Quien se ha adentrado en la novela de Fernando J. Múñez ha realizado un viaje al pasado, reviviendo la escena social de un siglo como el XVIII. Quien ha leído su primera novela ha conocido una historia cautivadora, con unas tramas apasionantes y unos personajes tan reales y poderosos como las diferencias abismales que establecía una sociedad opresiva. Quien ha conocido a Don Diego de Castamar y a Clara Belmonte no los olvidará jamás.
Clara Belmonte y Don Diego de Castamar, dos vidas castigadas por la desgracia cuyos caminos se cruzan de manera inesperada. Una buena puesta en escena para una novela que es algo más que la historia de estos dos personajes, ¿verdad?
Efectivamente son dos vidas que han sufrido la tragedia de forma profunda, donde Clara se lleva la peor parte porque a parte de perder a un ser querido al igual que el duque, cae en la pobreza. Es un punto de partida en el que ambos, cocinera y duque, se encuentran al inicio de la novela y conforman ese buque insignia que permitirá al lector iniciar su viaje a Castamar, al resto de personajes y sus historias. Cada una de ellas aporta al lector una parte esencial de la historia de Castamar y de la vida del siglo XVIII. Por poner un ejemplo, don Gabriel refleja claramente el ideario generalizado que existía sobre el esclavismo, o doña Úrsula, el ama de llaves, es un claro exponente del clasismo y a la vez de la dura vida que sufrían las mujeres frente al poder patriarcal.
¿Qué motivó a Fernando J. Múñez a escribir una novela datada en el siglo XVIII?
Me seducían varios puntos de esa época. En primer lugar es un momento de la historia europea y principalmente de España, muy importante, porque la guerra de Sucesión por el trono de España fue una guerra que se incluyó dentro de una mayor donde se combatía por la hegemonía de Europa. Para mí, lo importante era no tanto los acontecimientos bélicos, sino las cicatrices que quedan en las almas después de un evento tan traumático. Todos los personajes de La cocinera de Castamar ya están tocados, ya han sido golpeados por ese monstruo que lo devasta todo a su paso. Ese punto de partida hacía que los personajes ya tuvieran una profundidad, una carga dramática e histórica.
Por otro lado, me interesaba una época como esta porque aunque existe mucha documentación sobre ella, tenía la intuición de que el siglo XVIII en España es un gran desconocido en comparación con otros, como los Siglos de Oro por ejemplo. Esto me permitía dar a conocer un siglo en el que en España ocurrieron cosas muy transcendentales y condicionaron en muchos sentidos como somos. El apego a la monarquía de gran parte de la sociedad y que sean Borbones es un claro exponente de ello. El ser humano no deja de ser heredero de los procesos históricos, cuando nacemos y crecemos dentro de una sociedad, de una determinada cultura, es inevitable que nos veamos afectados por las decisiones y acciones que otros tomaron antes de que llegaramos. Y esto es algo que deseaba que estuviera en La cocinera de Castamar, esa visión de un mundo que ya no existe pero del que somos herederos en parte, para que de alguna forma el lector pudiera preguntarse en qué hemos mejorado y en qué no lo hemos hecho.
La cocinera de Castamar (Editorial Planeta, 2019) ha supuesto su debut como novelista, ¿qué sensaciones está viviendo con esta nueva experiencia?
Por un lado no dejo de sentirme un privilegiado, por poder hablar de mi obra, sus personajes. Al final la novela no es más que un hijo de papel y a uno le gusta hablar de sus hijos. También agradecido a Planeta, por la forma en la que nos han tratado a mí y a la obra. No puedo por menos que sentir además algo de orgullo y mucha felicidad cuando los lectores me dicen que han devorado las páginas o que les ha arrebatado la historia. Sobre todo lo estoy viviendo intensamente. Trato de extraer de cada pequeño evento todo lo que puedo, porque es la forma en la que tendré grandes recuerdos mañana.

