2017 será un año para el recuerdo para esta periodista y escritora sevillana. Ha publicado su última novela histórica, sobre la figura de Murillo, El color de los ángeles (cuya lectura se recomienda desde Gatrópolis), y ostenta el cargo de comisaria de la exposición que el CICUS ha organizado con motivo del 90 aniversario del histórico encuentro en el Ateneo de Sevilla de algunos miembros de la naciente Generación del 27. Eva Díaz Pérez vive el Año Murillo y el de la Generación del 27 en primera persona, dos acontecimientos que tendrán su continuidad en 2018.
Tras escribir esta novela histórica sobre Murillo y con las lógicas horas de investigación que le habrás dedicado al pintor, ¿cuál es la definición que podrías hacer de él?
Por encima de todo, yo diría que es un pintor total del Barroco. Nos ha llegado una imagen de él un poco limitada, como el pintor que sólo se dedica a las imágenes religiosas, pero hay otro Murillo que a mí me interesa incluso más, que es el Murillo de la pintura costumbrista, de la pintura profana, que se debe un poco a los encargos que recibía de los comerciantes flamencos que se habían afincado en la ciudad por el comercio de Indias. Aborda dos iconografías totalmente distintas que resumen muy bien lo que significa el Barroco; por un lado la devoción, la espiritualidad, y por otro lado el mundo de la realidad. Murillo nos sirve casi como cronista de época. Se adivina perfectamente cómo eran la Sevilla y la España de su tiempo simplemente contemplando sus cuadros de costumbre. En ese aspecto tiene un punto como de pintura revolucionaria. En España, eso no estaba bien visto. La pintura de costumbre triunfa en el norte de Europa, pero en España no se daba.
Sin embargo, le dio un toque muy sutil a todo lo que pintó en ese sentido, ¿verdad?
Sí. Está pintando la miseria pero dotándola de amabilidad y dulzura. Es curioso cómo en su época de catástrofes, transmite tanto una religiosidad consoladora, de alivio, como la vida misma. Él decide siempre la opción de lo positivo, de lo amable, del niño que es pobre y está muerto de hambre, pero está sonriendo. Es la respuesta que él da a su siglo, un siglo terrible de epidemias, de guerras, de sequías, de riadas… En ese aspecto es un artista muy interesante, que responde de esa forma a su época.
En su caso se unieron la decadencia de su ciudad, Sevilla, y la de su familia. ¿Alguien podría tener una visión como esa ante tantas tragedias?
Claro. Repasa la historia de Sevilla en esa época, en la que aún tenía esplendor pero estando en clara decadencia. El siglo XVII fue terrible frente al siglo XVI, que fue la época de más riqueza y gloria. En toda España se nota aquella crisis, pero en Sevilla, más todavía. Se vive un grave deterioro económico, comercial, con la pérdida del monopolio que pasó a Cádiz. Y eso se nota. Y, efectivamente, los problemas de su familia. Pierde a varios hijos, sufre una epidemia de peste terrible, la de 1649, en la que mueren sus tres hijos en pocas semanas. Aunque la mortandad infantil era algo normal en la época, hay que tener en cuenta que eran sus tres primeros hijos. Eso tuvo que ser un golpe durísimo para él. Y, después, pierde a su esposa, a otros hijos… Fue un hombre que al final de su vida se quedó solo. Y, sin embargo, responde con ese lado amable de la vida. Tendría que ser una persona muy optimista.
¿Qué te impulsó a escribir una novela sobre Murillo? ¿Cómo surgió la idea?
