Decir adiós nunca es fácil, tal y como lo demuestran los personajes de la última película de Paco Cabezas. Tampoco fue fácil para el realizador español dejar su tierra para hacer cine y televisión en Estados Unidos, donde se ha forjado una trayectoria envidiable en la industria cinematográfica. Ahora el del barrio de Rochelambert se ha desquitado, y ha hecho la película con la que siempre ha soñado. Una historia dura y triste, pero a la misma vez llena de emoción y esperanza. Adiós es una película hecha con el corazón, y eso se nota en sus casi dos horas de metraje (que pasan en un suspiro) y cuando se habla con su director. Cabezas ha declarado en el Festival de Cine de Sevilla que este debería de haber sido su primer largometraje, pero el destino a veces es caprichoso, y por suerte para nosotros, la podremos disfrutar desde el 22 próximo de noviembre en la gran pantalla.
Adiós a simple vista puede parecer una película sobre la venganza, pero nos habla más sobre nuestra forma que tenemos de llevar el duelo, ¿no?
Esta película va sobre decirle adiós a un ser querido, pero para mí lo más importante es que todos hemos vivido tragedias o hemos pasado por momentos duros en nuestras vidas. Era muy importante hacer un viaje que fuera de la oscuridad a la luz. Me encanta que haya finales felices en las películas. Mi película favorita de Almodóvar es Átame, y todo el mundo le achacaba ese final. Pero a mí me marcó tanto, que a mi hija la llamé Marina, como el personaje de Victoria Abril, y al protagonista de Carne de neón, le llamé Ricky por el de Antonio Banderas. Para mí, hacer cine es tan duro, tan complejo. Es un milagro hacer cine, muy complicado, y nos merecemos los finales felices. Lo que le puedo decir a la gente es que aunque sea una película dolorosa, dura, oscura… es un viaje hacia la luz. Por eso toda esa acción, que espero no decepcione.
Otro de los aspectos del filme que nos hace pensar es el tema de los daños colaterales. El cómo nuestras acciones, sin saberlo, puede marcar la vida de otras personas.
La violencia es una bola que no para. Hay una letra de Camarón que dice “Están puestos en una balanza dos corazones a un tiempo, uno pidiendo justicia, y el otro pidiendo venganza”. El corazón que pide justicia es el de Eli (Ruth Díaz) la policía, y el que pide venganza es el de Juan (Mario Casas). Curiosamente para mí es una película muy femenina, donde los hombres toman decisiones llamados por emociones muy masculinas, que les lleva a una bola de violencia que crece, crece y no para nunca. Y son las mujeres las que deciden parar esa bola, piensan con más frialdad y las que se sacrifican por los demás. Son los personajes de Triana (Natalia de Molina), de Eli, María Santos (Mona Martínez), que es la matriarca, súper importante en la película. Aunque no pueda parecerlo, al ser una película de acción, es una película de mujeres.
La historia que se cuenta en Adiós podría ocurrir en cualquier otra ciudad de cualquier país, ¿por qué se ambienta en Sevilla?
Yo siempre había querido rodar una película en Sevilla, y llega en el momento apropiado, un momento en el que iba a rodar con Spielberg. Pero paro el tren y digo “¿realmente esto es lo que quiero hacer? Durante el próximo medio año de mi vida, ¿quiero estar rodando extraterrestres con pantallas azules?”. Y de repente quería volver a un mundo más real, y como el guion ocurría en las 3000 viviendas, y ocurría en mi barrio, creo que uno se pega al final a lo que conoce. Las interpretaciones de esta película son tan potentes porque tengo un filtro, de haber vivido aquí, de saber cada palabra, y cuando hablaba con un actor que interpretaba a un yonqui, le decía “no, esto lo dices así, te moverías así, esto lo harías así”. He vivido en los barrios y me he cruzado con yonquis que me han robado la bicicleta o me han pasado mil cosas. Entonces es mi mundo, y como te digo son “mis malas calles” como las de Scorsese, pero estas son las mías.
¿Cómo es la elección del reparto? ¿Tenías ya a algún actor en mente tras leer el guion?
