Michel Ocelot, nacido en 1943 en Villefranche-sur-Mer, pero con una infancia vivida en Conakri (Guinea) y una adolescencia en Angers (Francia), es uno de los grandes referentes de la animación actual. El pasado martes participó con su buen saber en el ciclo Voces Esenciales, una actividad aplaudida y bien recibida en la 19 edición del Festival de Cine de Sevilla. También ha estado en la capital andaluza para proyectar su última obra, la película Le Pharaon, le sauvage et la princesse (El Faraón, el salvaje y la princesa).
Bien es cierto que en el amplio campo de la animación nos podemos encontrar muchos ejemplos de trabajos que no logran entrar en el camino correcto de la conexión con el público, sobre todo con el infantil. Es como si a este hubiera que servirle productos, o simples, tan simples, que se le tome por un perfecto ignorante, o de un nivel que supera lo que ha de llegar a alguien que está en la delicada fase de formación personal e intelectual. A veces ocurre que no se logra generar la sinergia necesaria para que este espectador de edad joven llegue a asimilar lo que se exhibe. Y no digamos de los padres o los adultos asiduos a la animación que a veces no terminan de entender ciertas maneras de exponer una historia.
Michel Ocelot, por fortuna para los amantes del cine de animación, es un artesano que sabe conjugar perfectamente la trama, los mensajes que quiere transmitir y la exposición de las imágenes para que nadie quede excluido. Lo mismo da un espectador en iniciación que alguien que lleva recorrido un importante camino vital.
Le Pharaon, le sauvage et la princesse es un ejemplo de obra capaz de conectar con distintos públicos sin tomarlos como ignorantes, ni dejar a nadie fuera de su círculo. La película no excluye a nadie. Abre sus puertas para que todo el mundo pueda sentarse en la butaca de una sala de cine y disfrutar sin rango de edad. La trama, vía esencial para el establecimiento perfecto de la unión entre el espectador y la película, se funde de manera generosa con la luz, el colorido, la vitalidad, la energía, que la obra cinematografica de Ocelot ofrece. Una presentación impecabble y una exposición tan sencilla como compleja a la vez. Pero es que lo suyo es, precisamente, hacer fácil lo difícil. No es extraño, pues, que el maestro de la animación europea tenga una colección de reconocimientos como la Legión de Honor, el Cesar o el Bafta.
Le Pharaon, le sauvage & la princess está estructurada en tres cuentos, narrados por una mujer que se dirige a un público, curiosamente, adulto, ávido de escuchar historias que le alejen de la realidad y le permita viajar en el tiempo, en la fantasía, y que la imaginación vuele sin control. Como reza el título de la película, las narraciones tienen como protagonistas a un aspirante a faraón que busca afanosamente ser un candidato digno al amor de una joven a la que pretende. El cuento se desarrolla en el Antiguo Egipto, y ese opositor al amor de la princesa de su país vecino ha de hacer méritos para que la madre de ella, exigente al máximo, ceda y permita la unión de ambos.
En la segunda historia, un niño vive con su cruel padre en un castillo francés. Estamos en la Edad Media. La vida del joven es complicada con su progenitor, pero un día conoce a un prisionero de este, que mora en las mazmorras del palacio. La amistad que se genera entre ambos llega a tal punto que el cuento da un giro inesperado, y al puro estilo Grimm, entra en una dinámica cuya resolución es totalmente inesperada para el espectador.
Y el último cuento tiene como protagonista a la Princesa de las Rosas. Estamos en el siglo XVIII. En un país árabe un joven príncipe decide huir de las ataduras de su condición social para vivir alejado de esta. Se hace pasar por un buñolero, muy hábil en la elaboración del producto que vende, y es contratado por un mercader que le trata mal. A sus oídos llega la existencia de una bella príncesa que vive en el palacio de un jeque, es su hija, e intentará hacer todo lo posible por acceder a ella, a su corazón y romper la barrera que le puede suponer la oposición paterna.
Michel Ocelot ha creado una obra de animación que perdurará en el tiempo. Precisamente por esa capacidad suya de unir a distintas generaciones de espectadores alrededor de ella. La habilidad de contar historias de ahora y de siempre, de usar la palabra como única herramienta sin recurrir a la violencia y la riqueza del color de unas imágenes que atrapan desde el comienzo.