¿Cómo fue el proceso de creación de La cocinera de Castamar?
Todas las novelas te exigen un esfuerzo y más en estas novelas largas, donde las trampas se esconden en cada rincón. Sin embargo, difícil no es el único adjetivo que determina el proceso de escritura, para mí también sería enormemente divertido y transformador. Divertido porque en mi opinión para mí escribir es divertirse, es jugar a crear, y eso me produce un gozo increíble. Me encanta seguir siendo un niño. Transformador porque cuando escribo me enamoro de la historia, de sus personajes, de lo que ocurre con ellos. Para mí, que soy un escritor de brújula, esto es fundamental. Si no es así, no sé escribir. Como los enamorados, me levanto y me acuesto pensando en ellos y en el disfrute y placer que me produce escribir su historia. Este proceso, en mi caso, es consustancial a escribir cualquier novela, si bien en el caso de Castamar hay una segunda cara que es el tema de la documentación. Tuve que bucear en la historia y la intrahistoria del s. XVIII para empaparme de los hábitos, la forma de pensar de entonces, la economía, la religiosidad que lo impregnaba todo y por supuesto la cocina y los recetarios.
Don Diego de Castamar es un Grande de España, que luchó junto a Felipe V en la Guerra de Sucesión Española. ¿Cómo lo define su creador?
Don Diego es un hombre regido por un pilar fundamental que es la honestidad. Por eso se ve incapacitado para mentirse a sí mismo y a otros. Esto le supone un problema porque el seguir enamorado del fantasma de su mujer le impide tomar esposa y cumplir con los deberes de su posición social (engendrar descendencia y perpetuar el apellido). Para él, casarse otra vez, fingir que ama a otra esposa o no fingirlo pero tomar casamiento con alguien que no ama sería engañarse. Este pilar es el vertebrador de todo lo demás, ni se engaña él ni engaña a otros, o al menos lo intenta así. El resto de cualidades y defectos son ideas que pivotan entorno a este eje. Por ejemplo, se diría que es un personaje valiente, determinado y vehemente, enfadado con Dios -al que acusa de haberle arrebatado su gran amor-, y por tanto enfadado con el mundo en general porque ve en él una hoguera de vanidades. Sin embargo no es autocompasivo, no se deleita en mostrar su sufrimiento ni necesita de los consuelos de otros. Prefiere de hecho, evitar las conversaciones cuyo centro sea su intimidad, pues no le gusta compartirla. No más allá de su hermano, al menos. Por otro lado, pese a que se define como un protector de los suyos, preocupado por el bienestar de su servidumbre, la vida aislada de la corte y la pérdida de su mujer le ha acarreado un carácter agrio y rudo, incluso prepotente en ocasiones. No hay que olvidar que don Diego pertenece a la alta nobleza y está inmerso en el sistema social del s.XVIII y esto le dota de un poder extraordinario.
Clara Belmonte es hija de un doctor que, fiel a la tradición materna, posee un don especial para la cocina. ¿Quién es este personaje para el autor?
Para mí, Clara es el personaje sobre el que se sustenta toda la estructura de la novela y junto con ella don Diego. El personaje de Clara se rige por un principio de determinación y bondad a partes iguales. Es una muchacha fuerte que tras perder a su padre se ve abocada a vivir de una pasión que es la cocina y ocultar su mayor secreto, que es que sufre agorafobia desde el fallecimiento paterno. Es curioso que precisamente aquello que debía ocultar frente a las amistades de sus padres por ser una señorita de bien —no se veía muy bien que una damisela estuviera entre ajos y cebollas—, pase a ser su medio de vida. Pero ella se aferra a esto, como lo hizo su madre para sobrevivir. Y es esta su determinación, la que le permitirá superar muchos de sus problemas. Por otro lado, Clara tiene un gran corazón, es piadosa y humilde y trata a todos con la mayor corrección posible. Esto no implica que no tenga sus defectos, ella es una persona que se exige mucho y puede ser injusta a veces midiendo al resto por su rasero, o no atender a explicaciones porque haya sacado sus propias conclusiones. Además tiene algo de cotilla y esto también le jugará malas pasadas.