Mi primera novela fue Memoria de cenizas, que la situaba en el siglo XVI, con toda la reforma protestante que hubo y que quedó aniquilada en varios autos de fe. Había sacado a esa Sevilla potentísima, riquísima, llena de sabios, adelantada en la edición de libros de ciencia, y donde se produce ese episodio protestante. Después escribí otros libros, trasladándome a otros sitios de Europa (tengo un ciclo de novelas europeas) pero me apetecía volver a mi ciudad. Pero como una continuación de Memoria de cenizas, en la Sevilla del siglo XVII. Cuando se acercaba el Año Murillo pensé en escribir algo sobre él. Pero supuse que ya habría algo publicado al respecto. Investigué y comprobé que no había nada sobre Murillo. Se juntaron varias cosas, como el deseo de novelar otra vez a mi ciudad y la cercanía de le efeméride, que me hizo ver que se le daría cierto foco importante, y el interés que despertó en mí el personaje. Había una imagen bastante plana sobre él, y no esta total, así que tuve la inquietud de divulgar a un personaje que había estado muy limitado.
El color de los ángeles me parece un título muy sugerente. ¿Podría ser ese color el de Sevilla?
Sí… Creo que sí. Una de las obsesiones de Murillo en la novela es buscar ese color, esa luz… cómo se pueden atrapar en un lienzo el color y la luz de la ciudad. Puede que sí. Pero Sevilla es una ciudad, tanto en el siglo XVII como ahora, que tiene muchos dobleces, es muy dual. Si el color de los ángeles es ese color bronce maravilloso, amarillo, también tiene cierta negrura. En la novela se demuestra un poco que Sevilla es una ciudad con dos versiones, tanto en el Barroco como en la actualidad. Sevilla es una ciudad llena de contradicciones. En aquella época era la más devota, la más beata, la que más conventos tenía, pero también era una ciudad con muchos delitos, con mucha pobreza… El color de los ángeles es el color de la ciudad, pero también esconde ciertas sombras.
Podrías haber elegido un título más genérico, con más referencia a Murillo como personaje, pero has preferido este otro tan sutil, que da lugar a muchas interpretaciones. Se trata de algo muy concreto, como el color de los ángeles de sus cuadros.
Efectivamente. Es muy concreto. En realidad es algo que caracteriza mucho a su pintura, sus ángeles. Pero en la novela se ve que detrás de los ángeles puede que haya otras cosas. Es esa idea de que el lector mire más allá, que no se quede solamente en esa interpretación del mundo de lo divino, sino que hay mucho más, mucha carga humana.
¿La novela histórica no es un poco arriesgada, sobre todo cuando hablamos de una ciudad como Sevilla? Por ejemplo, ahí queda la parte de la creación del cuadro de la Inmaculada…
Sí, claro (risas). A mí me gusta mucho arriesgar. Me gusta. En Sevilla ha habido una gran cantidad de personajes ortodoxos, pero también muchos heterodoxos. No puedes olvidar esa parte de la ciudad, esa parte escondida. Y sí, arriesgo porque me gusta mirar más allá, y no quedarme en las lecturas primarias. Lo de la Inmaculada sí puede chocar porque hablamos de Murillo (risas), el artista que tenemos como símbolo de lo religioso, pero no todo es tan bonito. La vida está llena de contraluces. Y en el fondo, la novela también te permite eso siempre que sea verosímil. La clave de la novela histórica ha de ser la verosimilitud, haciendo ficción, pero basada en algo que pudo haber ocurrido. No es ningún despropósito, como muchas veces sí existen en la novela histórica.
En la novela se ahonda mucho en el perfil psicológico de Murillo. ¿Tanto te interesaba ese aspecto?
Sí. Me daba la sensación cuando empezaba a investigar sobre el personaje de que sobre él hay una mirada muy plana. No sabemos quién era. Conocemos sus cuadros, pero no qué pensaba de su arte, qué respuesta biográfica hay a sus cuadros… Aparte de investigar muchísimo, empecé a mirar sus cuadros, por qué pinta eso, qué le está ocurriendo en ese momento de su vida para que pinte de esa forma… Intenté entrar un poco en el intelectual, en el creador que se plantea determinadas cosas. Parece como que Murillo pintaba por encargo, y ya está. Me interesaba buscar la complejidad y la fragilidad del artista que duda sobre lo que hace. Me gusta esa idea de que él no estuviera totalmente convencido de que lo que hacía era fantástico, sino que piensa… Hay un Murillo mucho más profundo que el que nos ha llegado. Me parece que así terminas por conocerlo mejor… me parece eso. A lo mejor he inventado a un Murillo que no tiene nada que ver con como fue. Pero mirando su pintura me parece que fue así. Era un artista con una gran complejidad detrás. No podía ser alguien que trabajaba por encargo y nada más. Fue un hombre muy inteligente.
