La ciudad de Nueva York está despertando. La solitaria Quinta Avenida aún mantiene encendida la luz de sus farolas. A lo lejos se ve venir a un taxi que para ante el escaparte de la mítica Tiffany’s. Se baja del mismo una joven delgada, elegante, vestida con un traje de fiesta negro y unas gafas de sol. Va de vuelta de una de sus habituales fiestas nocturnas. Se acerca a la joyería de alto, altísimo standing, saca de una bolsa de papel un producto de bollería y un café de take away, y desayuna mientras mira, como suele hacer casi a diario, la gama de exquisitos productos del famoso negocio. Al fondo, mientras aparecen los créditos de la película, suena la aclamada ‘Moonriver’ (Río de Luna), la canción que compusieran Johnny Mercer (letra) y Henry Mancini (música), en 1961 (Oscar a la mejor canción original). Se trata del comienzo de Breakfast at Tiffanys (Desayuno con diamantes), que dirigiera a principios de los 60 el genial Blake Edwards. Ella es Holly, o lo que es lo mismo Audrey Hepburn, la elegancia personificada, el icono del glamour, la esencia de la sofisticación (miembro de la Intenational Best Dressed List Hall of Fame).
Audrey, eterna
Audrey Kathleen Ruston nació en Ixelles, Bruselas (Bélgica), el 4 de mayo de 1929. Hoy se cumplen 25 años de su muerte en la localidad Suiza de Tolochenaz. Para el cine adoptó el nombre de Audrey Hepburn (apellido de una de sus abuelas). Mujer polifacética, fue actriz, modelo, bailarina, activista y embajadora de Buena Voluntad de UNICEF. Su padre fue un inglés, Joseph Victor Anthony Ruston, y su madre, la segunda esposa de este, la baronesa Ella Van Heemstra, una aristócrata neerlandesa, cuyo progenitor fue gobernador de la Guayana Holandesa (Surinam), el barón Aarnoud van Heemstra.En el cine compartió protagonismo con actores de la talla de Cary Grant (Una cara con ángel o Charada), Humphrey Bogart y William Holden (Sabrina), Alan Arkin (Sola en la oscuridad), Rex Harrison y Stanley Holloway (My fair lady), Mel Ferrer, Henry Fonda y Vittorio Gassman (Guerra y paz), Sean Connery (Robin y Marian), Albert Finney (Dos en la carretera), Gregory Peck (Vacaciones en Roma) o George Peppard (Desayuno con diamantes). Fue Holly Golightly, Regina ‘Reggie’ Lampert, Joanna Wallace, Suzy Hendrix, Eliza Doolittle, Natasha Rostova, Lady Marian, la Princesa Anna o la inolvidable Sabrina Fairchild, la hija del chófer de la familia Larrabee, que vive enamorada del pequeño de dos hermanos, el vividor David (William Holden) pero que cautivará el corazón del primogénito, Linus, protagonizado por el siempre eficaz Humphrey Bogart. E inolvidable es su papel compartiendo cartel con Shirley MacLaine en la escabrosa historia de La calumnia. Fue cinco veces nominada a los Premios Oscar de Hollywood, logrando uno por su papel de Princesa Anna en Vacaciones en Roma y otro, honorífico por su trayectoria brillante.Pero por encima de su rol en el gran cine de Hollywood, Audrey Hepburn será siempre recordada por su carisma natural. El director Billy Wilder, quien falleció casi una década después que ella, dijo que «cuando Audrey paseaba por el estudio la gente cuidaba su vocabulario. No es que fuera una mojigata, pero poseía una clase especial, un estilo personal, una forma de ser que impregnaba todo lo que hacía«. La prueba la tenemos en el hecho de que su imagen sigue estando viva, y las generaciones venideras la sienten como alguien a la que conocieron aunque por edad incluso ni fueran coetáneos de ella. Ahí radica su gran mérito, en que ha sabido estar por encima de su rol de actriz y perpetuar su espíritu, talante y condición de ser humano, superando el paso del tiempo y derrotando al implacable olvido al que este nos relega.