En La cocinera de Castamar se acredita que a las personas nos las ganamos con una buena cocina… Cuán relevante ha sido y sigue siendo.
Jajajaja, no se si se acredita esto como si fuera un universal. Lo cierto es que cuando queremos agasajar a alguien porque es nuestro invitado o tenerlo predispuesto a escuchar alguna proposición, le invitamos a comer. Lo cierto es que la comida influye en los estados de ánimo, sobre todo cuando es muy buena y produce gozo el catar los platos, o cuando es muy mala prefieres ni comer. En el caso de Clara, que es una virtuosa, se gana sin duda una muy favorable opinión de todos por la cocina, sin embargo yo creo que lo que en ella determina que sea, no solo respetada, sino querida, es su buen hacer con las personas. Esta segunda “cocina” es todo un arte y en el caso de Clara también se le da bien, no porque lo pretenda, sino porque lo hace así por naturaleza.
Hay en la novela un elenco importante de personajes, con mucha fuerza que por sí solos podrían protagonizar otra ficción. ¿Alguno de ellos le ha robado especialmente el corazón?
Es difícil elegir entre tus hijos, a todos los quieres. Pero si hay un personaje que para mí representa Castamar y en parte el s.XVIII, es el de doña Úrsula. Es ese ama de llaves que hace un viaje apasionante y transformador. Una mujer de hierro, superviviente, clasista y controladora, que tiene una fuerza arrolladora. Nadie de la servidumbre está fuera de su escrutinio y nada se le escapa. Es una mujer que en un momento determinado de su vida dijo: “A mí nadie me aplasta más”, y decidió estar en guerra con el mundo para sobrevivir.
La novela no está exenta de intrigas, rencores, clasismo, patriarcado, xenofobia, homofobia, sexo, violencia, amor, romanticismo… El ser humano en su máxima expresión, ¿cierto?
Sí en el sentido clásico. No es tanto el hecho de que la novela tenga todos estos ingredientes, sino que los tenga de una forma creíble. Los seres humanos tenemos dimensiones y aristas, formas de actuar que incluso a veces nos sorprenden a uno mismo. Por eso la literatura, pese a ser cuentos de hadas —en eso pienso que Nabokov tenía mucha razón al definirlo así— trata temas universales que nos afectan y nos definen como personas, a veces hiperbolizados, a veces descontextualizados o en ocasiones acertadamente concretas. Lo importante en mi opinión es que las intrigas, los rencores, el clasismo, etc., no solo sean ingredientes en una trama cumpliendo una función determinada para captar al lector, sino que tengan “verdad”, la que sea de ese personaje o ese mundo, que sean verosímiles hasta el punto de ser transformadores. En La cocinera de Castamar mi intención era hablar del mundo perdido del s.XVIII y de cómo se entendía la vida en aquella época, comprender como vivían las mujeres y los hombres de aquella época, acercarme a su forma de pensar, sentir y vivir, con el objetivo de que después uno pudiera reflexionar sobre cuánto hemos mejorado o cambiado desde entonces. Aquella época era clasista, racista, esclavista, xenófoba, desigual y enormemente injusta e intolerante. Los esclavos se veían como objetos, las mujeres como posesiones y la riqueza y el apellido determinaban tu posición social. ¿Aceptaríamos hoy día, por ejemplo, tener un rey negro, o que una mujer lesbiana fuera presidenta del gobierno? ¿Seguimos manejados por los mismos prejuicios de entonces o hemos evolucionado? ¿Tal vez solo han cambiado de forma nuestros prejuicios? No debemos olvidar que nada ama más el ser humano que sus prejuicios, sobre todo cuando los convierte en dogmas inapelables. Por un dogma inapelable de este tipo un padre puede matar a una hija por pensar que ha deshonrado a la familia o un hijo ser repudiado de su familia por tener una tendencia sexual diferente. ¿Cuánto hemos cambiado de verdad?
