Santiago Fillol ha dirigido una adaptación libre del cuento fundacional argentino de Esteban Echeverría, del siglo XIX, El matadero. La película, titulada Matadero, ha competido en la Sección Oficial de la 19 edición del Festival de Cine de Sevilla. Una cruda metáfora de la condición humana.

¿Cuál es el origen de Matadero? ¿Cómo llegó a tus manos el cuento original de Esteban Echeverría en el que está inspirada y qué encontraste en él para afrontar el proyecto?
Estuvimos hablando mucho con Edgardo Dobry y Lucas Vermal, que son guionistas conmigo de la película. Edgardo es poeta y Lucas, filósofo. Quisimos traer al cine esos dos palos. Dan otros tonos y otros aires. El matadero de Echeverría es la primera ficción que se escribe en Argentina. Te la dan en la escuela. Uno es un niño y lee cómo el Pueblo, con una sed de sangre, va y devora vacas en charcos de barro y sangre, de estiércol. Esa es la materia de ese guiso fundacional. Y después, sale la gente a saquear, a vejar, a ultrajar y a tratar como a una vaca a un joven de clase alta. Es un retrato muy complejo. Toda ficción fundacional imprime un imaginario de un país. Imagínate que La Ilíada y La Odisea fueran algo de ese calibre. Y que en un país de tal nivel de lucha de clases, de desigualdades, como Argentina, que la ficción inaugural sea retratar a las clases populares como las exportadoras de la barbarie y la violencia deja una mácula muy fuerte. Uno lee eso en la escuela y se queda con la sensación de que algo terrorífico se te ha metido adentro. Y, sin embargo, nunca hubo una adaptación al cine de El matadero. Sí hubo muchas reversiones literarias. A nosotros nos pareció que podía llegar a ser interesante trabajar con esto en el cine para preguntarnos por qué y cómo. ¿Cómo poner en escena esto? ¿Cómo filmar algo así? ¿Cómo darle imagen? ¿A quién darle imagen, al que humilla o al que es humillado? ¿Al que ejerce la violencia o al que es violentado? En lugar de hacer esa dicotomía, pensamos lo complejo que es darle imagen a algo de esto. Y ahí empezó a surgir nuestra película.
El cuento de Echeverría está escrito en el siglo XIX y relata sucesos de aquel tiempo. Vosotros habéis hecho una adaptación libre datada en el siglo XX.
Sí. La empezamos en los años 70, que es justamente cuando Latinoamérica quiere cambiar el mundo. Hacer una revolución que cambiara todo, que discutiera radicalmente la desigualdad de clases. Y terminamos acá. Pensar El matadero desde esa época, que discutió radicalmente esas desigualdades, nos parecía una forma de hacer resonar, encontrar el mejor lugar en el que ese eco pudiera vibrar. Es una adaptación muy sui generis. Jugamos más con que ese matadero está en esas imágenes que no vemos en la película que el americano (Jared Reed) ha hecho. Y que nosotros sólo vemos como las bambalinas, como los bordes de esas escenas, no las escenas en sí. Como si contáramos una obra de teatro desde las bambalinas, no desde el escenario.

Es llamativo ese proceso de reclutar a actores, de ideología de izquierda, que sin darse cuenta van dirigidos a una especie de trampa, como si las vacas entraran en el matadero sin conocer su futuro inmediato.
Sí. Rodamos en un matadero real. Los actores que hacen de peones y obreros en la película son reales. Estuvimos en su lugar de trabajo para adentrarnos en nuestra ficción. Nos parecía algo fundamental.
Las escenas del trabajo en el matadero con las vacas impresionan, pero es una manera realista de la metáfora que se crea en la película, ¿cierto?
Está en el ADN de Argentina. El matadero es la fábrica de los asados. Es el lugar de reunión, de comunión, del argentino, que pone la carne en la parrilla y se junta alrededor de ella. Entonces tiene que ver con esa esencia. Los mataderos son un lugar que en el siglo XIX estaban a la vista de todo el mundo. Y fueron empezando a irse a las afueras de la ciudad. Y comenzaron a invisibilizarse. Coetzee, el gran escritor sudafricano, tiene una novela extraordinaria sobre algo relativo a ese tema, Elisabeth Costello, que es una intelectual que milita porque los mataderos sean transparentes. Y que los niños vayan de visita con el colegio al matadero. Para que vean de dónde viene eso que comen. Y cómo se produce eso. Y es algo muy interesante que desde que se invisibilizaron, la industrialización de la carne se multiplicó exponencialmente. Cuando un abuelo o un bisabuelo mataba lo que se comía, a lo mejor había una relación mucho más equilibrada. No es el tema de nuestra película, pero algo de eso nos resonaba.
Me ha gustado mucho el ritmo pausado de la película, esos silencios que hay a veces, esa irrupción de la música, de golpe. La fotografía tampoco se queda atrás. Se ha logrado crear ese ambiente tranquilo, aparentemente, debajo del cual hay mucha tensión. [Mauro Herce, director de fotografía, ha recibido el Premio a la mejor fotografía del SEFF por Matadero].
Sí. Ésa era la sensación. Sentir las nubes cargadas de una tormenta que se acerca y sientes la tensión. La música es de Cristóbal Fernández, que es el montador, y de Gerard Gil, que es un músico extraordinario de Barcelona, y la foto es de Mauro Herce, que es un hermano, talentosísimo. Son todos cineastas. Tratamos de trabajar con un grupo en donde pensamos como una especie de clan. A veces dirige uno; a veces, otro. Pero todos trabajamos las películas de todos. Nos ayuda a que los errores y los pequeños aciertos nos sirvan a todo.

El estreno ha sido ya en Sevilla. La película participa en Sección Oficial. Es bueno estar en el escaparate, ¿verdad?
Estamos muy contentos, muy honrados. Estar en una Sección Oficial tan potente, porque hay muchas películas buenísimas, de gente talentosa y consagrada, nos genera un respeto y nos honra. Estamos muy agradecidos por estar en Sevilla. He vivido la mitad de mi vida en España. En cierta forma me siento en una de mis casas. He trabajado con muchos cineastas de aquí. Entonces me siento parte también de este cine. Y compartir la película de acá… Creo que las películas son partituras de música y el gran intérprete es el espectador. A veces la mirada de los espectadores hace a las películas mejores de lo que nos habíamos propuesto.
En este sentido, ¿qué te gustaría que el público sintiera, qué mensaje te gustaría que recibiera?
Me interesa que el público pueda estar abierto a sentir incertidumbre. Que el público pueda sentirse vivo sintiendo esa especie de desequilibrio. Asumir que algo viene. Eso me parece más importante. Creo mucho más en las vivencias y en los estados anímicos que te deja una película que en los mensajes. Lo positivo es que esté ante esa vivencia de “¡algo se me está escapando y estoy aquí agarrado!”. Que la gente se vaya con las imágenes que se le hayan quedado. Esas se recuerdan siempre, los mensajes, los discursos, se olvidan.
Fotografía de portada de Patricia del Zapatero.