Dicen que cuando vas a Disney World revives tu infancia. Probablemente, esta experiencia no la compartan los protagonistas de la última película de Sean Baker, The Florida Project, condenados a vivir una existencia cruel precisamente a las afueras del complejo turístico situado a escasos kilómetros de Orlando. Tras Starlet y Tangerine, el guionista y director, nacido en Nueva Jersey, está recogiendo los frutos que ha dado su proyecto más ambicioso, de nuevo con la ayuda de Chris Bergoch en la co-escritura del guión, a la espera de unos premios Oscar 2018 que pueden encumbrar (por fin) a Willem Dafoe como mejor actor de reparto.
La historia se desarrolla en uno de los barrios más humildes de la periferia del enorme parque temático, en periodo estival. Tres niños de unos seis años provenientes de diferentes familias desestructuradas se pasan el día jugando en la calle, divirtiéndose haciendo gamberradas y acercándose a zonas peligrosas sin ningún tipo de control parental. Sus familias viven en un económico motel en el que los conflictos son el pan de cada día, por más que el conserje Bobby (Willem Dafoe) trata de subsanarlos. Una de esas niñas es Moonee (Brooklynn Prince), hija de Halley (Bria Vinaite), una joven madre soltera que trabaja ocasionalmente como stripper y que se convierte en una pésima influencia para la cría, a la que trata como si fuera su hermana menor. Lo que empieza pareciendo una comedia ligera, gracias al buen humor de los pequeños y a la luz veraniega y los colores vivos que las imágenes regalan, se torna un crudo drama social con el paso de los minutos. Y es que al guión le cuesta arrancar; la presentación de los personajes es demasiado larga y el espectador puede tener la sensación de que, aunque se le está brindando una austera pero deslumbrante fotografía, los acontecimientos no suceden.
Los más impacientes no aguantarán, así como tampoco lo hará quien espere un discurso habitual hollywoodiense, pues estamos ante una de esas pocas películas independientes que se cuelan en las quinielas de los grandes premios cada año. No obstante, cuando la historia por fin alza el vuelo, todas las piezas comienzan a encajar. Sean Baker se postula como un director con intención de crear escuela, que domina a la perfección el drama social. Hay un denominador común en las pocas cintas que conforman su filmografía, y es el gusto por los ambientes marginales y los personajes decadentes. Si en Tangerine la encargada de llevar la acción era una prostituta transexual recién salida de la cárcel, con The Florida Project se adentra en las vidas miserables de los inquilinos de un ruinoso motel de carretera. Mención especial merece el extraño y sórdido cortometraje Snowbird (2016).
The Florida Project resulta interesante a nivel interpretativo. Nos encontramos con un elenco principal muy peculiar; por una parte se encuentra Willem Dafoe, reputado actor de teatro y cine con numerosos éxitos en taquilla y nominaciones a sus espaldas, y por otro lado están Mela Murder o Bria Vinaite, actrices noveles. Especialmente curioso es el caso de esta última, a la que Sean Baker conoció a través de la red social Instagram y en la que ha confiado para interpretar uno de los roles con más relevancia de la película, a pesar de que nunca antes había ejercido como actriz. Bria lleva a cabo una interpretación notable, así como también lo hace su compañera de aventuras Mela Murder. Además de estas sorpresas positivas, se cuenta con un Willem Dafoe en estado de gracia. Es él quien se está llevando todos los elogios de la crítica, y no es para menos. El veterano actor, un secundario habitual en las grandes producciones estadounidenses, se compromete con el maravilloso papel que Sean Baker le brinda y le saca el máximo partido. Siempre supone una experiencia disfrutar de grandes estrellas de Hollywood interpretando papeles en películas de bajo presupuesto, con aspiraciones más humildes que otras.