La cocinera de Castamar está escrita a modo de un diario que no parece escrito por nadie en concreto y relatada por una voz en tercera persona. ¿Cómo concibió esta posibilidad?
Bueno, es conocido como el Narrador equisciente de percepción limitada y en el caso de La cocinera de Castamar además es global. Y no es mérito mío, es usado desde hace mucho tiempo en la literatura, tan solo que es menos común actualmente que los narradores en primera persona o el omnisciente. Por ejemplo, gran parte de la narrativa fantástica utiliza este tipo de narrador. En mi caso me gusta mucho porque permite, tal como dices, hacer desaparecer casi al narrador velando su voz con la del personaje. De tal forma que el lector no siente que haya alguien contándole una historia, sino que es el personaje el que habla. De hecho este narrador solo puede mostrar lo que piensa, siente, opina e interpreta ese personaje en concreto en el que está. Por eso se llama equisciente y no omnisciente. Así, el narrador solo puede dar cuenta de lo que le ocurre a él y a otros que ve, y como mucho puede interpretar cómo se sienten otros, pero en ningún caso puede afirmar lo que les pasa a otros personajes internamente porque no lo sabe. De ahí que tenga una percepción limitada de todo lo que ocurre a su alrededor. En el caso del omnisciente, es todo lo contrario es un narrador que sabe todo lo que ocurre, lo cuenta sin importar personajes, distancias, contextos, etc. Cuando el narrador equisciente es “polifónico”, es decir, cuando salta de un personaje a otro se dice que también es global, porque no solo entra en la piel de un personaje sino en la de muchos. El sentido global de este narrador es el que permite tener esa sensación al lector de estar dentro del mundo que se describe, porque cada personaje describe una parte de su realidad y el lector las recibe todas, en bloque, ofreciéndole una mayor sensación de viaje y comprensión del universo literario en el que se introduce.
En su biografía se dice que su vocación por la escritura es muy temprana. ¿Qué piensa y siente al ver el éxito de su primera novela y el respaldo que va a tener al ser adaptada a una serie de televisión?
Pues satisfacción y algo de orgullo de que un trabajo que me ha llevado tanto tiempo guste tanto. Por otro lado me siento un privilegiado. Llevo escribiendo desde muy temprana edad y uno siempre sueña con poder publicar con una editorial que cuide su libro, que tenga buena distribución y que además tenga la suerte de ser leído por muchos porque su obra gusta. Si además Atresmedia compra los derechos para adaptarla a la pequeña pantalla, cada vez menos pequeña, pues el sueño queda ya rebasado y uno necesita cierto tiempo para asimilarlo. Sin embargo, este éxito no es solo de la novela, en realidad uno no llega solo aquí. Nunca es así. Planeta, con Belén Lopez Celada a la cabeza y mis editoras Raquel Gisbert y Lola Gulias, junto con un equipo humano increíble del resto de departamentos, han hecho posible esto. Creyeron en la novela y decidieron que merecía la pena. Todos ellos forman parte de Castamar porque todos han aportado a la obra publicada. Llegar hasta ellos tampoco fue fácil. Tuve la suerte de conocer a personas únicas que creyeron en mí, en el poco o mucho talento que pueda tener y en mi trabajo. Yo tuve la suerte de encontrarme hace años con Rosa Moya, una editora fabulosa y mejor persona si cabe, que creyó en lo que hacía y me llevó a mi agente, Isabel Martí, a la que adoro. Ella cuida cada paso que doy en esta industria y yo le consulto cada pequeña duda que tengo. Doy gracias al cielo por la paciencia que tiene conmigo 😉
Fotografía de portada de Nines Mínguez.