La narración de la novela es en tercera persona. ¿Puede ser alguien de su época que relatase sus vivencias?
No, no, no. Es un narrador puramente omnisciente. Es muy importante el tono que le da. Pensé hacerla en primera persona. Normalmente hace que sea más intensa emocionalmente, pero prefería esa cierta distancia. Muchas veces te dejas llevar por el tono que la historia te está pidiendo. Creo que en tercera persona tiene una especie de distancia cercana que te permite contemplar al personaje de una forma que era la que me interesaba. Tiene como dos planos: el Murillo que está pasando los últimos meses de su vida, y por eso esos recuerdos, y lo que le sucedió en su vida, una especie de recuerdo. Es una novela que hace recurso de la memoria y el recuerdo. Para eso se veía mucho mejor esa tercera persona.
He extraído de la novela una frase que me ha gustado mucho, de entre otras muchas que aparecen en la misma: “no era pintor de muerte y dolor sino de vida y dulzura”.
Claro. De lo que hemos hablado, que lo que vio y sufrió en su época era así de terrible. Sin embargo, tras pasar la epidemia de peste con la que perdió a sus tres hijos, que ve cómo la calle está llena de muertos, salvo un cuadro muy oscuro como el de la Sagrada Cena que está en Santa María la Blanca, un cuadro oscurísimo, como lleno de tinieblas, empieza a pintar alegría. Por eso da esa respuesta a su época y a sus vecinos, a esa Sevilla que sufría y padeció tanto en ese siglo.
Minervas del 27. Las revistas de una generación
Enlazando con otra de las responsabilidades asumidas en este 2017 tan intenso para ti, como es la exposición `Minervas del 27. Las revistas de una generación´, organizada por el CICUS, y de la que eres comisaria, y sabiendo el papel que Sevilla tuvo en la constitución de la Generación del 27, por su implicación y por la pertenencia a la misma de poetas sevillanos como Cernuda o Aleixandre, ¿no tienes la sensación de que la ciudad no se vuelca como debería ser con sus personajes ilustres?
Ese es mi gran dolor como sevillana. Es una cosa que no comprendo. Sevilla es una ciudad que, en cada siglo, tiene personajes de un nivel creativo de primera línea. La historia de la ciudad está llena de ilustrísimos personajes y, sin embargo, no aparecen como tendría que ser. No comprendo eso de mi propia ciudad. Nada más que en el 27 hubo muy grandes escritores, se vivieron episodios importantísimos… y en otras épocas, ahí están Murillo, Velázquez… Donde quieras das una patada y aparece un magnífico creador. ¿Y por qué se olvida Sevilla de ellos? Sin embargo, se rescatan tradiciones sin trascendencia en la historia de la cultura. No lo sé. No tengo la respuesta. Y es uno de los dolores que tengo. Una ciudad tan turística, ¿por qué no aprovecha ese turismo cultural? Tengo escrita una especie de guía de un paseo literario por Sevilla. Vas andando por las calles y puedes ver dónde nació, dónde se reunían, etc. y el factor inspirador de la ciudad para muchas obras. En el mejor de los casos tenemos que conformarnos de las efemérides.
Supongo que organizar esta exposición ha debido de ser un reto, ¿verdad?
