Decir que Álex de la Iglesia se desenvuelve a la perfección en el humor negro no supone descubrir algo novedoso. Su filmografía está repleta de ejemplos claros de la habilidad del realizador español en la comedia ácida. Con Perfectos desconocidos confirma su gusto por un cine que tiene grandes adeptos y le ha dado un lugar de privilegio. En este remake de la italiana Perfetti sconosciuti, de Paolo Genovese (2016), vuelve a bordarlo. Se podrá decir que esta adaptación para cuyo guión ha contado con el apoyo de Jorge Guerricaechevarría (Celda 211, La comunidad, El día de la bestia…) no tiene tanto mérito porque el exitoso original de esta comedia dramática ya confiere una garantía de triunfo, pero está claro que el trabajo del realizador bilbaíno en esta cinta es estupendo porque logra, como mínimo, igualar los registros de la primitiva idea. Y eso ya dice mucho. Hablamos de 96 minutos intensos, de humor, ironía… mala leche.
Una habitual cena de amigos se convierte en un auténtico despropósito. Eva (Belén Rueda) y Alfonso (Eduard Fernández) hacen de anfitriones en su piso de un encuentro al que acuden Ana (Juana Acosta) y Antonio (Ernesto Alterio), Blanca (Dafne Fernández) y Eduardo (Eduardo Noriega) y Pepe (Pepón Nieto).
De una cena de colegas de toda la vida se extraen los íntimos instintos del ser humano, con un eclipse lunar como añadido: la llamada luna roja. Entre cubiertos y una comida preparada con esmero por Alfonso, salen a relucir los peores secretos. Y todo por mor de un juego improvisado por Blanca: dejar los móviles sobre la mesa y leer en voz alta los mensajes y oír con el altavoz las llamadas que se produzcan.
Pero aunque parezca que el móvil, tan criticado como utilizado en la sociedad actual, pueda parecer el culpable de cuanto acontece en esta reunión de amigos, en realidad no es más que la excusa perfecta y el refugio ideal para guarecerse de los propios miedos, de los secretos, las infidelidades, las desconfianzas… En un mundo controlado por la indiscreción de estos aparatos, que nos tienen enganchados y localizados en cada momento, hasta el punto de que no hay encuentro de amigos o familiares en el que los participantes no lo estén usando, en Perfecto desconocidos permiten sacar a la luz secretos íntimos, esa parte de nuestro ser, recóndita, en la que guardamos con celo nuestras dudas, complejos etc. Antes, todo se quedaba en nuestro interior, o a lo sumo, lo sabía la persona más cercana a nosotros o de mayor confianza; ahora, esos secretos están en el móvil, custodiados por el pin de acceso al mismo. Igual ocurre con la ausencia de comunicación. La culpa se las achacamos a las nuevas tecnologías y a las redes sociales. “No nos comunicamos, siempre pendientes del móvil”, solemos decir, cuando la realidad es que al final es la tapadera ideal para ausentarnos y evitar el contacto directo con quien está a nuestro lado. Quizás, hasta nos hayan hecho un favor alguna vez.
En fin, Álex de la Iglesia lo ha vuelto a conseguir. Ha logrado atar al espectador a la butaca y ha hecho que la tensión y la intriga se adueñen de la sala, y mediante un humor corrosivo riamos mientras nos espantamos por lo que vemos. Que no es otra cosa que la condición humana, ni más ni menos.