Las historias de amor tienen un final. No tiene por qué ser al final de una vida, no tiene por qué ser feliz y mucho menos justo. La última creación de Noah Baumbach es incómoda, porque no a todos nos gusta que nos pongan nuestros errores por delante. La historia de Natalie y Charlie bien podría ser la nuestra, la vuestra o la de algún conocido. Paso por paso, detalle por detalle. Y ese es el pilar fundamental de Historia de un matrimonio, la humanidad que desprende en todas sus facetas.
El filme destaca porque la tensión y la brutalidad van in crescendo a la par que los minutos y la trama, no solo por su guion, sino por el acompañamiento interpretativo que hacen Adam Driver y Scarlett Johansson. Ambos cuentan con monólogos teatrales y enfrentamientos que bien se merecen un galardón. Gracias a todo esto se crea una contraposición en la forma de ser de los personajes. Durante todo el filme se nos presenta a una mujer que, aparentemente, es un ser despreciable por anteponer sus necesidades vitales. El trasfondo de todo esto no es más que el de vivir a la sombra de un marido “perfecto”, “maravilloso”, y bajo las premisas de “no sé por qué lo haces” o “estás cometiendo un error” porque claro, es maravilloso. Sin embargo, durante el filme descubrimos matices del personaje de Adam Driver que, efectivamente, hacen que las tornas cambien y entendamos el carácter del personaje de Johansson. Una mujer que quiere tener su propia voz. Aunque no deja de ser curioso cómo, pese a tener un hijo en común, ambos miran a sus intereses y no a los de Henry. Por no hablar de cómo los terceros personajes como los de Laura Dern (Nora Fanshaw, abogada de Natalie) o Ray Liotta (Jay Marotta, abogado de Charlie), como en cualquier conflicto, hacen que las cosas se enreden sobremanera.
Sin duda, Historia de un matrimonio tiene tantas lecturas como el espectador quiera. Sin duda, yo me quedo con la que considero que es la principal, la muerte del amor, pero no su extinción, y con una de las frases de Scarlett Johansson al comienzo del filme: “me enamoré de él a los dos segundos de verlo, y nunca dejaré de quererlo, aunque ya no tenga sentido”.