El pasado mes de octubre, Diego Delgado Díez publicó su obra El niño de oro (Historia, familia y leyenda de D. José Gonzalo Prieto García, brillante industrial del siglo XIX, Hijo adoptivo de Lora del Río). Podría pensarse que la procrastinación (el acto de aplazar o posponer algo) se había cruzado en el camino de este escritor y periodista cuando dice que su idea de hacer pública la figura del industrial nació hace 22 años. Pero lejos de ser por mor de la dejadez, lo que ha ocurrido es que ha ido cuidando y mimando su trabajo sobre la base de la investigación minuciosa y el análisis concienzudo. Sin su tenacidad y admiración por el personaje no hubiera podido hacer este recorrido vital. El niño de oro es un tributo a un emprendedor sevillano (1845) adoptado por Lora del Río, que nadó en la riqueza pero se ahogó en la pobreza y una adicción al juego provocada por su ruina económica. Murió en Utrera en la estricta soledad en 1895.
José Gonzalo Prieto García es el protagonista de tu libro El niño de oro. Labró una destacada vida que encontró su momento más álgido con su participación en la Exposición Universal de París de 1890, la de la inauguración de la Torre Eiffel, donde recibió una medalla de oro por el aceite de oliva que él elaboraba en su fábrica de Lora del Río, llamada San José. ¿Por qué se ha sabido tan poco sobre él?
Que fuera tan desconocido ha sido fundamentalmente por la leyenda creada sobre su figura. Su vida, prácticamente, desapareció después de haber sido rico y muy famoso en los grandes círculos económicos. Pero la leyenda que decía que se había arruinado jugando a las cartas, que lo perdió absolutamente todo, que la familia lo abandonó, que murió pobre en la estación de Utrera, que era mendigo… hizo que nadie tuviera interés en saber más sobre su vida. Y por eso fue olvidado. Pero si quitamos la parte de la leyenda y nos quedamos solo con esa en la que él demostró al mundo entero de lo que era capaz con la fabricación de su aceite, vemos a uno de los más aventajados empresarios de finales del siglo XIX. Lamentablemente la memoria y la historia lo olvidaron.
Además, en tu libro aclaras que no murió en la estación de Utrera, sino en una posada.
Sí. Porque la leyenda decía que había muerto pobre en la estación de Utrera. Al final encontramos que no era cierto. Falleció en una posada que no era un lugar cualquiera, sino algo elitista, El león de oro, en Utrera, a unos diez minutos a pie de la estación. Se dice que, incluso, Lord Byron había estado muchos años antes en aquella posada.
Su adicción al juego forma parte de la realidad de su vida, pero con matices, ¿verdad?
Su adicción es parte de la leyenda. Sinceramente creo que jugó, y bastante. Pero estoy convencido que El niño de oro llegó al juego engañado. Aquello coincidió con una época muy negativa para el campo. Y él vivía de eso. Su gran riqueza provenía de esa actividad, no solo de los olivares, de donde sacaba el aceite, sino de la ganadería, etc. La sequía extrema dejó paso a temporales de lluvia que anegaron todos los campos de la ribera del Guadalquivir. Eso empezó a arruinarle. Según la prensa de la época, él siguió con sus compromisos de pago. Pero al ir quedándose sin recursos acudió al juego. No solo como una manera de desahogo personal, sino de intentar recuperar parte de lo que estaba perdiendo. ¿Cómo podemos decir que fue engañado? Pues porque algunos de los considerados amigos suyos, incluso miembros de juntas directivas de casinos en Sevilla, fueron los que después engrosaron sus patrimonios con muchas de las propiedades de él.
José Gonzalo Prieto García era sevillano pero la parte más importante de su vida la desarrolló en Lora del Río. Ello demuestra que, a veces, uno no es de donde nace sino de donde mejor se siente y más cariño recibe.
Sí. Nació en Sevilla pero era hijo de una loreña y de un padre sevillano. Era abogado, y cuando ya ejercía como tal heredó tierras y otras propiedades en Lora y se fue a vivir allí, donde montó su negocio más importante, la fábrica de aceite San José. Llevó los aceites de Andalucía y el nombre de Lora por todo el mundo y por todos los sitios más destacados de la economía del momento. Por eso Lora lo nombró Hijo adoptivo, aunque no naciera allí; fue considerado un loreño más.
Por qué te interesaste por este personaje. ¿Qué te llamó la atención como para hacer una labor de ratón de biblioteca y después escribir un libro sobre él? Mencionas al profesor González Carballo, de quien dices que sus investigaciones te motivaron mucho.
