En 1516, Tomás Moro acuñó el término utopía al bautizar con ese nombre a la imaginaria isla donde se creó la que para él era la sociedad ideal, con un sistema de gobierno perfecto, donde la justicia y la igualdad estuvieran por encima de cualquier mal. El interés común contra el personal, y para Utopía, la existencia de la propiedad privada es inviable.
Mucho antes, Platón había concebido otra manera de gobierno ideal: la República; el Estado ideal, el Estado justo, organizado en pos de la justicia y el bien social. Para Platón, en La República gobernarían los más sabios.
La distopía es lo contrario a la utopía. También es una sociedad ficticia, pero indeseable. Deshumanización, desigualdad, tiranía… son elementos característicos de este tipo de sociedad. George Orwell (1984), Aldous Huxley (Un mundo feliz) o Ray Bradbury (Fahrenheit 451) nos presentaron sus particulares distopías. Los lectores de Gatrópolis conocerán ya que Mosko-Strom, la tercera novela de la autora peruana Rosa Arciniega, publicada en 1933 y rescatada recientemente para el público español gracias a las gestiones realizadas por la peruanista Inmaculada Lergo, es otra gran distopía. Imagen negativa de la modernidad; una sociedad que se expone a los peligros de un progreso ligado al desarrollo tecnológico y a la posesión de cosas materiales. Cosmópolis es devorada por la deshumanización.
El hoyo
En otro orden de cosas, pero inmersa en la distopía, recibimos con aplausos El hoyo, el filme dirigido por Galder Gaztelu-Urrutia, estrenado el pasado 8 de noviembre de 2019; gran novedad de la creación cinematográfica española y una de las animadoras de la última edición de los Premios Goya y de los certámenes celebrados en los últimos tiempos.
Sobre un plausible guion coescrito por David Desola y Pedro Rivero, El hoyo nos lleva al futuro (por el bien de todos nosotros, esperemos que muy lejano), en el que los prisioneros se alojan en celdas verticales, observando cómo los presos de las ubicadas en pisos superiores son alimentados mientras los de abajo mueren de hambre. Basándonos en su sinopsis, «una jungla de supervivencia donde solo hay tres tipos de personas: los que están arriba, los que están abajo y los que deciden saltar, incapaces de soportar esa agonía por más tiempo».
Lo mejor de El hoyo es la cantidad de lecturas que puede acoger. La simbología religiosa predomina en la confección de los personajes. Cada uno tiene un papel definido que se puede relacionar con distintos pasajes y todos ellos conviven en estas cárceles futuristas. Incluso el detalle de representar a Dios de forma metafórica como “la Administración”. También encontramos una fuerte crítica a las clases sociales (como bien nos iluminará Goreng, el personaje de Massagué, “no se puede cagar para arriba”). Y es que, como en muchos aspectos de la vida, en este centro vertical cuando te dan la posibilidad de estar arriba, cabe la posibilidad de terminar en lo más bajo. El hoyo juega con esta dinámica para que el espectador vea cómo estos personajes pasan por una cantidad de altibajos. Sin duda, cualquier lectura que se le pueda hacer es ínfima con la cantidad de matices que podemos encontrar en esta pieza audiovisual.
En el reparto están Ivan Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Eric Goode, Algis Arlauskas, Miriam Martín u Óscar Oliver.
El hoyo ha sido coproducida por Basque Films, Mr Miyagi Films, Televisión Española (TVE), ETB, Zentropa International Spain, Eusko Jaurlaritza, ICAA, Consejería de Cultura del Gobierno Vasco e Instituto de Crédito Oficial.
La música ha sido compuesta por Aránzazu Calleja, y la fotografía, al igual que esta, clave en el desarrollo de la trama, es de Jon D. Domínguez.
Como decimos, ojalá esta distopía que nos propone El hoyo esté muy lejana. Lo malo es que cuando George Orwell publicó 1984 corría el año 1949, y mucho de lo que nos exponía en aquella novela se ha cumplido ya.