El personaje de Bobby es redondo, con muchos matices, transmite bondad y agresividad, seguridad y tristeza. Más allá de sus labores de mantenimiento y limpieza, el conserje se preocupa por las vidas de los inquilinos del motel; madres solteras y niños salvajes, jóvenes narcotraficantes y ancianos alcohólicos, juguetes rotos y ciudadanos sin oportunidades. Sin embargo el gran trabajo tanto de Willem Dafoe como de Bria Vinaite y Mela Murder, se ve eclipsado en muchas escenas por el talento de la jovencísima Brooklynn Prince. Con las primeras gamberradas de los niños, todo apunta a que el filme contará con un protagonista plural hasta que Moonee (Brooklynn Prince) se queda con la pantalla. Sean Baker ha dado con un diamante en bruto y ha empezado a pulirlo de forma magistral. Moonee contagia al espectador cuando ríe y cuando llora, se queda con los corazones de todos. Habrá que estar muy atentos a la emergente carrera de esta actriz, que ofrece un repertorio interpretativo sorprendente a una edad muy temprana. La buena química entre un actor de la talla de Willem Dafoe y una ‘influencer’ como Bria Vinaite y, sobre todo, el alto nivel ofrecido por los más pequeños (en especial por Brooklynn Prince), son importantes logros que hablan muy bien del trabajo de dirección de actores.
«Este es mi árbol favorito, porque se cayó y sigue creciendo» le dice Moonee a su amiga Jancey (Valeria Cotto) en una de las últimas secuencias. The Florida Project pone en entredicho la ética del idealizado «sueño americano» y habla de la diferencia de clases en los Estados Unidos; lo hace cuestionando el proyecto de construcción de Disney World (cuyas puertas se abrieron por primera vez en 1971) en el estado de Florida, que se vio envuelto en polémica en su momento al filtrarse informaciones según las cuales Disney había utilizado varias empresas ficticias con el objetivo de conseguir facilidades a la hora de adquirir los terrenos. En los alrededores del complejo turístico se han ido levantando pequeños guetos con el paso del tiempo, y la película denuncia el funcionamiento del sistema liberal moderno mostrando los contrastes entre el glamour Disney y las vicisitudes diarias del sector más pobre de la sociedad, sacudido además por la Gran Recesión mundial ocurrida ya en el siglo XXI.
El discurso narrativo también funciona como alegoría de la niñez y la edad adulta gracias de nuevo a este juego de contrastes. Los niños son felices más allá de los contratiempos sufridos por sus familias, juegan y se mantienen ajenos a estos problemas. Los padres tienen la misión de alimentar las bocas de sus pequeños y para ello han de traer dinero a casa de la forma que sea, algunos lo hacen a jornada completa en un empleo poco estimulante, mientras que otros recurren a prácticas ilegales. Hay una idea que se expresa con claridad en el discurso y sugiere que nadie (o casi nadie) puede salvarse en un entorno así, en un barrio olvidado por los altos cargos políticos y al que solo ciertas organizaciones no gubernamentales y almas caritativas individuales como Bobby prestan atención. Un engranaje imposible de parar, padres sin educación suficiente para educar a sus hijos, que serán a su vez incapaces de brindar una educación válida a sus descendientes.
El mensaje es claro y contundente, pero la película falla en ocasiones en los aspectos formales. Aunque el inicio es prometedor, el ritmo narrativo sufre altibajos y el nudo no esclarece del todo las intenciones de la trama principal. Se nos muestra adecuadamente el contexto socio-cultural, las imágenes son espectaculares (pese al limitado presupuesto), pero la propuesta no se impone con toda la convicción que podría esperarse en un principio. A pesar de ello, el film consigue mantener al espectador atento, es interesante y por lo tanto entretenido y, una vez supera estas primeras vacilaciones, deslumbra con sus poderosos cuadros cargados de autenticidad. Cuando la acción hace acto de presencia y los conflictos narrativos aparecen, la obra de Sean Baker y Chris Bergoch experimenta un cambio cualitativo para mejor. El desenlace contiene un alto contenido emocional y resulta incluso trepidante, de tal manera que podemos afirmar que la historia avanza desde la mitad del metraje hasta el final del mismo en una clara línea ascendente.
Sean Baker hace un ejercicio de estilo en este apoteósico final, tomándose todas las licencias que considera oportunas, quizás demasiadas, tantas que uno tiene la sensación de que el que más está disfrutando es él mismo. En definitiva, The Florida Project es una película minimalista, intimista, en la que los conflictos internos tienen más peso que la acción, con unos personajes muy cuidados con los que resulta fácil mostrarse empático. Funciona además como una crítica social encubierta mordaz y a la vez elegante. Sin duda, es un trabajo que los amantes del cine independiente de calidad no deberían perderse, a pesar de sus marcados puntos débiles.