En Lora del Río se publica una revista con motivo de su feria, y en 1989, que se cumplía el centenario de los éxitos de José Gonzalo Prieto en la Exposición Universal de París, José González Carballo publicó un artículo que me llamó muchísimo la atención. Pero no solamente porque fuese un personaje desconocido, porque de él únicamente se sabía algo de lo que salía de la leyenda, sino porque fue la información más extensa que se había visto sobre aquel hombre. Y me produjo mucho interés la parte de la leyenda. Yo me preguntaba, “¿cómo un hombre tan inteligente, preparado y rico puede arruinarse y perderlo todo en tan poco tiempo?”
A raíz de aquel artículo me puse a investigar pero sin mucho ánimo de encontrar el final. Si no lo habían encontrado otros historiadores que tenían más recursos y tiempo, no lo iba a encontrar yo. Pasaron los años, algunos de esos historiadores fueron abandonando, pero yo no. No fue una investigación diaria durante tantos años, sino poco a poco. Visité Almería, ya que su mujer era de Vera, y visité los archivos y las hemerotecas de allí. En el actual 2020, precisamente el profesor González Carballo, doctor en Historia, me propuso dar una conferencia sobre El niño de oro en la casa donde vivió, sabiendo que yo ya tenía mucha información. Me maravilló la idea, pero como nos confinamos en casa por la pandemia, me dediqué a bucear por la redes y, poco a poco, incrementé mi base de datos hasta acabar con este libro.
Has tenido dificultades importantes para la labor de investigación por una discapacidad visual y auditiva que padeces, originada por el Síndrome Crouzón. ¿Cómo te has organizado en este sentido?
Sí, porque acudir a los archivos y encontrarte con libros que tienen más de cien años y con textos escritos con un tipo de letra antiguo y poco legible por el desgaste de la tinta ha sido complicado. He tenido que utilizar los recursos que tenía de la ONCE, como la lupa, el telescopio…, algunas veces para los desplazamientos, el bastón (uno blanco que usan las personas ciegas y deficientes visuales graves afiliadas a la Organización Nacional de Ciegos). Me he tenido que adaptar a las circunstancias.
¿Qué buscas con El niño de oro?, ¿tu satisfacción personal, hacer justicia a la figura de este personaje…?
Las dos cosas. Me fui dando cuenta poco a poco de los méritos que este hombre había hecho, tantos como para ser recordado en el pueblo que lo adoptó como hijo. Sin embargo, no era así. La parte que se había quedado en la historia había sido solo la negativa. Quería restituir su figura y su memoria. Y también ha sido algo personal. Era un poco obsesión mía el querer descubrir qué fue lo que pasó con este hombre. Y quise ser la persona que descubriera la verdad, antes que otra.
Cuando he leído El niño de oro he notado cierto sentimiento de tu parte hacia la figura de D. José Gonzalo Prieto García, como si tuvieras una conexión especial con él, de admiración, desazón…, como si hubiese una especie de deuda con él.
Sí, quizás sea por esa obsesión mía de querer resurgir la figura de este hombre. A modo de desahogo quería exponer en el libro que su muerte no se debió solo a las pérdidas económicas, sino también a esa soledad que sufrió y a su arrepentimiento. Le he puesto tanto empeño al libro que también me ha servido de terapia, haciendo ver que D. José Gonzalo Prieto merecía un homenaje, pero no solo de Lora, que lo nombró Hijo adoptivo, sino de Almería, donde quedó su huella con sus descendientes, de Sevilla, donde nació, y si me apuras un poco, de Madrid, donde están sus últimos descendientes. Ellos desconocían la historia de su bisabuelo y tatarabuelo. No conocían nada de él. Se había perdido en la memoria de la familia, y gracias a este libro la hemos recuperado. Espero que a quien le corresponda tome nota del homenaje que se merece este hombre.
Comentando esto, parece como si hubieras encontrado un mueble lleno de polvo, lo limpiaras y lo dejaras lustroso, como merece estar. Ahora podemos ver lo que realmente había debajo de ese polvo, de esa leyenda negra forjada sobre él que ocultaba la verdad.
Pues sí. Fíjate qué buena similitud, la del mueble con polvo que era esa leyenda turbia. Espero que al final haya más gente que se dé cuenta de que debajo esa tupida capa polvorienta había una vida llena de éxitos que favoreció al empleo y al negocio del aceite en el siglo XIX, y que ayudó a que mucha gente en Andalucía se dedicara al negocio de la aceituna, del aceite, y del campo en general.