Ha sido un reto, sí. Sobre todo porque las exposiciones literarias son muy difíciles. Tenía que compaginar un tema como el de las revistas, una exposición de papel, con algo que aquel que no estuviera muy puesto en el tema se sintiera a gusto y aprendiera, y conociera una época como esta. Ha sido muy difícil. Pero yo tenía claro que quería contar un episodio concreto de la Generación del 27, de la Edad de Plata, que se reconoce mucho en el mundo académico pero desconocido por el público en general. La idea era poner el foco en la revista, porque fue la plataforma a través de la que esta nueva estética se transmite a todo el mundo. Ahora son los grandes poetas, pero entonces no les conocía nadie. La clave fueron las revistas, que se convirtieron en elementos importantes en la fundación de la que se llama Edad de Plata, pero que creo que fue la Edad de Oro. No sólo en la literatura, sino en el cine, en la música, en la ciencia… Es de la época más luminosa de nuestra cultura. Y a través de las revistas se llevó a cabo una mejor difusión entre la gente. Hubo una fiebre de revistas. Hemos resaltado en la exposición las artes, y no sólo el fenómeno literario: cómo España entró en la modernidad europea de una manera muy llamativa con la Generación del 27.
Fue una generación clave en la historia de España, pero formada por personajes diversos en muchos aspectos.
Otra cosa que aparece en la exposición es el cambio que se dio en los años 30. Los que antes eran amigos se empiezan a distanciar. Todo se radicaliza ideológicamente. En La Gaceta Literaria participan todos, la revista que dirige Giménez Caballero. En cuanto él empieza a virar y se hace falangista, después de un viaje que hace a Italia, dejan de participar Rafael Alberti o Bergamín, que son comunistas. Ahí empieza a tensarse todo. Y ese fenómeno se refleja muy bien en las revistas. Las de los años 20 son más creativas, literarias, mostrando un aire de amistad, y las de los años 30 se hacen más ideológicas.
Porque cada uno iba buscando ya su espacio, ¿no?
Exactamente. En los 30, los que antes habían sido amigos, ya no lo son tanto. Ya hay rencillas, envidias… En los epistolarios te das cuenta que antes eran muy amigos, era la gran época, el comienzo. Pero en los años 30 ya no son tan amigos. La disputa de Salinas con Cernuda, o de ellos con Juan Ramón Jiménez… Lo que tú dices, cada uno controla su sitio.
Como sevillana y como comisaria de esta exposición, debe de ser un orgullo que Sevilla fuera el punto de partida de la Generación del 27.
Está claro. De hecho, desde la Universidad de Sevilla se tuvo muy claro eso. Son los 90 años de la Generación del 27 y Sevilla tiene que, simplemente, recordar que aquí pasó todo, y que de aquí eran muchos de los creadores que ahora son grandes, como Cernuda, en cuya obra su ciudad es tan reconocible, como cuando estuvo en el exilio, aunque él no la nombre, o Aleixandre, un Premio Nobel, de quien tenemos aquí cartas suyas colaborando con la revista Mediodía, en la que desvela su nostalgia por la ciudad que abandonó siendo tan pequeño. El resto de autores de Mediodía, como Romero Murube, Rafael Porlán… Salinas y Guillén estuvieron de profesores en la Universidad de Sevilla; es decir, la ciudad tuvo mucha presencia en la Generación del 27. Aquí tenemos la fotografía de la primera reunión, de la que le dio el impulso… Esta fotografía es impresionante. Es la primera vez que posan juntos, y eso que falta mucha gente. Pero es como la primera puesta en escena: “Aquí estamos nosotros”. Y fue en Sevilla. Entonces no eran tan conocidos como ahora.
¿Tienes alguna predilección por alguien de la Generación del 27?
Por Lorca y Cernuda. Con diferencia, son mis preferidos. A Cernuda lo he leído desde muy pequeña. Y Ocnos es para mí el mejor libro que se ha escrito sobre Sevilla. No la nombra, es curioso, pero es como una ciudad desvelada por la intuición del poeta. Es maravilloso. Cómo la recordaba en la distancia, en el exilio… Y Lorca me parece absolutamente deslumbrante. Lástima que fuera asesinado. El Lorca que más me interesa es el de después de Poeta en Nueva York, que es el que faltó, la época surrealista. Me parece también maravilloso. Ellos son mis preferidos.
Fotografía de portada de Patricia del Zapatero.