Principalmente, en el guion original, el personaje de Eli; es un personaje masculino. Por eso te decía que era una película de mujeres. La convertimos en una mujer policía porque me obsesionaba la idea de un mundo muy masculino. En el momento que reescribimos ese personaje, fue “esta es Ruth Díaz”. Y con Mario pasó algo parecido, necesitaba un Juan que fuera medio gitano medio payo, que tuviera esa piel canela, esa piel oscura. Ponerle al lado a Mauricio (Morales), un actor que es hijo de padre payo y de madre gitana. Y aunque Mario no tuviera acento andaluz, lo que me importaba era que se entregara de alma, que diera las entrañas por este papel, que creo que es lo que ha hecho. De hecho hay una escena en la que se tiene que tragar unas bolas de droga, y se las traga de verdad. Yo le decía: “Mario dame una clave. Si te ahogas, quiero saber que te estás ahogando”. Me dijo: “No te preocupes”. Y se tragó tres. Sólo sale una en la película porque aquello era muy doloroso de ver. Natalia lo mismo; en esta película hace algo sobrenatural. Esa escena en la que ella está oliendo la ropa de la niña, se abraza a Mario y le pide que la niña vuelva. Yo decía: “¡Dios mío!”. Natalia no es madre, pero se estaba transmutando en otra persona. Para mí los actores han llegado cuando tenían que llegar y como tenían que llegar para hacer de esta película la película que es.
En el caso de Mario Casas, siempre hay quien cuestiona su trabajo en todo lo que hace, incluso sin ver sus películas. Existe cierto prejuicio por parte de determinado público sobre él. Y esta película no iba a ser mejor, sobre todo por el tema del acento sevillano. Por lo que deberíamos reivindicar más la calidad y la capacidad de trabajo que tiene, ¿no?
Para mí es el mejor actor de este país, y lo digo con total sinceridad. El nivel de entrega de Mario… Adelgazó para el papel, aprendió el acento… No he visto una persona más obsesiva y más entregada a un papel que él con esta película. Bajo mi punto de vista, está muy lejos de ese ídolo de adolescentes. Pero también hay una cosa muy curiosa, es como Natalia. Siempre la pongo de ejemplo, ella cuando llora, llora de manera cinematográfica. Llora como una virgen de Triana. Curiosamente, muchas mujeres que han visto la película me han dicho “¡Qué guapo está Mario!”. Y yo digo “Pero bueno, no tiene que estar guapo” (risas). Al fin y al cabo estás viendo una historia dramática, pero los ojos te llevan por ese camino. Que los personajes sean atractivos siempre es importante.
En la película hay mucha simbología y mucho Lorca ¿fue algo consciente o fue apareciendo a medida que avanzaba el proyecto?
Curiosamente el flamenco me ha llevado a todo eso. El flamenco está lleno de todas esas metáforas, de agua, de fuego, de muerte, de pecado, de tierra… Hay una letra también en la película que dice “¿A quién le contaré yo las fatiguitas que estoy pasando? / Se lo voy a contar a la tierra / cuando me estén enterrando”. Para mí cada letra de flamenco que he escuchado en la película era como una bola de energía y de emoción, que decía: “Creo que la película es eso”. Y obviamente estaba la madre. Me parece que es una película de madres. La madre de Juan (Mario Casas), toda vestida de negro, que es fuerza pura y silencio puro, es lorquiana total. Es Lorca, es Shakespeare, es un poco el teatro… Suena un poco prepotente decirlo, pero hay mucho de lo que somos nosotros, de lo que es Andalucía;Lorca es andaluz. Hay mucha raíz.
En la película hay mucha acción, pero también mucha emoción, ¿cómo fue su rodaje?
