El tercer largometraje de Neus Ballús es una historia cotidiana, protagonizada por personajes reales, no actores, que transmite varios mensajes de vida y ha triunfado en los festivales de Locarno y Valladolid, la Seminci. Seis días corrientes (Seis dies corrents) es una película que profundiza en las relaciones personales y las diferencias sociales.
Supongo que a estas alturas habrás recibido muchas felicitaciones por tu película. Pero desde Gatrópolis queremos hacerlo por la buena respuesta que ha recibido en los festivales en que ha participado y porque se ve que has hecho un buen trabajo. Ahora queda saber la acogida que pueda dispensarle el público en las salas.
Sí, sí. Así es. Hay que ver las reacciones en las salas. Pero es verdad que nos han sorprendido estos premios del público que hemos recibido porque es una película hecha con una metodología distinta, sin caras conocidas, pero que simultáneamente conecta muy bien con la gente, como hemos visto. Estamos contentas.
La película está estructurada en seis capítulos que son seis días en la jornada laboral semanal de tres obreros dedicados a las chapuzas. Seis días corrientes es, precisamente, eso, seis días normales en la vida de tres personas normales. El título no puede ser más descriptivo.
Sí. Queríamos usar en esta película la idea de que los fontaneros cada día entran, irrumpen, en las casas de los demás, y cada una es un mundo. Queríamos que estos seis días fueran una pequeña aventura cotidiana para ellos y que al espectador le permitiera también entrar en una realidad distinta. De ahí los seis días corrientes que, efectivamente, no tienen nada corrientes porque en nuestro día a día suceden millones de cosas sorprendentes y extraordinarias.
A través de estos personajes dedicados al mantenimiento de los hogares vemos cómo es el trato que reciben de sus propietarios.
Justamente es eso. Esta gente viene a nuestras casas a hacernos unas reparaciones o nos ayuda con la limpieza, y muchas veces son invisibles para nosotros. Cuando están en casa parece que no les prestas atención. Se da una cierta deshumanización, incluso. Mi reflexión es que es gente inteligente y si es curiosa tiene una visión muy compleja de cómo está configurada la sociedad, de cómo vivimos. Y por eso les quería dar el punto de vista, la voz, a ellos porque normalmente en los relatos en el cine no son quienes la tienen.
Hablamos de una película en la que se combina la realidad de tres personas, con sus avatares diarios, pero con un humor tratado de una manera muy sutil pero efectiva.
Pensaba que usar el humor para hablar justamente de los prejuicios es más efectivo que hacerlo a través del drama. Porque es verdad que tenemos una sociedad súper diversa, en la que todo el mundo tiene esos prejuicios, más o menos. El caso de Valero, sobre todo, que es un personaje que está diciendo barbaridades, pero a la vez te hace reír, nos pone frente al espejo y nos hace cuestionar qué hay de Valero en nosotros, y en qué ámbitos estamos siendo injustos con la gente con la que nos relacionamos. En fin, creo que la comedia es muy efectiva para eso.
También nos muestra ese toque crítico hacia quienes viven con prejuicios por diversas razones, como le ocurre a Valero con Moha.
Sí. Valero ha hecho una interpretación de sí mismo. Él no es exactamente así. Pero lo que cuenta siempre es que él en las improvisaciones, lo que le salía de forma más natural es reproducir aquellas situaciones de racismo que él ha vivido en la obra o en otros contextos. Yo quería también evidenciar que en ese contexto del trabajo, de fontaneros, pintores, limpiadores, hay una convivencia muy grande entre gente diversa. Y que le llevan mucha ventaja a otros sectores, como la cultura, donde se es muy políticamente correcto, pero la verdad no es tal. La pregunta es ¿qué podemos llegar a aprender de sus experiencias?
Valero, Moha (ambos premiados en Locarno ex aequo como Mejor Intérprete Masculino) y Pep son los protagonistas. Los tres interpretados por profesionales de la fontanería que no son actores y que fundamentan sus actuaciones a través de la improvisación.
Sí, exacto. Toda la película está escrita un poco después de observar cómo son ellos de verdad, qué conflictos tienen, qué anécdotas han vivido… Les hemos escrito un guión prácticamente a medida. Y así hemos creado los personajes sin las tramas principales de la película. Lo que pasa es que el rodaje sí se ha hecho ocultándoles qué se encuentran en este guión. Ellos no tenían acceso a esta información. Yo les iba planteando cada una situación como si fuera nueva, una sorpresa, casi una trampa, ante la que tenían que reaccionar y solventar como si fuera algo del día a día.
Los festivales son una buena tarjeta de presentación para las películas y los reconocimientos a través de los premios ofrecen la posibilidad de una buena promoción. El hecho de haber obtenido Seis días corrientes galardones en Locarno o en la Seminci, ¿qué supone para su directora?
Sí, sí. Para mí es importante porque son festivales que reconocen el cine que arriesga. Un cine que no da por hecho que el lenguaje cinematográfico sea algo inmóvil que no se vaya a transformar. Probamos cosas distintas. Que te premien un poco este riesgo y que hayas hecho avanzar un poco este hibridaje, por ejemplo, en nuestro caso, es muy satisfactorio. Por otro lado, en mi caso por lo menos, cuando te pones a pensar en una película, lo haces para que la gente la vea. Los festivales te ayudan a diferenciarla de las demás y a que el público se entere de que existe. Pero necesitamos que la gente vaya a los cines a verla.
Fotografía de portada cortesía de Filmax.