La puerta de al lado es su primer trabajo tras las cámaras. Después de una larga e intensa carrera, el actor hispano-alemán Daniel Brühl ha dirigido esta comedia con mucho humor negro. Este proyecto que le ha ocupado varios años lo ha presentado en el pasado Festival de Cine de Sevilla, donde ha recibido el Premio Ciudad de Sevilla como reconocimiento a la trayectoria cinematográfica.
Antes que nada, enhorabuena por la película, por su calidad, y porque por fin la puedes estrenar. La puerta de al lado es un largometraje que conforme lo ves te golpea y te deja aturdido. Había veces que no sabía qué estaba viendo…
Bien, muy bien… (risas).
Creo que era la idea, ¿verdad?
Sí, sí, así es…
De hecho, me hizo mucha gracia porque en algunas de las secuencias, a tu personaje se le ve desconcertado, como si la situación le superara. También me parece una película poderosa por los temas que trata, pero asimismo por los diálogos. ¿Te la planteaste así desde el primer momento?
Sí. La verdad es que sí. La idea nació en Barcelona hace más de diez años, en un bar que me gusta mucho, en el barrio de Gracia. En ese momento me había mudado a Barcelona. Estaba sentado en un restaurante y vi que me miraba un tío grandote. Noté claramente que le caía fatal, con mi maletita (venía de Berlín), haciéndome el simpático con los camareros, hablando del Barça, con acento, porque yo hablo un catalán terrible, y noté que ahí podría haber una idea. Un encuentro, un duelo entre dos hombres muy diferentes. No pude levantar la película. No me sentí preparado para dirigir algo. Y sobre todo no sabía, y aún no sé, escribir guiones. Entonces me olvidé un poco del tema. Y años después me mudé en Berlín, en el mismo barrio, de un piso a otro, y me encontré en una situación con un patio, con unos vecinos, muchos de ellos del Este, y me acordé de esa idea. Y pensé que la historia podría ser aún más personal, más interesante, al contarla en ese mundo berlinés. Al fin y al cabo ahora ha salido una película sobre Berlín, muy berlinesa, como yo percibo la ciudad y como la he percibido en estos últimos 20 años. Con un status quo de la situación en este barrio, en particular, del este de Berlín.
Y sí. Así arrancó todo. Por suerte he encontrado a un guionista-escritor austriaco (los austriacos tienen mejor sentido del humor que los alemanes). Siempre me preguntó qué era real y qué ficción. Todo en función de la experiencia que he tenido a lo largo de mi carrera. Pero eso nos divirtió mucho. Él me decía, “esto sí que duele; esto es humillante…”. Y le respondía, “mejor, mejor, que duela” (risas). Quería que la gente se sintiera como yo en esa situación.
Daniel, tu personaje, y todo lo que le rodea, es una caricatura.
Sí. Yo sabía perfectamente que era una decisión importante al principio. Lo estaba pensando. Igual debería ser yo el personaje. Debería ser alguien que tenga éxito y cierta fama, que represente este mundo. Pensaba en un político, en un arquitecto, en un músico. Y noté que estos no son mis mundos. Sobre todo, si haces tu primera película, quieres conocer el mundo. Quieres sentirte capaz de contar, de narrar algo que conozcas muy bien. Y me planteé enfocarlo en la persona de un actor. Era lo mejor. Porque también ahora estamos viviendo tiempos con las redes sociales en los que hay muchos actores que se exponen mucho, y se pierden en la fama, en la profesión. Y así veo a este personaje. Es alguien pedante, arrogante, narcisista, estúpido… (risas). Quería elevar el tono desde el principio para que la gente entendiera que es un personaje; que al fin y al cabo no era yo.
Has declarado en este sentido que la película no es autobiográfica, pero que te sentiste liberado al hacerla. ¿Es una crítica a ti mismo o al sector?
(Silencio). Buena pregunta, ¿eh? (risas). Soy muy autocrítico. Sí. Pero también es al sector, a los tiempos que estamos viviendo. También es una crítica al hecho de que los actores pierdan su misterio. Se exponen de una manera tan extrema. Por otra parte está el morbo de la gente de que todo salga a la luz; los detalles más íntimos. Eso es acojonante… Claro, es crítica política y social. Es increíble que haya mucha gente en el este que sienta amargura, decepción…, que se sienta engañada y frustrada después de tanto tiempo desde la caída del muro.
Autocrítica, también. Claro. Ya no veo la manera de responder a ciertas preguntas. Hay una incoherencia que yo la estoy viviendo desde que me fui de Colonia, que es donde yo crecí. Siempre me he sentido como alguien de fuera. Cuando me mudé a Berlín. Cuando me mudé a Barcelona. No me siento culpable pero yo formo parte del fenómeno de la gentrificación. Y ahí no hay disculpa, porque es así. Soy uno de ellos. A los 20 años, como ya ganaba mi dinero después de Good Bye, Lenin!, me enamoré de la ciudad, y con lo que gané pude permitirme vivir en el barrio guay del este de Berlín. Todo el mundo hablaba de esa zona del país. Y mis colegas de Colonia tenían no sé cuántos trabajos para financiar sus estudios. Yo ya estaba en una posición muy privilegiada. Y lo raro es que incluso después de llevar 22 o 23 años viviendo en el mismo barrio, aún no puedo decir «Ich bin ein Berliner» (“Yo soy berlinés”), como Kennedy (risas). Soy de Colonia. En Barcelona también soy el de fuera. Me he sentido un poco como alguien que no sabe de dónde es.
El tema más personal de esta película y la idea inicial es la gentrificación.
Me llama mucho la atención, y me gusta bastante, que en la película hablas tres idiomas, el español, el alemán y el inglés, según el contexto en el que se encuentra el personaje.
Para mí, eso era también muy importante, sobre todo si hablas del este de Berlín. Había mucha gente que no podía viajar, que no había salido de su zona. Contrastar esto con un tío muy cosmopolita, que se está moviendo por todo el mundo, y hablando todos esos idiomas, me pareció bueno para provocar otro ataque del vecino (Bruno). Hablar por teléfono en inglés en el este de Berlín puede dar lugar a generar desconfianza en la gente; da la impresión de que estás llamando la atención de los demás para darte importancia.
Fotografía de portada de Patricia del Zapatero.