El rodaje en las 3000 ha sido maravilloso porque nos han acogido como en nuestra casa. Y luego los actores dicen que se lo pasan muy bien conmigo. Lo dice mucho Natalia, lo dice Vicente… Pero porque soy una persona calmada. Tengo tanta experiencia en rodajes americanos que cuando llego al set sé qué está haciendo cada uno. Si están poniendo unas vías y veo que no va a quedar bien en el plano, enseguida voy con mucho cariño y les digo, “creo que tienes que poner la vía un poco más atrás para que funcione el plano mejor”. O si estoy viendo a un actor que está escuchando música para meterse en la secuencia, voy a donde esté y le pregunto en qué está pensando para prepararse. Hago que ese animal que es el rodaje, fluya de manera orgánica, y que todo el mundo cuando venga a rodar por las mañanas tenga ganas de trabajar, y diga, “¡Vamos a grabar una película! ¡Qué guay!”. Para mí hacer cine es una suerte, es un privilegio. Y dentro de ese privilegio intento mantener ese rollo de niño que está jugando a indios y vaqueros de pequeñitos.
¿Qué te gustaría transmitir con esta historia?
No sé, creo que cada director hace la misma película una y otra vez. Y creo que está es mi mejor película porque es la que mejor cuenta lo que quería contar. Pero uno nunca es consciente de lo que quiere contar, y cuando lo sabe pierde esa magia. Hay ciertas obsesiones, ciertos temas que no debería entenderlas, porque es como si trataras de crear vida, de crear un frankenstein. Por eso me llevo mal con los críticos, porque intentan explicar lo inexplicable. La crítica no debería existir, el arte tiene que existir tal cual, y generar más preguntas que respuestas.
Tu película sale de la Sevilla habitual que suele verse en cine y televisión, la de los monumentos. Y acerca al espectador a unos barrios que existen, aunque estén totalmente olvidados por parte de las instituciones. Uno de los puntos a favor que tiene Adiós es precisamente esa cercanía con la realidad.
Era mi obsesión, no mostrar la Sevilla bonita. Yo soy un chaval de barrio, y quería mostrar esa Sevilla. A mí me ha marcado muchísimo porque la he vivido, y creo que por suerte o por desgracia nunca se ha representado en el cine. Ahora nada me haría más feliz que uno de los chavales con los que estuvimos rodando en las 3000, viera la película y dijera “puedo hacer cine, se puede soñar y se pueden contar historias”. Y que esto dé pie a que más gente cuente historias de los barrios de Sevilla.
Desde hace algunos años Sevilla se ha puesto en el mapa de los rodajes, y no sólo para producciones internacionales. Tanto tú como Alberto Rodríguez o Miguel Ángel Vivas, entre otros, estáis contribuyendo a que la ciudad sea percibida de otra manera por parte del público a través de vuestras historias, ¿cómo estás viendo esto?
En el cine español siempre ha estado la escuela vasca, que tenía a directores como Álex de la Iglesia y a otros grandes nombres; evidentemente a Pedro Almodóvar. Pero curiosamente Andalucía y el País Vasco tienen cierta desigualdad social. Ha sido como la parte más olvidada de España, y creo que tenemos un bagaje cultural espectacular, me refiero a de dónde venimos. Y todo eso genera historias y vida. Puede sonar a tópico, pero hay que decirlo, tenemos unos lugares de rodajes impresionantes, un clima maravilloso… He ido tantas veces a Hollywood que les he dicho que tenían venir a Andalucía a rodar, pero ahí sigo, no me hacen caso (risas).
Este año el Festival de Cine de Sevilla ha querido que Adiós sea la película que se proyecte en su gala de clausura. Conociendo lo que significa esta película para ti y poder estrenarla en el certamen de tu ciudad, tiene que sentirse mucha emoción, ¿no?Para mí significa mucho. Que el Festival de Cine de Sevilla se clausure con una película hecha en Sevilla, para Sevilla, me parece fundamental. Para mí es un sueño cumplido, es como que ya me puedo morir tranquilo ¡Pero ojalá no me muera! (risas). Pero si esta fuera mi última película, que ojalá no lo sea, sería un gran broche de oro. Y que sea una pequeña semillita para cuando la gente a partir de ahora vea cine mío diga, “¡Anda, Paco Cabezas! Este tío mola!”. Y seguir haciendo cine.
Fotografía de portada de Andrea del Zapatero.