La obra de Levan Akin, And then we danced no para de cosechar éxitos. Ha sido premiada en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, en el Festival Internacional de Chicago, nominada en Cannes, y ha sido preseleccionada para representar a Suecia en los Oscar. ¿Cuál es la magia del filme? Sin duda, la visibilidad que le da a la lucha LGTBI+ desde una mirada crítica, a la par que educativa y dulce.

Este drama, protagonizado por Merab (Levan Gelbakhiani) e Irakli (Bachi Valishvili) nos cuenta el romance de ambos en un país y un entorno que rechaza todo lo relacionado con la homosexualidad. Para más importancia, el propio Levan Gelbakhiani ha confesado que sufrieron amenazas al saberse de la creación del filme. Por lo tanto, y una vez más, el cine es nuestro activo más preciado en la lucha por la libertad.
La cinta sueca nos cuenta la historia de Merab, bailarín del Cuerpo de Danza Tradicional que lucha por hacerse un hueco en el mundo de la danza. Durante esta ardua batalla, llega Irakli, bailarín que llega para poner el mundo de Merab del revés.

Las interpretaciones de ambos actores son cautivadoras, y posiblemente, más que el propio guion, sean ellos los que enganchan al público. No deja de ser un filme que trata los problemas del colectivo en países más intransigentes, por lo que podemos intuir por dónde va dirigida la trama. Aun así, se pasa volando y termina dejando un sabor agridulce.
Son necesarios estos filmes, no sólo por el canto a la libertad sexual y personal que hace, siempre bajo una mirada cruda y realista, sino porque no podemos hacer caso omiso, ni mirar hacia otro lado en estos casos. And then we danced es igual de necesaria que luchar desde cualquier ámbito para cambiar esta situación de rechazo hacia algo natural.