasmar eso porque en Madrid en aquellos años también pasaban estas cosas. En la universidad, de pronto, se conocían chicas bien con chicos que venían de una familia, no de clase baja, pero casi, con pocos recursos económicos. Y al revés. Un chico de buena familia que se enamoraba en la universidad de una chica que tenía un padre panadero, por ejemplo. Quería hablar de ello. Aunque en Madrid, a diferencia de ciudades como Barcelona, eso no ha contado demasiado.
El poder de la mente para superar situaciones complejas. Este es otro de los ingredientes que veo en la novela. Los personajes se ven sometidos a pruebas de mucha tensión. Para salir de ellas han de poseer una fortaleza mental muy grande.
Es crucial. Al final, la resiliencia. Cuando las personas se ven en una situación que ni siquiera podrían haber imaginado, se sorprenden a sí mismas al ver de lo que son capaces con tal seguir aferrándose a la vida. Eso lo he querido dejar muy palpable en la novela. Por distintas razones. He querido hablar desde tres puntos de vista que a mi modo de ver sustentan a un thriller: el del investigador, el de la víctima y el del verdugo. He querido darles el mismo protagonismo a esos tres puntos de vista. Hay una carga psicológica en los tres que es enorme. El investigador tiene sus propios fantasmas. Tiene que estar haciendo cábalas. La víctima tiene que soportar lo indecible. Y tenemos que explicar también quién es el asesino y por qué obra de esa manera. Así, te metes en la cabeza de tres mundos, no de tres personas, porque son tres mundos al fin y al cabo.
La maldad, obviamente, es un elemento clave en la historia. ¿La lucha entre el bien y el mal es algo inherente a la humanidad desde sus orígenes?
Claro que sí. Creo en eso. Hay dos polos. Se puede caer en el maniqueísmo, en esa concepción del bien y del mal. Pero al fin y al cabo hay gente mala en la vida real y también hay gente buena. Y hay perfectos cabr… y gente que es capaz de dar todo lo que tiene. Y la idea del mal como oscuridad y del bien como luz está muy presente en la novela. Cuando empecé a germinar la novela tenía la idea de dos personajes que no se conocen de nada pero los dos comparten una circunstancia, y es que empiezan a notar en un momento dado de sus vidas que la luz que nos acompaña a todos se desvanece. ¿Eso qué significa? Pues que es como que empiezas a caer en picado y que tu mundo se derrumba. Y eso de alguna manera une a dos personas que no se conocen de nada. Y por eso, lo que dices de la maldad, la oscuridad, la luz, está muy presente en la novela. Además, creo que en este género tiene que ser así. ¿Qué es un thriller? Un género que tiene una mecánica muy particular: no es un libro de historia, no es una novela literaria… Estamos hablando de otro registro. Tiene unos requisitos que deben cumplirse. Tiene que tener ritmo, suspense, capacidad para atrapar al lector y establecer la idea que hay malos y buenos.